Según lo visto en el artículo anterior, el Primado de Pedro puede ser abordado desde dos perspectivas. La primera es acerca del significado de la piedra y las llaves, y la segunda es sobre la primacía de la sede de Roma. Es decir, una cosa es demostrar que Pedro es la piedra sobre la cual Cristo edificó su Iglesia y otra es demostrar que el Apóstol dejó su sucesor en Roma, de manera tal que este tiene la primacía de gobierno hasta hoy en lo que todos conocemos como la figura del Papa. Debido a esto hay quienes distinguen el Primado de Pedro de la Primacía Papal, cuestionando su relación. Esto explica por qué muchos académicos protestantes —como se señaló en el artículo anterior— llegan a admitir que Pedro es la piedra sobre la cual Jesús fundó la Iglesia, pero aún así no abrazan el catolicismo. Y es que muchos de ellos pasan a argumentar que del hecho de que Pedro sea la piedra o roca no se sigue que el Papa actual sea su sucesor. Para esto habría que demostrar, primero, la veracidad de la Sucesión Apostólica y, segundo, que Pedro efectivamente dejó su sucesor en Roma. Por otro lado, los ortodoxos no tienen problemas en admitir que el Papa es el sucesor de Pedro y como tal su sede episcopal tiene una primacía, pero no de gobierno, sino solo de honor. Al mismo tiempo, suelen acusar de que fue Roma la que se separó de la Pentarquía que era el gobierno original del cristianismo universal. Nuevamente nos enfrentamos ante dos principales objeciones: la protestante y la ortodoxa. En la primera parte del presente tema demostramos que Pedro es la piedra fundacional de la Iglesia y que las llaves le dan el poder de gobernarla. En esta segunda parte vamos a demostrar con Biblia, Patrística, historia y arqueología que Pedro dejó su sucesor en Roma y que dicha sede tiene la potestad de regir la Iglesia universal desde el siglo primero hasta el fin de los tiempos.
Empecemos por responder a la postura protestante y sus objeciones más comunes. No vamos a demostrar aquí la validez ni necesidad de la Sucesión Apostólica, para esto recomendamos leer el artículo La Sucesión Apostólica: una Iglesia ininterrumpida. Ya dando por sentada la validez y necesidad de esta Sucesión, queda por demostrar que Pedro no solo estuvo en Roma, sino que murió ahí, fijando en esta sede a los que serían sus siguientes sucesores. Diversos protestantes llegan a negar que Pedro haya siquiera estado en Roma y mucho menos que haya presidido una iglesia ahí. Así, por ejemplo, el teólogo reformado Loraine Boettner afirma:
Lo reseñable, sin embargo, sobre el supuesto obispado de Pedro en Roma es que el Nuevo Testamento no dice una sola palabra sobre ello. La palabra Roma aparece sólo nueve veces en la Biblia, y Pedro jamás es mencionado en conexión con ella. No hay ninguna alusión a Roma en cualquiera de sus dos epístolas. El viaje de Pablo a la ciudad es narrado con gran detalle. Lo cierto es que no hay base en el Nuevo Testamento ni pruebas históricas de ningún tipo de que Pedro estuviese alguna vez en Roma. Todo se basa en la leyenda [1].
