Serie: Apologética Católica

El Primado de Pedro:

La piedra y las llaves de la Iglesia

Por Jonatan Medina

Serie: Apologética Católica

El Primado de Pedro:

La piedra y las llaves de la Iglesia

por Jonatan Medina

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Sin duda, el tema más determinante sobre el cual depende la identidad de la verdadera Iglesia de Jesucristo radica en el Primado de Pedro. Esta doctrina no solo divide actualmente a católicos de protestantes, sino también a católicos de ortodoxos y de cualquier otra iglesia apostólica. En resolver este asunto descansa finalmente la autenticidad de la única Iglesia que Cristo fundó. En el artículo anterior se demostró que la Iglesia verdadera debe ser necesariamente ininterrumpida y esta continuidad histórica debe producirse por medio de una sucesión apostólica desde el siglo primero hasta hoy. No obstante, se dijo también que no solo la Iglesia Católica Romana cuenta con dicha marca, sino también otras más, como las iglesias orientales. Vale preguntarse entonces: si hay más iglesias con sucesión apostólica aparte de la católica, ¿por qué solo ella calificaría como la única Iglesia de Jesucristo? Aquí es que entra en escena el Primado de Pedro. Si efectivamente llegamos a demostrar que Jesús fundó su Iglesia en Pedro y todo lo que ello implica, no será necesario desmenuzar cada diferencia doctrinal que la Iglesia católica tiene con las demás para recién aceptarla como verdadera. Si el Primado de Pedro es cierto; por defecto, todo lo que enseñe la Iglesia Católica Romana lo será también. Por ello, a la hora de hacer apologética católica, es recomendable empezar por esta doctrina antes que por cualquier otra. Si un escéptico —un cristiano no católico en este caso— llega a aceptarla y es intelectualmente honesto, tendrá que estar predispuesto a aceptar todo lo demás también. Sin más, entremos de lleno en el asunto.

El versículo sobre el cual la Iglesia Católica basa esta enseñanza se encuentra en el conocido pasaje del Evangelio de Mateo en el que leemos: «Llegado Jesús a la región de Cesarea de Filipo, hizo esta pregunta a sus discípulos: “¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del hombre?”. Ellos dijeron: “Unos, que Juan el Bautista; otros, que Elías, otros, que Jeremías o uno de los profetas”. Díceles él: “Y vosotros ¿quién decís que soy yo?”. Simón Pedro contestó: “Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo”. Replicando Jesús le dijo: “Bienaventurado eres Simón, hijo de Jonás, porque no te ha revelado esto la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los cielos. Y yo a mi vez te digo que tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y las puertas del Hades no prevalecerán contra ella. A ti te daré las llaves del Reino de los Cielos; y lo que ates en la tierra quedará atado en los cielos, y lo que desates en la tierra quedará desatado en los cielos”». (Mateo 16, 13-19). Esta porción de las Escrituras ha sido motivo de debate en los últimos siglos, sobre todo entre la Iglesia Católica y el protestantismo. La posición protestante suele alegar que la piedra sobre la que Cristo edificó su Iglesia no es Pedro mismo, sino la confesión de Pedro, siendo así que la piedra solo puede ser Cristo. La Iglesia ortodoxa, por su parte, si bien admite que la piedra se refiere a Pedro, al mismo tiempo argumenta que el poder de «atar y desatar» le fue dado también a los demás apóstoles como atestigua Mateo 18, 18 y que por tanto Pedro y sus sucesores no tienen más que un «primado de honor», más no de gobierno. En el presente artículo refutaremos tanto la postura protestante como la ortodoxa, demostrando bíblica, patrística y racionalmente que la piedra sobre la que Cristo edificó su Iglesia efectivamente es Pedro y que las llaves que le fueron dadas implica mucho más que un simple «cargo de honor».

En primer lugar, que Pedro sea la piedra se hace evidente por medio de una coherente exégesis bíblica y el simple sentido común. A saber, el nombre original de Pedro era Simón, pero ya Cristo tenía pensado cambiárselo mucho antes de aquel episodio en Cesarea de Filipo. El Evangelio de Juan nos revela que Jesús, ni bien lo conoció, ya tenía en mente un propósito con el pescador: «Y le llevó donde Jesús. Jesús, fijando su mirada en él, le dijo: “Tú eres Simón, el hijo de Juan; tú te llamarás Cefas” que quiere decir “Piedra“». (Juan 1, 42). Es interesante observar que sin que Pedro haya dicho palabra alguna, Cristo lo miró fijamente a los ojos y le anunció que le sería cambiado el nombre por uno que significa literalmente «piedra». Solo este versículo bastaría para rebatir la posición protestante de que en Mateo 16, 18 Jesús se estaba refiriendo únicamente a la confesión de Pedro y no a Pedro mismo, pero hay otro versículo que lo confirma. Está en el mismo capítulo de Juan que acabamos de leer, pocos versos más adelante: «Vio Jesús que se acercaba Natanael y dijo de él: “Ahí tenéis a un israelita de verdad, en quien no hay engaño”. Le dice Natanael: “¿De qué me conoces? “. Le respondió Jesús: “Antes de que Felipe te llamara, cuando estabas debajo de la higuera, te vi”. Le respondió Natanael: “Rabbí, tú eres el Hijo de Dios, tú eres el Rey de Israel“. Jesús le contestó: “¿Por haberte dicho que te vi debajo de la higuera, crees? Has de ver cosas mayores”». (Juan 1, 47-49). Natanael, otro de los doce apóstoles, dice prácticamente las mismas palabras que Pedro con respecto a la identidad de Jesús, pero lejos de cambiarle el nombre, Cristo pareciera ser hasta sarcástico con él. Es pertinente preguntarnos: ¿Por qué a Simón sí le cambió el nombre y a Natanael no? La respuesta se hace evidente: con Simón tenía el propósito especial de elegirlo como la piedra sobre la que edificaría su Iglesia. Como comenta el propio autor evangélico experto en griego Samuel Pérez Millos: «Jesús, con esa mirada reconocía a Simón, tanto en cuanto a quién era cómo a lo que iba a ser, es decir, conocía a él y su destino» [1].

