Ha pasado ya la primera semana de Cuaresma. Hicimos una lista de propósitos iniciales que hemos cumplido o tal vez hemos olvidado. Sin embargo, recordemos que nos quedan poco más de cuatro semanas por delante y que siempre podemos comenzar de nuevo. Les dejamos dos meditaciones para refrescar el sentido de este tiempo, que por todos lados nos lleva al desierto.
Del desierto a la Cruz, y de la Cruz al cielo
Cuando Jesús había ya decidido ir a Jerusalen, con el riesgo de muerte que esta decisión implicaba y los Apóstoles aún no sabían si ir también porque tenían miedo, el Apóstol Tomas toma la palabra y dice: “Vamos a Jerusalen a morir con él, vamos a acompañarle. No lo vamos a dejar solo en este momento. Vamos a acompañarle, aunque eso nos cueste la vida.” Esa es la actitud con la que nosotros, los católicos, debemos iniciar la Cuaresma. Porque la Cuaresma no es más que tiempo que Cristo nos regala para aprender a amarle más. Es un de preparar nuestro Corazón para vivir la Pasión de Cristo como merece ser vivida. Prepararnos para vivir y morir con Él. Prepararnos y convencernos de acompañarle incluso a costa de nuestra vida. Pero, ¿en qué consiste esta preparación? En aquella palabra que nos persigue durante estos cuarenta días: Conversión.
¿Pero qué es conversión? ¿Es suficiente con lo que ya hago, con lo que ya creo? Jesucristo nos recuerda que nunca es suficiente, que nuestra meta es el cielo. Él nos no nos invita solamente a creer, sino a hacer vida aquello en lo que creemos. Hacer carne el Evangelio. Esa es verdadera conversión. El demonio también cree en Dios, pero rechaza vivir según su amor. La verdadera conversión radica en vivir de acuerdo a ese amor: al Evangelio, a la Doctrina, a la Palabra y ejemplo de Jesucristo. A pesar de las faltas, de las caídas, de los pecados que tenemos y seguiremos teniendo; seguir luchando, perseverar y dejarnos cambiar y moldear el corazón de acuerdo al Corazón de Dios. Implica un cambio de vida, no sólo por cuarenta días, sino un cambio que trascienda, que contribuya en nuestra santificación.
Resulta curioso que la primera lectura de este tiempo, el Miércoles de Ceniza, comience diciéndonos: “Convertíos a mí de todo corazón, con ayunos, llantos y lamentos; rasgad vuestros corazones, no vuestros vestidos, y convertíos al Señor vuestro Dios, un Dios compasivo y misericordioso, lento a la cólera y rico en amor, que se arrepiente del castigo”. (Joel 2) Conversión en tiempos de tristeza, de llanto, de soledad y abandono. ¿Por qué? ¿Será que es el tiempo, por excelencia, en el que dejamos de sentirnos todopoderosos para voltear a mirar al Único que sí lo es? Dios permite que en tiempos difíciles nos despojemos de nuestras seguridades humanas para darnos cuenta de que lo necesitamos. Voltear a buscarlo desesperadamente y sólo Él sea mi seguridad. Permite que vivas la tormenta porque sabe que en esa vulnerabilidad tú lo encuentras. Puedo decir, con toda seguridad, que los momentos más difíciles de mi vida han sido los momentos de mayor abandono, confianza y cercanía a Su Amor. Cuando todas las luces a tu alrededor se apagan y sólo alumbra la Cruz, comienza la conversión. Alumbra una Cruz encendida en llamas que, aunque asusta al principio, aunque cueste cargarla, abandonándonos a Él, resultará ligera. Porque la Cruz es necesariamente el camino a la Resurrección, y no tendremos parte con Él en el Banquete si antes no hemos pasado el Calvario.
Que esta Cuaresma podamos hacer carne el Evangelio. Entrar en el desierto con Él y salir amándole más. Valorar el silencio, que es donde Dios habla más fuerte. Cultivar nuestra alma, fortalecer nuestra oración. Y en este contexto que vivimos todos, de enfermedad y muerte, podamos cargar nuestra propia cruz con amor, para poder reunirnos también con Él el día de la Resurrección.
Cuaresma, una nueva oportunidad
La Cuaresma. Definitivamente mi tiempo favorito del año. Siendo sincera, años atrás no hubiese sido capaz de decir lo mismo. Sin embargo, el 2020, año en el que aprendí mucho, hizo que pueda darme cuenta de lo que me estaba perdiendo al no ser consciente del momento especial que se estaba llevando a cabo. Uno podría pensar que es un momento en el que se sufre mucho por lo que vivió Jesús, siendo tentado cuarenta días en el desierto por el diablo. No obstante, a pesar de ser consciente del momento difícil que vivió y cómo su pasión se acercaba más y más, lo veo como una oportunidad. Una oportunidad en la que Cristo nos invita a crear esa empatía que podría faltarnos en el día a día con Él. Es poder acercarnos de una manera diferente y de todo corazón para remediar todo lo que podríamos haber hecho tiempo atrás y que nos aleja de Él. Es una invitación a volver a ese primer amor y acompañarlo de la mejor manera en el momento difícil que vivió para salvarnos.
Muchas veces nos olvidamos de todo lo que vivió Jesús por nosotros a pesar de ser inocente. Creo que es importante recordar esto para poder darle un sentido a la Cuaresma. Jesús al estar en el desierto, nunca dio su brazo a torcer frente al diablo y siempre respondió con palabras de Dios. Y es que así de firme debería ser nuestra relación con Él pero, somos humanos y Él entiende nuestras fallas, nuestros errores y nos perdona con el amor y misericordia más grandes. Sufrió mucho por amor a nosotros y por nuestra salvación. La pregunta es ¿qué estamos haciendo nosotros para corresponder a tanto amor? ¿Qué estás esperando para volver?
Así como Jesús fue capaz de pasar cuarenta días siendo tentado en el desierto y luego vivir toda su pasión por nuestra salvación, por tu salvación, por qué no nos damos la oportunidad de vivir este tiempo de la mejor manera y a su lado, por qué no nos acercamos a darle el amor que necesita. Acude a Él, dile que quieres acompañarlo en el tiempo que queda. Que tu relación con Jesús se fortalezca, pregúntale qué quiere de ti, cuál es su voluntad para tu vida. Te esta esperando, todos los días te espera.
Cuando eres consciente de todo esto, finalmente te das cuenta que la Cuaresma es la oportunidad perfecta de volver al amor más grande. Que nuestro corazón pase de ser un corazón de piedra a uno de carne y todo gracias al amor de Cristo. De esta forma nuestra vida será reflejo de eso, que estamos llenos de Cristo y quién reina verdaderamente en nuestra vida.