¿Qué podemos decir al respecto? Ciertamente en la Biblia nunca encontramos explícitamente que Pedro estuvo en Roma, pero tampoco hay razones para creer lo contrario. De hecho, hay un pasaje en el que podemos concluir lógicamente que el Apóstol sí estuvo en Roma. En 1 Pedro 5, 13 leemos: «Os saluda [la iglesia] que está en Babilonia, elegida como vosotros, así como mi hijo Marcos». En este versículo hay dos palabras claves que ofrecen pistas de que Pedro estuvo en Roma cuando escribió esta carta. Primero es la referencia a Babilonia y segundo la referencia a Marcos. Empecemos con esta última que nos llevará consecuentemente a la referencia de Babilonia. Aproximadamente en el año 60, Pablo es apresado y enviado a la capital del Imperio, de donde escribe su carta a los colosenses. En ella leemos: «Os saludan Aristarco, mi compañero de cautiverio, y Marcos primo de Bernabé, acerca del cual recibisteis ya instrucciones. Si va a visitaros, dadle buena acogida» (Colosenses 4, 10). San Pablo, ya en cautiverio romano, registra que estaba junto a Aristarco y Marcos, quien luego es mencionado por Pedro como «su hijo». Es sabido que Marcos fue discípulo de Pedro, su hijo espiritual y una suerte de secretario que terminó por escribir uno de los cuatro evangelios canónicos. Si Marcos estaba en Roma, y Pedro estaba con él, podemos concluir que el Apóstol también estuvo en la capital del Imperio. Sobre la Babilonia aquí mencionada se ha dicho incluso mucho más. La posición protestante suele afirmar que se trata literalmente de la antigua Babilonia. Pero esta interpretación ignora la tradición primitiva de la Iglesia. Los primeros cristianos solían llamar a la Roma pagana como la Nueva Babilonia, dado que, así como este Imperio había perseguido al Antiguo Pueblo de Dios (Israel), ahora era la Roma imperial la encargada de martirizar al Nuevo Pueblo de Dios (La Iglesia). Esto lo podemos ver en el mismo libro del Apocalipsis, en el que se hace mención al Imperio Romano como Babilonia al menos unas seis veces. Asimismo, los judíos que habían sido testigos de la caída de Jerusalén en el 70 d.C. llamaban también a la Roma imperial como Babilonia, puesto que, así como el Imperio babilónico había destruido el Primer Templo de Salomón, el Imperio romano había hecho lo mismo con el Segundo Templo. Esto lo podemos ver en los libros apócrifos de Apocalipsis siríaco de Baruc y Apocalipsis de Esdras, y lo mismo con el libro Oráculos Sibilinos, sobre el cual el teólogo y traductor del Nuevo Testamento uruguayo Fr. Claudio Bedriñán, comenta:
Son muchos los testimonios que hablan de Babilonia como nombre simbólico de Roma. En el libro de los Oráculos Sibilinos V, 143, Roma es denominada Babilonia en un contexto donde se hace mención del retorno de Nerón, ya que a un monarca misterioso, rey de Babilonia se lo describe con las características que llevan a identificarlo con este legendario emperador romano. […] Es preciso, por lo tanto, que esta semejanza se apoye sobre una base común: tanto Babilonia como Roma fueron feroces capitales imperiales y ambas fueron perseguidoras de los santos de Dios. [2]
A cerca de esto el obispo anglicano, erudito en Nuevo Testamento, John A. T. Robinson resumen el tema con las siguientes palabras:
Los “saludos de la que habita en Babilonia, elegida por Dios como tú” (1 Pedro 5,13) se acepta casi universalmente como un disfraz para la iglesia en Roma. El seudónimo es indiscutible en el libro de Apocalipsis (14.8; 16.19; 17.5; 18.2, 10, 21) como lo es en otros escritos judíos y cristianos tardíos (II Bar.10.1f; 11.1; 67.7; III Esd.3.1f. , 28, 31; Orac. Sib. 5. 143, 159 y sigs.), Y así se entendió aquí ya en Papías. [Eusebio, HE 2.15.] [3]
Por su parte, el historiador Eusebio de Cesarea en su obra La Crónica parece cerrar la cuestión con estas elocuentes palabras: «Se dice que la primera epístola de Pedro, en la cual hace mención a Marcos, fue compuesta en la misma Roma; y que él mismo indica esto, refiriéndose figurativamente a la ciudad como Babilonia». [4] Vale preguntarse: ¿por qué Pedro se refirió a Roma figurativamente y no explícitamente para simplificar el asunto? La razón es que para ese entonces los cristianos eran tan perseguidos por las autoridades romanas que se veían obligados a reunirse en secreto. Así que Pedro recurre al apelativo que comúnmente se usaba en la iglesia primitiva para referirse a Roma como una estrategia para cuidarse de ser capturado. En esos momentos, si hubiese escrito abiertamente que estaba en la capital del Imperio, sabiendo que las correspondencias eran revisadas por las autoridades romanas, él mismo se hubiese condenado a muerte.