No obstante, la posición protestante suele emplear un clásico argumento para asegurar que la piedra sobre la que fundaría Cristo su Iglesia no es Pedro, sino su confesión. Recurriendo al griego en que fue escrito el Evangelio de Mateo, muchos teólogos protestantes aseguran que Jesús hizo una diferencia entre Pedro y la piedra que sería la confesión del discípulo. Ciertamente el original griego dice: «Y yo te digo que tú eres Petros y sobre esta petra edificaré mi Iglesia». La lectura protestante pretende hacernos ver que Cristo quería marcar una distinción entre Pedro y su confesión. Hay quienes llegan a asegurar incluso que Petros significa «piedra pequeña», mientras que Petra quiere decir «roca» o «piedra más grande». Sin embargo, todas estas forzadas acrobacias argumentativas se hacen inútiles cuando entendemos que Jesús no habló griego, sino arameo. Inclusive, según Papías de Hierápolis —Padre Apostólico y el primero en comentar este pasaje— Mateo escribió su Evangelio primeramente en arameo y más tarde lo tradujo al griego koiné. Resulta que la palabra griega para «piedra» es femenina: Petra, por tanto no podía llamar Petra a Pedro, por lo que el evangelista terminó por escribir el masculino Petros. Pero la verdad nada de esto importa al saber que lo que hablaron Jesús y sus discípulos fue la lengua aramea. En este idioma tanto la palabra para Pedro como para Piedra es exactamente la misma: Kēphas, al mismo tiempo que la palabra Kēphas significa tanto «piedra» como «roca», por lo que esa diferencia que pretende establecer la posición protestante resulta ser artificiosa. En su idioma original Jesús habría dicho: «Y yo también te digo que tú eres Kēphas, y sobre esta Kēphas edificaré mi Iglesia». Se hace evidente que así como Pedro había identificado a Jesús como el Cristo, ahora «también Jesús le dice» que él será identificando como Piedra. ¿Será casualidad que Cristo usó la misma palabra tanto para nombrar a Pedro como para decir que sobre ella edificaría su Iglesia?

La interpretación protestante dice por otro lado que Pedro no puede ser la piedra ya que entonces estaría usurpando el lugar de Cristo como la «piedra angular» con la que él mismo se identificó en Mateo 21, 42 donde leemos lo siguiente: «Jesús les dijo: “¿No habéis leído nunca en las Escrituras: La piedra que los constructores desecharon, en piedra angular se ha convertido; esto ha sido obra del Señor, una maravilla a nuestros ojos?”». Asimismo, el propio San Pablo también escribe: «edificados sobre el fundamento de los apóstoles y de los profetas. La piedra angular de este edificio es Cristo Jesús» (Efesios 2, 20). ¿Cómo responder ante esto? Simple: la lógica católica lejos de ver contradicción encuentra complemento. La lógica protestante, en cambio, suele ver conflicto donde no lo hay. Desde luego que Jesucristo y solo Él es la piedra angular y nadie más goza de aquel título, pero esto no quita que Él mismo le haya cambiado el nombre a Simón por el de Piedra, para luego afirmar que sobre «esta piedra» edificará su Iglesia. De hecho, no solo Pedro es piedra, sino también nosotros. Así lo dice el propio apóstol en su carta: «Acercaos a él, piedra viva, rechazada por los hombres, pero escogida y apreciada por Dios; disponeos como piedras vivientes, a ser edificados en casa espiritual y sacerdocio santo, para ofrecer víctimas espirituales agradables a Dios por mediación de Jesucristo» (I Pedro 2, 4-5). Cristo es piedra viva, pero nosotros también lo somos. Tener que escoger entre uno o lo otro resulta ser una falsa dicotomía, tan típico de la lógica protestante. Así que no solo Cristo y Pedro son piedra, sino también nosotros. La clave está en saber ubicarlas. La casa espiritual que es la Iglesia está fundada sobre el cimiento de los Apóstoles (Efesios 2, 20), de los cuales preside Pedro como la Piedra nombrada por Cristo mismo, mientras que todos los demás discípulos somos también piedras vivas que conformamos el edificio cuya piedra angular es Jesucristo. Lejos de haber contradicción hay perfecta armonía. Vale decir, además, que no solo Pedro fue llamado «piedra» o «roca» en las Escrituras, sino también Abraham. En Isaías 51, 2 leemos: «Vuelvan a su origen, miren la roca, la cantera de donde fueron sacados; miren a Abraham, su padre, y a Sara, que los dio a luz. Era uno solo cuando lo llamé, pero lo bendije y se multiplicó”» (Isaías 51, 2). Ya antes de Pedro, Abraham, a quien le había sido cambiado el nombre, había sido también llamado «piedra» Tiempo después Jesús haría lo mismo con Simón: le cambiaría el nombre y lo llamaría Piedra. 

No obstante, el apologista protestante James White argumenta que el tema central del pasaje de Mateo 16 es la identidad mesiánica de Jesús, y que cualquier interpretación que desvíe el foco de atención de la identidad de Cristo no tiene sentido [2]. Pero leyendo el versículo en su contexto, nos daremos cuenta de que si bien el pasaje tiene como tema la identidad de Cristo, esto no quita el hecho evidente de que el mismo Cristo cambia la identidad de Simón y le da las llaves del Reino de los Cielos. Así que el pasaje de Mateo 16 no pretende únicamente hablar de Cristo, sino también de Pedro. Notemos que una vez que éste lo llamó «el Cristo, el Hijo del Dios vivo», Jesús se dirige exclusivamente a él y hace tres cosas: 1) le cambia el nombre (por el de Kēphas), 2) pasa a decir que sobre «esta Kēphas» edificará su Iglesia y 3) le da las llaves del Reino de los Cielos. Pareciera que el problema radica en las palabras «esta piedra» ya que —como indica White— «mientras el Señor se dirige directamente a Pedro, cambia de dirección directa a la tercera persona, “esta roca”, cuando habla de la confesión de Pedro. No dice: “Sobre ti, Pedro, edificaré mi iglesia”. En su lugar, tiene una clara distinción entre Pedro, el Πέτρος (Petros), y el pronombre demostrativo que precede a πέτρ (petra), la confesión de fe, sobre la que se construye la Iglesia» [12]. El problema con la interpretación de White es que es especiosa; es decir, aparenta tener lógica pero guarda un claro error: el hecho de que Cristo haya usado el pronombre demostrativo no quita que pueda haber seguido refiriéndose a Pedro. Como bien indica el apologista católico Trent Horn: «Es perfectamente posible que una persona se refiera a alguien usando un pronombre personal como “tú” y luego se refiera a la misma persona usando un adjetivo demostrativo como “esta”» [4]. Para este propósito, Horn propone un ejemplo análogo a las palabras de Jesús. Imaginemos que una persona le dice a otra: «Tú eres la luz de mi vida, y esta luz brilla más que el sol». Aquí se está utilizando el símbolo «luz» para representar a una persona en particular, tanto en el pronombre personal «tú» como en el pronombre demostrativo «esta». De igual manera, Jesús hizo lo mismo con Pedro. Si no fuese el caso, no tendría sentido que le haya cambiado el nombre. Además, aquí Cristo no está poniéndose como piedra sino como el edificador cuando dice: «sobre esta piedra edificaré mi Iglesia». Como bien admite el teólogo protestante John A. Broadus, uno de los más grandes predicadores de la historia bautista: «Debemos observar que Jesús aquí no puede ser identificado él mismo como la roca, según la imagen que él presenta, porque él es el edificador. […] La sugerencia que hacen algunos expositores de que al decir Cristo “y tú eres Pedro y sobre esta piedra” él se señala a sí mismo, implica una artificialidad que se hace repulsiva a las mentes» [5].