Queda claro, entonces, que incluso la propia Escritura nos dice implícitamente que Pedro sí estuvo en Roma. Pero no solo tenemos prueba bíblica de este hecho, sino abundantes testimonios patrísticos. Ya San Ireneo de Lyon, importante obispo del siglo II, escribía en su conocida obra Contra las herejías:
Pero como sería muy largo en un volumen como este enumerar las sucesiones de todas las Iglesias, nos limitaremos a la Iglesia más grande, más antigua y mejor conocida por todos, fundada y establecida en Roma por los dos gloriosísimos Apóstoles Pedro y Pablo, demostrando que la tradición que tiene recibida de los Apóstoles y la fe que ha anunciado a los hombres han llegado hasta nosotros por sucesiones de obispos. [5]
Eusebio de Cesárea en su famosa Historia eclesiástica, registra que: «en el mismo reinado de Claudio, la providencia toda buena y graciosa que cuida de todas las cosas guio a Pedro, el gran y poderoso entre los Apóstoles, quien, debido a su virtud, era el portavoz de todo los demás, en Roma» [6]. Mientras que en su ya mencionada obra La Crónica, el historiador nos dice que: «Nero, además de todos sus otros crímenes, es el primero en hacer una persecución contra los Cristianos, en la cual Pedro y Pablo murieron gloriosamente en Roma» [7]. El mismo Eusebio cita a Orígenes quien afirma que: «Finalmente [Pedro], habiendo venido a Roma, fue crucificado cabeza abajo; porque él mismo solicitó que quería sufrir de esa manera» [8] . Por otro lado, San Pedro de Alejandría, obispo del siglo III, afirma que: «Pedro, el primero escogido de los Apóstoles, que ha sido detenido frecuentemente, lanzado en la prisión y tratado con ignominia, por fin fue crucificado en Roma» [9]. Estos Padres de la Iglesia no solo aseveran que Pedro fundó la Iglesia en Roma junto a Pablo, sino que fue ahí donde murió en el martirio. De ahí que reconocidos académicos protestantes hayan tenido que admitir lo que la evidencia histórica arroja sobre Pedro y su relación con Roma. Por ejemplo, Kenneth Scott Latourette, historiador bautista, escribe: «Pedro viajaba, porque sabemos estuvo en Antioquía, y lo que parece una tradición digna de confianza, sabemos que estuvo en Roma y allí murió» [10]. Por su parte el teólogo luterano alemán Adolf Von Harnack reconoce: «Negar la estancia en Roma de Pedro es un error que ahora es claro para cualquier estudiante que no es ciego. La muerte por el martirio de Pedro en Roma ha sido impugnada debido al prejuicio protestante» [11].
La arqueología, por su parte, sentencia este debate con el descubrimiento que en 1939 un grupo de arqueólogos hicieron bajo el suelo del Vaticano. Se trataba de una calle subterránea repleta de tumbas del siglo I, en donde una de ellas apuntaba a ser el sepulcro de San Pedro que contenía incluso huesos humanos. En 1956 una segunda investigación reveló que dichos huesos databan del siglo I y que pertenecían a un hombre de unos 60 o 70 años. Hubo, además, otro descubrimiento que no dejó dudas sobre la identidad de los restos: los huesos habían estado envueltos con una tela de color púrpura y dorada y habían sido colocados en un nicho de mármol, como símbolo de gran respeto, y en el interior del nicho había una inscripción que en griego decía: «Pedro está aquí» [12]. Así es que, tras años de exhaustiva investigación, el Papa Pablo VI anunció en 1968 que las reliquias del Apóstol habían sido encontradas, para que finalmente el 24 de noviembre del 2013 el Papa Francisco las exhiba públicamente por primera vez.