Efectivamente, el problema con la interpretación protestante es que hace que Jesús primero se dirija a Pedro para cambiarle el nombre, para luego dejar de dirigirse a él y pasar a decir que la piedra sobre la que edificaría su Iglesia sería él mismo y no Pedro, para finalmente volver a dirigirse a Pedro y darle las llaves. Esto resulta tan confuso que carece de sentido. ¿Por qué Cristo se tomaría la molestia de cambiarle el nombre por Kēphas, si luego no estaría dirigiéndose a él, sino a sí mismo, para luego volver a dirigirse a Pedro para darle las llaves? Esto pareciera más bien un intento de torcer el texto con prejuicios anticatólicos antes que con honesta lectura. Por simple sentido común nos damos cuenta de que efectivamente es Pedro la piedra sobre la cual Jesús edificaría su Iglesia porque en ese momento sí se está dirigiendo a él, cambiándole el nombre y dándole las llaves del Reino. Leyendo con atención y sin anteojeras anticatólicas, el versículo habla por sí mismo. Tal es así que diversos académicos protestantes han llegado a reconocerlo, como ya lo hizo el propio John A. Broadus que en su misma obra también escribe: «Ya que Pedro significa piedra, la interpretación natural es que sobre esta piedra” significa “sobre ti“. No hay otra explicación que sea considerada actualmente» [6]. Por otro lado, el muy reconocido teólogo protestante alemán Gerhard Kittel escribe: «el obvio juego de palabras del que tanto se ha hablado en el texto griego también sugiere una identidad material entre petra y Petros, tanto que es imposible diferenciar estrictamente los significados entre estas dos palabras. Por otro lado, solo el justo arameo original de la palabra nos permite saber con confianza la identidad formal y material entre petra y Petros: petra = kepha = Petros. […] Petros mismo es esta petra, no solo por su fe o su confesión.» [7]. Por su parte, el teólogo reformado J. Knox Chamblin afirma: «Con las palabras “esta piedra” Jesús no quiere decir sí mismo, ni su enseñanza, ni Dios el Padre, ni la confesión de Pedro, sino Pedro mismo» [8]. El propio Craig L. Blomberg, Ph.D. y erudito del Nuevo Testamento, comenta: «La expresión “esta piedra” casi con certeza se refiere a Pedro, que sigue inmediatamente después de su nombre, tal como las palabras “el Cristo” en el versículo 16 aplican a Jesús. El juego de las palabras griegas entre el nombre de Pedro (Petros) y la palabra piedra (petra) tiene sentido solo si Pedro es la roca y si Jesús está por explicar el significado de esta identificación» [9]. D. Guthrie, Heinrich Meyer, Marvin Vincent, Henry Alford, Edwin W. Rice, Albert Barnes, A. H. Strong, entre muchos más, son de los tantos respetados e influyentes académicos protestantes que reconocen que la piedra es Pedro y no su confesión.

Lo más curioso de todo esto es que ni la Iglesia Católica ha llegado a rechazar la interpretación de que la piedra sea la confesión de Pedro, lo que rechaza es que esta sea la única interpretación posible. Como se ha dicho, mientras el protestante con su falsa dicotomía se rompe la cabeza eligiendo entre uno o lo otro, el católico se da cuenta de que ambas opciones son complementarias. El mismo Catecismo de la Iglesia Católica lo explica así: «Movidos por la gracia del Espíritu Santo y atraídos por el Padre nosotros creemos y confesamos a propósito de Jesús: “Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo” (Mt 16, 16). Sobre la roca de esta fe, confesada por San Pedro, Cristo ha construido su Iglesia (cf. Mt 16, 18; San León Magno, serm. 4, 3; 51, 1; 62, 2; 83, 3)» [10]. La misma Iglesia enseña que la roca o la piedra es la declaración de Pedro, pero al mismo tiempo afirma lo siguiente: «En el colegio de los doce, Simón Pedro ocupa el primer lugar (cf. Mc 3, 16; 9; 12; Lc 24, 34; 1 Co 15, 5). Jesús le confía una misión única. Gracias a la revelación del Padre, Pedro había confesado: “Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios vivo”. Entonces Nuestro Señor le declaró: “Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y las puertas del Hades no prevalecerán contra ella” (Mt 16, 18). Cristo, “Piedra viva” (1 P 2, 4), asegura a su Iglesia, edificada sobre Pedro la victoria sobre los poderes de la muerte. Pedro, a causa de la fe confesada por él, será la roca inquebrantable de la Iglesia» [11]. El Dr. Gregg R. Allison, siendo él mismo un bautista, no lo puede explicar mejor: «Mientras que algunos teólogos evangélicos interpretan “esta roca” como una referencia a Pedro, y otros como una referencia a su confesión, un entendimiento más plausible es que la roca es Pedro en virtud de su confesión» [12].

Finalmente, para concluir con el tema de la piedra, citaremos a algunos Padres de la Iglesia que afirmaron explícitamente que Pedro es la piedra sobre la cual Cristo edificó su Iglesia. Hilario de Poitiers, obispo del siglo IV, conocido como «el martillo de los herejes», escribió: «y el bienaventurado Simón, que después de su confesión fue establecido para ser la piedra fundacional de la Iglesia y ha recibido las llaves del reino de los cielos» [13]. Afraates el Sirio, escritor del siglo III, asimismo dijo: «el jefe de los discípulos…El Señor lo aceptó y lo estableció como fundación, llamándolo roca y la estructura de la Iglesia» [14]. Uno de los Padres capadocios, Gregorio Nacianceno, obispo del siglo IV, expresa: «Observa que de los discípulos de Cristo, todos de los cuales fueron exaltados y merecedora de elección, uno es llamado roca, y se le confía la fundación de la Iglesia» [15]. Ambrosio de Milán, uno de los más importantes obispos del siglo IV, sostiene: «Pedro es llamado “roca” porque, como una inamovible roca, el sostiene las articulaciones y la masa del entero edificio cristiano» [16]. Famosa es también su elocuente sentencia: «Donde está Pedro, allí está la Iglesia. Y donde está la Iglesia, no hay muerte sino vida eterna» [17]. Podríamos seguir nombrando a muchos más Padres; sin embargo, es importante señalar que son varios los apologistas protestantes que se esfuerzan por demostrar textos patrísticos en los que se dice que la roca o la piedra es la confesión de Pedro. Pero ya se ha dicho que esta idea no descarta en absoluto que Pedro también sea la piedra en mención. Los Padres que afirman que la piedra es la confesión de Pedro son los mismos que aseguran que Cristo edificó su Iglesia sobre Pedro, puesto que solo a él le cambió el nombre por el de Piedra. Así que los intentos por demostrar lo primero solo reafirman la posición católica. Ha sido refutada, pues, con Biblia, patrística y sentido común, la interpretación protestante. Cristo edificó su Iglesia sobre Pedro. Luego, la Iglesia Católica Romana es la verdadera Iglesia de Jesucristo.