Ha sido demostrado bíblica, patrística, histórica y arqueológicamente que el Apóstol San Pedro fundó la Iglesia en Roma y murió ahí bajo el martirio del Imperio. El protestante no puede ignorar la evidencia, solo puede negarla o cuestionarla, pero sin ofrecer pruebas alternativas al respecto. Sabiendo, entonces, que Pedro murió en Roma, y que las llaves suponen además un poder de Sucesión, podemos concluir que su legítimo sucesor es el obispo de Roma. Así lo entendieron también los Padres de la Iglesia como Tertuliano que a finales del siglo II escribe:
Pero si te encuentras cerca de Italia, tienes Roma, de donde también para nosotros está pronta la autoridad. Qué feliz es esta Iglesia a la que los Apóstoles dieron, con su sangre, toda la doctrina, donde Pedro es Igualado a la pasión del Señor, donde Pablo es coronado con la muerte de Juan [el Bautista]. [13]
Cipriano de Cartago, destacado obispo y mártir del siglo III, dice palabras más que sorprendentes con respecto a la importancia de estar en comunión con el sucesor en Roma:
La Iglesia es una sola, y así como ella es una, no se puede estar a la vez dentro y fuera de la Iglesia. Porque si la Iglesia está con doctrina del [hereje] Novaciano, entonces está en contra del [Papa] Cornelio. Pero si la Iglesia está con Cornelio, el cual sucedió en su oficio al obispo [de Roma] Fabián mediante una ordenación legítima, y al cual el Señor, además del honor del sacerdocio concedió el honor del martirio, entonces Novaciano está fuera de la Iglesia. [14]
Por su lado, Hilario de Poitiers, conocido como el «martillo de los arrianos», reconoce en el obispo de Roma como al legítimo sucesor de Pedro cuando al Papa Julio I le escribe:
Y usted, el más apreciado y amado hermano, aunque ausente de nosotros en cuerpo, presente en el mismo pensamiento y voluntad […] Para ello se considera que lo mejor y consecuente, si a la cabeza, que es la silla del apóstol San Pedro, los sacerdotes del Señor informan (o, consultan) desde cada una de las provincias [15].
San Agustín de Hipona, tan respetado y considerado por el protestantismo reformado, es más que claro al respecto cuando en una de sus cartas escribe que «…veían que Ceciliano estaba unido por cartas de comunión a la Iglesia romana, en la que siempre residió la primacía de la cátedra apostólica….» [16]. Famosa es también su frase «Roma locuta, causa finita (Roma ha hablado, el caso está cerrado)» [17]. Por su parte, San Atanasio de Alejandría, otro defensor de la ortodoxa frente al arrianismo, comenta al respecto:
Cuando dejé Alejandría, no fui a la sede de sus hermanos, ni a ninguna otra persona, sino solo a Roma, y habiendo puesto mi caso ante la Iglesia (era lo único que me importaba), dediqué mi tiempo a la adoración pública [18].
Ahora bien, no solo fueron los Padres de la Iglesia quienes reconocieron en el obispo de Roma al legítimo sucesor de Pedro y por tanto al pastor de la Iglesia universal, sino también los propios concilios ecuménicos. Es conocida la historia del Concilio de Calcedonia en el que el Papa León Magno no pudo asistir, pero mandó a sus representantes, además de la carta conocida hoy como el Tomus Leonis para solucionar un asunto de controversia cristológica. Luego de que los padres conciliares la leyeran, proclamaron en conjunto: «¡Pedro nos ha hablado por boca de León!» [19]. Queda así demostrado que la tradición eclesiástica, por medio de sus concilios y patrística, ha reconocido que la autoridad del oficio petrino no se acabó con la muerte de San Pedro, sino que continuó por medio de sus sucesores en Roma.
No obstante, pese a toda esta evidencia aún pueden existir objeciones basadas en malinterpretaciones bíblicas. Por ejemplo, son muchos los protestantes que dicen seguir «solo a Cristo», mientras que nos acusan a los católicos de seguir a un hombre (el Papa). Para esto recurren al siguiente pasaje: «Porque, hermanos míos, estoy informado de vosotros, por los de Cloe, que existen discordias entre vosotros. Me refiero a que cada uno de vosotros dice: “Yo soy de Pablo”, “Yo de Apolo”, “Yo de Cefas”, “Yo de Cristo”. ¿Esta dividido Cristo? ¿Acaso fue Pablo crucificado por vosotros? ¿O habéis sido bautizados en el nombre de Pablo?» (I Corintios 1, 11-13). ¿No hubiese sido la oportunidad perfecta para que Pablo dijera que debíamos «ser de Cefas o Pedro»? Pues a decir verdad no. La Iglesia Católica no enseña que los miembros de la Iglesia «son del Papa». El Obispo de Roma no es dueño ni de la Iglesia ni de ningún fiel. Es simplemente el pastor del rebaño universal, tal y como lo quiso Cristo (Juan 21, 15-17). Cristo es el Rey, Pedro por su parte es el mayordomo, como ya se demostró en el artículo anterior. Además, para cuando fue escrita esta carta, las disputas que existían en Corinto no habían llevado a ningún cisma, como sí sucedió siglos más tarde, por lo que los Padres de la Iglesia y los Concilios entendieron que era el Primado de Pedro lo que Cristo había constituido para guardar la unidad. Puede sonar muy bienintencionado seguir «solo a Cristo», pero seguirlo realmente implica obedecerlo en todo lo que él quiso, y fue él mismo quien edificó su Iglesia sobre Pedro, nombrándolo el pastor universal.