Ahora pasemos a demostrar que las llaves que le fueron dadas a Pedro suponen un propósito que va más allá de un simple «cargo honorífico» como sostiene la Iglesia ortodoxa o las iglesias orientales. En esta oportunidad la clave está no solo en la roca o piedra, sino en las llaves que les son dadas al Apóstol. Si bien es cierto, a los demás Apóstoles también les fue dada la facultad de atar y desatar, fue solo a Pedro que le fueron entregadas las llaves. ¿Pero qué significan estas enigmáticas llaves? Debemos tener en cuenta que Jesús y sus discípulos eran judíos del siglo primero, por lo que cabe preguntarnos: ¿qué significaban las llaves para la tradición judía de aquel entonces? Ciertamente las palabras de Mateo 16, 19 nos remiten a un pasaje del libro de Isaías en el que leemos: «Aquel día llamaré a mi siervo Elyaquim, hijo de Jilquías. Le revestiré de tu túnica, con tu fajín le sujetaré, tu autoridad pondré en su mano, y será él un padre para los habitantes de Jerusalén y para la casa de Judá. Pondré la llave de la casa de David sobre su hombro; abrirá, y nadie cerrará, cerrará, y nadie abrirá» (Isaías 22, 19-22). Este texto se trata de una profecía de Isaías en la que Eliaquim sucede a Sebna en su cargo. En el Antiguo Israel los reyes no gobernaban solos, sino que tenían un Primer Ministro, un «Maestro de Palacio» quien utilizaba vestimentas distinguidas para indicar su especial autoridad. Sebna fue un mal mayordomo y fue reemplazado por Eliaquim como Primer Ministro del Reino, quien hizo las cosas rectamente. Los judíos sabían, entonces, que las llaves con las que se puede abrir y cerrar sin que nadie intervenga significaban una clara autoridad de gobierno sobre el Reino de Israel.

Lo que está haciendo Cristo, entonces, es un paralelo entre el mayordomo del Antiguo Reino de Israel y el nuevo Mayordomo (Pedro) del Nuevo Reino de Israel (la Iglesia). Por esta razón Pedro no tiene autoridad ni poder por sí mismo, sino porque Cristo se la otorgó al darle las llaves con las que lo nombra Mayordomo y Primer Ministro de su Reino y Pastor de su rebaño. Como indica el apologista católico José Miguel Arraiz: «El mayordomo era un ministro con las llaves del reino. Aunque el resto de ministros también tenían autoridad, la autoridad del mayordomo era superior. Todos ataban y desataban, pero lo que el mayordomo ataba los otros ministros no lo podían desatar y viceversa. (Se refiere esto a la autoridad de tomar decisiones). El mayordomo no era el rey, tenía autoridad conferida de la mano del Rey. Cristo quiere utilizar un ejemplo de su tiempo para que todos entendieran la nueva función de Pedro: ser el nuevo mayordomo de su Reino. Así como los antiguos reyes de Israel tenían un mayordomo, Cristo designa al suyo: a Pedro» [18]. Tiene sentido, entonces, que Jesús le haya cambiado el nombre puesto que cada vez que Dios cambia los nombres en las Escrituras es porque con ello viene un propósito detrás. Lo hizo con Abram cuando le cambió el nombre por Abraham que significa «padre de multitudes», lo hizo con Sarai cuando la llamó Sara que a su vez significa «madre de naciones». ¿En estos casos Dios les cambió el nombre y los dejó así? Desde luego que no. De hecho, si les cambió el nombre por Abraham y Sara fue porque ambos significan padre y madre de naciones respectivamente, y eso fue exactamente lo que sucedió: les dio una descendencia en Isaac, de quien luego vendría Israel para que finalmente viniese Cristo que conquistaría todas las naciones de la tierra. Lo mismo hizo con Jacob cuando le cambió el nombre por Israel que significa «fuerza de Dios» puesto que Jacob había luchado con Dios y con los hombres y había vencido según Génesis 32, 29. Resulta que Jesús hace lo mismo con Simón, cambiándole el nombre por Kēphas que significa «Piedra». Lo más coherente, según la lógica bíblica, es que el cambio de nombre vino con un propósito directamente relacionado con su significado. Así es que Pedro tiene la tarea de ser la piedra sobre la que Cristo funda su Iglesia, pero además de ser el Primer Ministro que gobierna sobre ella, puesto que a él le fueron dadas las llaves.