Ahora pasemos a resolver las objeciones de la postura ortodoxa. Lo que básicamente argumentan los ortodoxos es que, o bien Roma tiene la misma autoridad y poder que cualquier otra diócesis, basándose en la idea de que a todos los Apóstoles les fue dado el poder de atar y desatar (Mateo 18, 18), o bien Roma solo goza de un cargo de honor, mas no de gobierno. Algunos apologistas ortodoxos afirman que fue Roma la que se empezó a auto-otorgar facultades que no le correspondían por una cuestión de poder, separándose así de la Pentarquía original del cristianismo universal. No podemos negar que hubo momentos de la historia en que Roma hizo uso excesivo de la autoridad de su primado, pero de esto no se sigue que su primacía fuera o sea inválida. Para refutar esta objeción, pasaremos a citar a algunos Padres de la Iglesia de Oriente que reconocieron en el obispo de Roma a la máxima autoridad de la Iglesia universal. Los propios Padres que la Iglesia Ortodoxa venera como sus santos no duraron en abrazar el Primado de Pedro por medio de sus sucesores. Así, por ejemplo, Máximo el Confesor, monje y teólogo de Constantinopla, escribió:
¿Cuánto más en el caso del clero y la iglesia de los romanos que desde antiguo hasta hoy preside sobre todas las iglesias que existen bajo el sol? Seguramente habiendo recibido esto canónicamente, tanto de los concilios y de los apóstoles como de los príncipes [Pedro y Pablo] y siendo enumerados en su compañía, ella no está sujeta a los escritos o puntos de los documentos sinodales a causa de la eminencia de su pontificado. Incluso en todas estas cosas todas están igualmente sujetas a ella [la Iglesia de Roma] de acuerdo a la ley sacerdotal. Y entonces sin miedo sino con toda la santa confianza estos ministros [los papas de Roma] son la auténtica roca firme e inamovible que es la mayor grandeza de la Iglesia Apostólica de Roma[20].
Asimismo, los famosos San Cirilio y Metodio, los hermanos misioneros bizantinos que evangelizaron los países eslavos, escriben:
Por su primacía no le es requerido al Pontífice de Roma asistir a un Concilio Ecuménico, pero sin su participación manifestada por el envío de sus subordinados cada Concilio Ecuménico sería inexistente porque es él quien preside sobre el Concilio.
[…]
No es verdad, como lo afirma este Canon, que los Santos Padres dieran la primacía a la antigua Roma por ser la capital de Imperio, es desde lo alto, por gracia divina que este primado encuentra sus orígenes. Porque de la intensidad de su fe Pedro, el primero de los Apóstoles recibió estas palabras del propio Nuestro Señor Jesucristo: “Pedro, ¿me amas? apacienta mis ovejas”. Es esta la razón del orden jerárquico de Roma y su lugar preminente como Primera Sede. Esta es la razón por la que los límites de la vieja Roma son eternamente inamovibles y que esta es la visión de todas las Iglesias. [21]
[…]
Es interesante observar cómo es que desde aquí ya podemos vislumbrar ciertas luces de la doctrina de la Infalibilidad Papal aún en los propios Padres de la Iglesia Oriental.
¿Y qué decir con respecto al argumento de la Pentarquía como gobierno original? A saber, la Pentarquía fue un periodo de la historia del cristianismo en el que cinco sedes del Imperio Romano gozaban del título de Patriarcado, constituyéndose así como los episcopados más importantes por encima de cualquier otra diócesis ordinaria. Las cinco sedes eran —según cargo de honor— Roma, Constantinopla, Alejandría, Antioquía y Jerusalén. Pero la verdad es que antes de que Constantinopla se creara como sede Patriarcal y desplazara a Alejandría del segundo lugar, lo que realmente existía era un Triunvirato de las Sedes Petrinas. La tradición nos dice que Marcos, el discípulo de Pedro, fue enviado por él para fundar y presidir la Iglesia en Alejandría, Egipto. Por la propia Escritura también sabemos que el mismo Pedro fundó la Iglesia en Antioquía (Gálatas 2, 11), donde fue obispo por un tiempo para luego dejar como sucesor a Evodio, para finalmente irse a Roma donde presidiría la Iglesia hasta su muerte, fijando ahí sus sucesores finales. Ya en el siglo IV, el Papa Dámaso lo explica de la siguiente manera:
Si bien todas las Iglesias Católicas dispersas por el mundo conforman una sola esposa de Cristo, de cualquier manera la Santa Iglesia Romana ha sido puesta al frente no para conciliar las decisiones de las Iglesias sino que ha recibido la primacía por la voz evangélica de Nuestro Señor y Salvador que dijo: “Tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia (Mt.16,18-19)”. Además de esto hay también un vaso de elección en la compañía del Apóstol Pablo, quien junto con Pedro en la ciudad de Roma en tiempos de Cesar Nerón consagraron juntos la antes mencionada Santa Iglesia Romana a Cristo el Señor y con su misma presencia y venerable triunfo [martirio] la colocaron al frente de las demás ciudades del mundo. La primera sede es entonces la de Pedro Apóstol y la Iglesia Romana que no han tenido mancha ni culpa ni nada similar. La segunda sede es la de Alejandría consagrada en representación del bienaventurado Pedro por Marcos su discípulo y evangelista que fuera enviado a Egipto por el Apóstol Pedro. La tercera sede es Antioquía que perteneciera al Apóstol Pedro y donde él morara antes de llegar a Roma y donde el nombre de “cristianos” fuera utilizado por primera vez al Nuevo Pueblo [22].
San Gregorio Magno lo aclara también con las siguientes palabras:
Aunque hay muchos apóstoles, sin embargo, con respecto al principado mismo, la Sede del Príncipe de los apóstoles solo se ha fortalecido en autoridad, que en tres lugares es la Sede de uno. Porque él [Pedro] mismo exaltó la Sede en la que se dignó incluso a descansar y terminar la vida actual [Roma]. Él mismo adornó la Sede a la que envió a su discípulo como evangelista [Marcos a Alejandría]. Él mismo estableció la Sede en la que, aunque debía abandonarla, permaneció sentado durante siete años [Antioquía]. Desde entonces es la Sede de una, y una Sede, sobre la cual, por autoridad Divina, ahora presiden tres obispos, lo que sea que escuche de ustedes, me lo imputo a mí mismo. Si crees algo bueno de mí, imputa esto a tus méritos, ya que somos uno en Aquel que dice: “Para que todos sean uno, como Tú, Padre, eres en mí y yo en ti para que ellos también sean uno en nosotros “(Juan 17, 21) [23].
Finalmente, San Juan Crisóstomo, obispo de Antioquía, mientras ocupaba esta sede escribe lúcidamente:
Porque este es el gran privilegio de nuestra ciudad, Antioquía, que recibió al líder de los Apóstoles [Pedro] como su maestro al principio. Porque era correcto que ella, que fue adornada por primera vez con el nombre de los cristianos, antes de todo el mundo debería recibir al primero de los Apóstoles como su Pastor. Pero aunque lo recibimos como maestro, no lo retuvimos hasta el final, sino que lo entregamos a la Roma real [24].