Siguiendo, además, con el paralelo de Isaías nos daremos cuenta de que Eliaquim fue «padre para los habitantes de Jerusalén y para la casa de Judá» (Isaías 22, 21). Siendo así que ahora Pedro se convierte en el nuevo Eliaquim, padre de la Nueva Jerusalén y el Nuevo Reino de Cristo. De ahí que él y sus sucesores sean llamados «papas» que literalmente significa «padre». La tipología se sigue haciendo evidente también con la figura de Abram, quien por su fe fue llamado Abraham que significa «padre de multitudes». Así también Simón, en virtud de su fe, le fue cambiado el nombre por el de Pedro, convirtiéndose en el nuevo Abraham, el padre de la Nueva Israel. Un padre, entonces, no es un cargo cualquiera, sino el de un líder que gobierna la casa, el del custodio del hogar. Por esta razón es que Jesús en un determinado momento le dijo: «¡Simón, Simón! Mira que Satanás ha solicitado el poder cribaros a ustedes como trigo; pero yo he rogado por ti, para que tu fe no desfallezca. Y tú, cuando hayas vuelto, confirma a tus hermanos» (Lucas 22, 31). Satanás había pedido permiso para perturbar a todos los apóstoles; sin embargo, es interesante observar que Jesús ora solo por Pedro y le pide exclusivamente a él que luego de pasada su traición, confirme a sus hermanos. Jesús le estaba pidiendo que ejerza su rol de líder y mayordomo de la casa. Asimismo, en el episodio del huerto de Getsemaní leemos: «Viene entonces donde los discípulos y los encuentra dormidos; y dice a Pedro: “¿Conque no habéis podido velar una hora conmigo?”» (Mateo 26, 40). Una vez más, ¿por qué Jesús viendo que todos los apóstoles estaban dormidos, solo le reclama a Pedro? Cuando en un lugar de trabajo, el jefe observa que todo un grupo de colaboradores ha fallado, ¿a quién le reclama sino al encargado, cabeza o líder del grupo? Él no va a estar increpando uno por uno, sino a quien dejó a cargo.

Esto es precisamente lo que observamos en Hechos de los Apóstoles: un apóstol que ejerce su autoridad como líder de los demás discípulos. Así, por ejemplo, en Hechos 15 se produce el primer Concilio de la historia de la Iglesia, en el que se discutía si los primeros cristianos que eran gentiles debían circuncidarse o no para ser salvos. Ya Bernabé y Pablo habían estado discutiendo con algunos que defendían la necesidad de la circuncisión, pero no llegaban a ningún acuerdo, por lo que ambos suben a Jerusalén para discutir esta cuestión con los apóstoles. Leemos entonces que «después de una larga discusión, Pedro se levantó y dijo: “Hermanos, vosotros sabéis que ya desde los primeros días me eligió Dios entre vosotros para que por mi boca oyesen los gentiles la Palabra de la Buena Nueva y creyeran…» (Hechos 15, 7). Luego de que Pedro acabase su discurso es más que interesante notar que «toda la asamblea calló y escucharon a Bernabé y a Pablo contar todas las señales y prodigios que Dios había realizado por medio de ellos entre los gentiles» (Hechos 15, 12). Es recién después de que Pedro se levantase entre todos y hablase con autoridad que recién los demás toman en consideración las palabras con las que Bernabé y Pablo habían estado queriendo defender su postura. No obstante, existe una objeción no solo protestante, sino también ortodoxa de que en este Concilio no fue Pedro la autoridad, sino Santiago, quien era obispo de Jerusalén y llegó a decir: «por tanto yo opino que no debemos molestar a los gentiles…» (Hechos 15, 19). Pareciera que es Santiago quien termina por juzgar la decisión de la asamblea, pero esta objeción se olvida de que al inicio de su discurso, el mismo Santiago dijo: «Hermanos, escuchadme, Simón ha referido cómo Dios ya al principio intervino para procurarse entre los gentiles un pueblo para su nombre» (Hechos 15, 13-14). Es curioso, más bien, que siendo Santiago el obispo de Jerusalén y no Pedro, sea éste quien hable primero, para que luego recién sea Santiago quien lo secunde refiriéndose a lo dicho primero por Pedro para luego desarrollar su discurso. Esto demuestra que Pedro, aún en un territorio en el que el obispo era otro, tenía autoridad para presidir los asuntos más importantes de la Iglesia, puesto que él tenía las llaves para abrir y cerrar, para atar y desatar. Por supuesto que todos los Apóstoles también tienen autoridad sobre la Iglesia, para atar y desatar tal como lo dijo Cristo, pero siempre que estén en comunión y bajo la autoridad con el único que posee las llaves del Reino.