Queda claro, pues, que la primera sede que fundó San Pedro fue Antioquía, donde presidiría por siete años, para luego ir a Roma por más de veinte años hasta su muerte, fijando ahí sus sucesores con el máximo Primado [25]. Durante este periodo de tiempo fue que envió a su discípulo Marcos a fundar la Iglesia de Alejandría, razón por la cual estas tres sedes —Roma, Alejandría y Antioquía— fueron consideradas Petrinas y como tales las tres primeras Patriarquías de la Iglesia católica. De esta manera, una era la sede que tenía el primado de Europa u Occidente (Roma), otra la que tenía el primado para el África (Alejandría) y otra para el Asia u Oriente (Antioquía), asegurando así una completa evangelización por todo el mundo hasta ese entonces conocido, aunque siempre con Roma como aquella que gozaba del primado universal. Lo interesante es que actualmente las tres Sedes Petrinas están en plena comunión. La Sede de Roma (católicos latinos), la Sede de Alejandría (católicos coptos) y la Sede de Antioquía (católicos maronitas, siriacos y melquitas) pertenecen a la misma Iglesia al reconocer como autoridad suprema del Obispo de Roma. Vale decir que aquí no hablamos de la Iglesia Copta Ortodoxa que se separó después del Concilio de Calcedonia en el 454, sino de la Iglesia Católica Copta que es una de las 24 iglesias sui iuris de la Iglesia Católica. Estas iglesias son comunidades orientales que volvieron a la comunión con Roma luego de alguna separación durante la historia. La Iglesia Católica, al comprender que cada comunidad tenía ya sus propias tradiciones litúrgicas o culturales, les otorgó la figura jurídica sui iuris; es decir, iglesias con autonomía en cuanto a legislación de ritos y disciplina, pero no en cuanto a dogmas, que son universales y comunes a todas las iglesias, garantizando la unidad de la fe, formando así una única Iglesia Católica en obediencia al Papa. Así, por ejemplo, la Iglesia melquita está presidida autónomamente por el Patriarca José I, mientras que la Iglesia Greco-Católica Ucraniana por el Arzobispo Mayor Sviatoslav Shevchuk, pero ambas tienen al mismo tiempo como autoridad suprema al Obispo de Roma. En tal sentido, es importante no confundir estar en comunión con Roma, lo cual es necesario para pertenecer a la única Iglesia de Cristo, y ser católico de rito romano, puesto que son 29 los ritos que existen en la rica diversidad de la Iglesia Católica, como por ejemplo el rito bizantino, armenio o antioqueño.
Queda desmentida así la idea de que fue la Pentarquía el gobierno original de la Iglesia. De hecho, fue siempre Constantinopla la que trató de usurpar el lugar de las Sedes Petrinas, aunque nunca por encima de Roma, acaso consciente de que ella gozaba del reconocimiento de la Iglesia universal. Sucedió que como Constantinopla era la capital del Imperio Bizantino, y ya era conocida como la «Nueva Roma», los monarcas intentaron varias veces que la reconocieran como Patriarcado para que gobierne así a las iglesias de oriente. Desde el Concilio de Calcedonia, el obispo de constantinopolitano pedía poder recibir el cargo de Patriarca, pero le era negado debido a que no gozaba de origen apostólico, como sí lo hacían otras sedes. Pero no fue hasta alrededor del 700 d.C., después de que Alejandría y Antioquía cayeran en manos de los musulmanes, que Roma elevó el rango de la sede de Constantinopla a Patriarcado para que así pueda encargarse de la iglesias orientales. No obstante, es importante señalar que la sede nunca fue apostólica ni tuvo tradiciones gloriosas, sino que fue elevada a Patriarcado por una cuestión estrictamente política, mientras que Roma, Alejandría y Antioquía lo eran por haber sido Sedes Petrinas, aún en tiempos de persecución imperial.
Habiendo demostrado con Biblia, historia, Patrística y arqueología que Pedro fundó y presidió la Iglesia en Roma hasta su muerte, y comprendiendo que sus sucesores tienen entonces el mismo poder que le fue dado al Apóstol, terminamos con las siguientes palabras de Cipriano de Cartago:
Cierto que lo que fue Pedro lo eran también los demás, pero el primado se da a Pedro y se pone de manifiesto una sola Iglesia y una sola cátedra. Todos son también pastores, pero se nos muestra un solo rebaño que ha de ser apacentado de común acuerdo por todos los apóstoles. Quien no mantiene esta unidad de Pedro, ¿cree que mantiene la fe? Quien se separa de la cátedra de Pedro, ¿confía en que está en la Iglesia? [26]
Concluimos con toda seguridad razonable afirmando que la única Iglesia de Jesucristo es aquella que es gobernada por el legítimo sucesor de aquel que Cristo encomendó como el pastor de sus ovejas: Pedro. La lógica final es simple: ¿cómo saber que pertenecemos a la verdadera Iglesia de Cristo? Siendo parte del rebaño del pastor que Él mismo designó. Luego, la Iglesia Católica Apostólica Romana es la verdadera Iglesia de Jesucristo.
1
Loraine Boettner, Catolicismo Romano, Imp. Batista Regular, 1985, p. 117
2
Fr. Claudio Bedriñán, ofm. cap. Babilonia la ciudad corrupta, estudio de teología bíblica basado en Apocalipsis 17 y 18, Montevideo, 1997.
3
John A.T. Robinson, Redating the New Testament, 1976, p. 136
4
Eusebio de Cesarea, La Crónica, 303
5
Ireneo de Lyon, Contra las herejías 3, 3, 2. Johanes Quasten, Patrología I, Biblioteca de autores cristianos 206, Quinta Edición, Madrid 1995, p. 303.
6
Eusebio de Cesarea, Historia eclesiástica 2, 14, 6.
7
Eusebio de Cesarea, La Crónica Ad An. Dom 68, J651cc.
8
Eusebio de Cesarea, 3,1,1-3; Mazod, 17.
9
Pedro de Alejandría, Carta Canónica, Canon 9, 306 d.C.
10
Kenneth Scott Latourette, Historia del Cristianismo Tomo I, Casa Bautista de Publicaciones, 1958, p. 112.
11
Adolf Von Harnack, Dogmengeschichte, 4 ª ed., P. 486 (c. 1904) citado en BC Butler en “La Iglesia y la infalibilidad” pg. 140 (c. 1954)
12
Aleteia. https://es.aleteia.org/2013/11/22/esta-enterrado-realmente-san-pedro-en-el-vaticano/ consultado el 16 de febrero de 2022.
13
Tertuliano. Prescripciones contra todas las herejías. Capítulo XXXVI.2-3. Tomado de Fuentes Patrísticas 14. Tertuliano. “Prescripciones contra todas las herejías”. Salvador Vicastillo. Editorial Ciudad Nueva. Pag. 271
14
Cipriano, Epístola 75, 3.
15
Hilario de Poitiers, Fragment 2 ex opere Historico (ex Epistle Sardic. Concil. Ad Juliaum) n.9, p. 629
16
Agustín de Hipona, Epístola 43,3,7
17
Agustín de Hipona, Sermón N 131.10. Giles, E. Documents Illustrating Papal Authority A.D. 96-454, London: S.P.C.K., 1952, 204
18
Atanasio, Defence before Constantius 4, NPNF 2, Vol. IV, 239
19
Concilio de Calcedonia, Actas del Concilio, Sesión 2. Schwartz, II, vol. I, pars altera, p. 81 (277) (Act. III); Mansi, VI, 971 (Act. II)
20
Maximus, in J.B. Mansi, ed. Amplissima Collectio Conciliorum, vol. 10
21
Methodius. N. Brian-Chaninov, The Russian Church (1931), 46; cited by Butler, Church and Infallibility, 210. (Upon This Rock (San Francisco: Ignatius, 1999), p. 177
22
Decree of Damasus # 3, 382 A.D.
23
San Gregorio Magno, Sobre la unidad de las tres sedes apostólicas, Página Iglesia Católica Bizantina: https://www.facebook.com/Ecclesia.Sui.Iuris/posts/438826867741987
24
Crisóstomo, Sobre la inscripción de los actos, II. Tomado de Documentos que ilustran la autoridad papal (Londres: SPCK, 1952), E. Giles, Ed., P. 168. Cf. Chapman, Studies on the Early Papacy, p. 96 )
25
El Primado del Sucesor de Pedro en el Ministerio de la Iglesia, Congregación para la Doctrina de la fe, 3.
26
Cipriano, La unidad de la Iglesia, Editorial Ciudad Nueva, Biblioteca de Patrística, Madrid, 2001, p.47