Sin embargo, aún así, la postura ortodoxa argumenta que Pedro no podía actuar sin estar en necesaria comunión con los demás apóstoles, demostrando con esto que ciertamente tiene una primacía, pero no de gobierno, pues no puede atar ni desatar sin el consentimiento del colegio apostólico (lo cual vendría a ser la doctrina del conciliarismo). Pero como bien señala el apologista católico Suan Sonna, existe un pasaje en el mismo libro de los Hechos en el que Pedro ejerce su poder de atar y desatar por sí solo, sin el consentimiento de los demás apóstoles. En el capítulo 5 de Hechos, Ananías y Zafira caen muertos por haber desobedecido y ocultado parte de su dinero que debieron darlo a la comunidad, tal y como procedía la Iglesia primitiva cuyas propiedades las compartían en común. Lo interesante es que es Pedro quien los juzga y, sin necesidad de llamar a una discusión con los demás apóstoles para determinar el destino de estos creyentes, los condena él solo y ellos caen muertos inmediatamente. Hasta aquí el argumento puede parecer algo gratuito, pero no lo es en absoluto cuando entendemos el paralelo que existe con el Antiguo Testamento.

En el libro de Éxodo, Moisés establece un sistema de jueces, siguiendo el consejo de su suegro Jetro, para que junto con ellos juzgue todos los asuntos del pueblo de Israel. Cada vez que Moisés se sentaba empezaba a juzgar según la ley de Dios (Éxodo 18, 16). De ahí que la tradición judía conocía este juicio como «el trono de Moisés» o «la silla de Moisés» o «la cátedra de Moisés», a la que Jesús hace referencia en Mateo 23, 2. Ciertamente el Sanedrín era la Corte Suprema judía que administraba justicia e interpretaba la Ley de Moisés puesto que los fariseos y escribas estaban sentados en su cátedra. El paralelo empieza a aparecer cuando en Deuteronomio leemos que Dios mismo manda que «si alguno procede insolentemente, no escuchando ni al sacerdote que se encuentra allí al servicio de Yahveh tu Dios, ni al juez, ese hombre morirá. Harás desaparecer el mal de Israel. Así todo el pueblo, al saberlo, temerá y no actuará más con insolencia» (Deuteronomio 17, 12-13). Lo que leemos en Hechos de los Apóstoles es que, luego de que Pedro juzgase a Ananías y Zafira y ellos muriesen, «un gran temor se apoderó de toda la iglesia y de todos cuanto oyeron esto» (Hechos 5, 11). La tipología se esclarece entonces: así como todo el pueblo de Israel temerá por el desobediente que muere, así también toda la iglesia temió ante la muerte de Ananías y Zafira. El antiguo pueblo de Dios (Israel) era juzgado por Moisés y sus jueces delegados, de la misma manera el nuevo pueblo de Dios (la Iglesia) es juzgado por Pedro y quien él delegue. Y esto es porque, como bien reconoce el académico luterano Roger David Aus: «Así como Moisés nombró o comisionó a Josué para ser su pastor sucesor (Nm 27, 12-13), Jesús a su vez nombra a Simón Pedro para que sea su pastor sucesor. […] cristianos helenísticos y palestinos pueden haber considerado a Pedro estar sentado en el trono de Moisés» [19]. El hecho de que Pedro sea quien ocupa la silla de Moisés implica que él sí tiene el poder para juzgar y gobernar sobre el nuevo pueblo de Dios, y no solo se trata de un cargo de honor sin poder real que ejercer, como pretende hacer ver la Iglesia ortodoxa. Los propios académicos protestantes Walter Kaiser, Peter H. Davis y F. F. Bruce reconocen que Pedro es el único apóstol que ejerce este poder de atar y desatar de manera tan dramática e inmediatamente respaldada por Dios [20].

Finalmente citaremos a algunos Padres de la Iglesia que entendieron el poder de las llaves conferidas a Pedro. El mismo Hilario de Poitiers nos puede dar alguna luz: «Por esto tiene las llaves del reino de los cielos, por eso sus juicios terrenales son celestiales. […] El que niegue esto confesando que es una criatura, tiene que negar primero el apostolado de Pedro, su fe, su bienaventuranza, su sacerdocio, su testimonio; y después de todo esto sepa que se ha alejado de Cristo, porque Pedro mereció todas estas cosas por confesarlo como Hijo» [21]. Las llaves están conectadas a la facultad de poder emitir juicios doctrinales y pastorales. Por su parte, Afraates el Sirio, otro importante padre de finales del siglo III, escribe: «Simón, mi discípulo, Yo te he hecho la fundación de la Santa Iglesia. Yo te he llamado Pedro porque soportarás todas las construcciones. Tú eres el inspector de aquellos que construirán en la tierra la Iglesia para mí. Si ellos desean construir algo falso, tú, la fundación, los condenarás. Tú eres la cabeza de la fuente donde mi enseñanza fluye, tú eres el jefe de los discípulos. A través de ti daré de beber a todas las naciones…Yo te he elegido a ti para ser el primer nacido en mi institución…Yo te he dado a ti las llaves de mi reino y autoridad sobre todos mis tesoros» [22]. Asimismo, Dídimo el Ciego, un escritor del siglo IV de gran renombre, escribió también: «Pedro creyó que Cristo era una misma deidad con el Padre; y así fue llamado bendito por aquel quien solo es el bendito Señor. Sobre esta roca la Iglesia fue construida, la Iglesia a la cual las puertas del infierno –esto es, los argumentos de los herejes- no vencerán: a él fueron dadas las llaves del cielo» [23]. Es interesante señalar cómo este escritor considera las llaves como aquella garantía que impediría el triunfo de las herejías. Queda refutada, pues, con Biblia, patrística y sentido común, la postura de la Iglesia ortodoxa y las orientales separadas del sucesor de Pedro. Las llaves implican un poder para juzgar y gobernar sobre la Iglesia de Cristo y no solo un cargo honorífico.

En conclusión, se ha demostrado que tanto la interpretación protestante como la ortodoxa, —ciertamente las más exigentes por resolver— son falsas. Con el uso de las Escrituras, los Padres de la Iglesia y la razón se ha evidenciado que Pedro es la piedra sobre la que Cristo fundó su Iglesia y que las llaves que le fueron dadas le confieren una autoridad para gobernar por sobre los demás apóstoles. Luego, la Iglesia Católica Romana, liderada por el legítimo sucesor de Pedro, es la verdadera Iglesia de Jesucristo. 

1

 Pérez Millos, Samuel. (2016) Comentario exegético al texto griego del Nuevo Testamento: Juan. España: CLIE. p. 214

2

 White, R. (1996) The Roman Catholic Controversy: Catholics and Protestants—do the differences still mather? Minesota: Bethany House Publishers. p. 117

3

 Ibid, p. 118

4

 Horn, T. (2017) The Case for Catholicism: Answers to Classic and Contemporary Protestant Objections. San Francisco: Ignatius Press. c. 5.

5

 John A. Broadus, Commentary on the Gospel of Mathew (Valley Forge, PA: Judson Press, 1886), 356.

6

 Ibid, p. 355.

7

 Gerhard Friedrich, ed., and Geoffrey W. Bromley, trans. And ed., Theological Dictionary of the New Testament, vol. VI, (Grand Rapids, MI: Eerdmans, 1968), 98-99

8

 J. Knox Chamblin, “Matthew”, in Walter A. Elwell, ed. Evangelical Commentary on the Bible, (Grand Rapids, MI: Baker, 1989, 742)

9

 Craig L. Blomberg, The New American Commentary: Mathew, vol. 22 (Nashville: Broadman, 1992), 251-252.

10

 Catecismo de la Iglesia Católica 424.

11

 Catecismo de la Iglesia Católica 552.

12

 Allison, G. (2014). Roman Catholic Theology: Theology and Practice: An evangelical Assessment. USA: Crossway. c. 5.

13

 Hilario de Poitiers, La Trinidad, VI, 20. BAC 481, pág. 259

14

 Afraates, Hommily 7:15, De Paenitentibus, ed. Parisot in Patrología Syriaca, vol. 1, col. 335, in Michael M. Winter, St Peter and the Popes, (Baltimore: Helicon, 1960),58

15

 Afraates, Hommily 7:15, De Paenitentibus, ed. Parisot in Patrología Syriaca, vol. 1, col. 335, in Michael M. Winter, St Peter and the Popes, (Baltimore: Helicon, 1960),58

16

 Ambrosio, Sermon 4, in The Great Commentary of Cornelius Lapide, II, Catholic Standard Library, trans, Thomas Mossman, (John Hodges & Co., 1887), 220, in Michael Malone, ed., The Apostolic Digest, (Irving, TX:Sacred Heart,1987), 248

17

 Ambrosio (Commentaries on Twelve of David’s Psalms, 40, 30; Jurgens, II, 150)

18

 Arraiz, José Miguel. ¿Era Pedro la piedra sobre la que se edificaría la Iglesia en Mateo 16, 18? Catholic.net https://publ.cc/0ymNi

19

 Simon Peter’s Denial and Jesus’ Commissioning Him as His Successor in John 21:15-19. Studies in Their Judaic Background (Studies in Judaism; Lanham, MD: University Press of America, 2013).

20

 Jr. Walter C. Kaiser, Peter H. Davids, F. F. Bruce, Hard Sayings of the Bible (2013).

21

 Hilario de Poitiers, Op. Cit. p. 280-282

22

Efrén, Homilies 4,1 Traducido de W. A. Jurgens, The Faith of the Early Fathers, Tomo I, (Collegeville, MN: The Liturgical Press, 1970),311

23

 Dídimo el Ciego, Sobre la Trinidad, I, I,30 (PG 39:416)

PorJonatan Medina