Serie: Apologética Cristiana

¿Es Jesús verdaderamente el Mesías?

Respondiendo al judaísmo

Por Mauricio Briceño

Serie: Apologética Cristiana

¿Es Jesús verdaderamente el Mesías?

Respondiendo al judaísmo

por Mauricio Briceño

A lo largo de los artículos anteriores, se ha demostrado racionalmente que el cristianismo es la religión verdadera. Sin embargo, es necesario para el cristiano recordar o notar los siguientes hechos: primero, que el cristianismo no es la única religión existente y, segundo, que las demás religiones también reclaman para sí mismas ser la auténtica o única forma de espiritualidad que relaciona al hombre con la divinidad (1). Y es necesario reconocer esto, ya que estas religiones difieren considerablemente de la fe cristiana: su doctrina contiene diversos elementos opuestos al cristianismo, llegando incluso algunos a negar directa y explícitamente ciertos dogmas cristianos mediante objeciones particulares. La apologética no permanece indiferente ante las afirmaciones erradas de otras religiones, y les da respuesta.

Por su relevancia histórica y teológica para el cristianismo, la primera religión a la que se dará respuesta es el judaísmo. Esta es la religión monoteísta más antigua y puede decirse, en cierto sentido, que las siguientes dos religiones más relevantes, el cristianismo y el islam, proceden de ella (2). El cristianismo bebe de la historia antigua del pueblo judío y de la revelación que Dios realizó a través de sus alianzas con este (3). Ambos consideran sagrado el contenido del Antiguo Testamento (o Biblia hebrea, para el judaísmo). Y tanto cristianos como judíos (4) creen que los profetas anunciaron a un Mesías, que significa «ungido» (moshiach en hebreo), que habría de venir, el cual instauraría definitivamente el Reino de Dios (Salmo 2,2; Hechos 4, 26-27). Este debería ser ungido por el Espíritu del Señor (Isaías 11, 2) como rey y sacerdote a la vez (Zacarías 4, 14; 6, 12-13), y como profeta (Isaías 61, 1; Lucas 4, 16-21) (5). Sin embargo, existe un decisivo y patente punto de divergencia entre ambas religiones: los cristianos afirman que aquel Mesías anunciado es Jesús de Nazaret. En la antigüedad, muchos judíos, e incluso algunos paganos, reconocieron en Jesús rasgos fundamentales del Mesías prometido (Mateo 2, 2; 9, 27; 12, 23; 15, 22; 20, 30; 21, 9.15) (6), y una considerable cantidad de judíos adquirió fe en él (Hechos 6, 7). Sin embargo, muchos otros rechazaron tajantemente esta idea, dando muerte a Jesús (Mateo 12, 14). Actualmente, puede afirmarse que los judíos modernos niegan que Jesús es el Mesías (7). Dado que ambas religiones tienen en común el Antiguo Testamento, la apologética utilizará las mismas Escrituras para demostrar racionalmente el carácter mesiánico de Jesús y responder también a las objeciones judías.

La primera profecía judía que apunta a Jesús como verdadero Mesías es «la profecía de las setenta semanas» (8). Según las Escrituras, esta le fue revelada al profeta Daniel mediante el arcángel Gabriel y narra lo siguiente: «Setenta semanas han sido fijadas a tu pueblo y a tu ciudad santa para poner fin al delito, sellar los pecados y expiar la culpa; para establecer la justicia eterna, sellar visión y profecía y consagrar el santo de los santos. Entérate y comprende: Desde que se dio la orden de reconstruir Jerusalén, hasta la llegada de un príncipe ungido, pasarán siete semanas y sesenta y dos semanas; y serán reconstruidos calles y fosos, aunque en tiempos difíciles. Pasadas las sesenta y dos semanas matarán al ungido sin culpa, y un príncipe que vendrá con su ejército destruirá la ciudad y el santuario. Su fin será un cataclismo y hasta el final de la guerra durarán los desastres anunciados. Sellará una firme alianza con muchos durante una semana; y en media semana suprimirá el sacrificio y la ofrenda y pondrá sobre el ala del templo el ídolo abominable, hasta que la ruina decretada recaiga sobre el destructor» (Daniel 9, 24-27). Esta profecía establece un periodo de tiempo entre la «orden de reconstruir Jerusalén» y la llegada de un «príncipe ungido». Primero, hay que establecer que dicho «ungido» apunta al Mesías, pues ese mismo es su significado, sobre todo cuando el término empleado en el texto original es moshiach. Además, se debe notar que, en la Septuaginta, la cual representa la primera traducción griega de la Biblia hebrea, en este pasaje se utiliza el artículo «el» antes del término «ungido»: moshiach se traduce al griego como tou christou, es decir, «el Mesías» o «el Cristo» (9). Segundo, debe establecerse el significado del periodo profetizado. El término «semana», que se emplea como medida de tiempo, tiene un significado distinto al de siete días. Resulta que en la época de Moisés y de los profetas se utilizaba esta palabra para nombrar un periodo de siete años. Esto se observa en las Escrituras. Por ejemplo, en Génesis 29, 15-29 se narra un episodio de la vida de Jacob, el cual trabajó por siete años para desposar a Lía y, culminada esta «semana» deberá trabajar otra para también desposar a Raquel, a quien amó desde un inicio: «Sirvió, pues Jacob por Raquel siete años, que se le antojaron como unos cuantos días, de tanto que la amaba. [Habiendo cumplido este periodo de tiempo] Labán respondió: “No es costumbre en nuestro lugar dar la menor [Raquel] antes que la mayor [Lía]. Cumple esta semana y te daré también a la otra [Raquel] por el servicio que me prestarás todavía otros siete años”. Así lo hizo Jacob. Una vez cumplida aquella semana, le dio por mujer a su hija Raquel» (Génesis 29, 20.26-28). Incluso, en otro pasaje del mismo libro de Daniel se emplea también el término «semana», pero en dicho versículo se indica explícitamente que se refiere a una «semana de días». Esto no es redundante, puesto que el principal significado para «semana» que emplea Daniel es siete años y no siete días: «No comía alimentos sabrosos, no probaba carne ni vino, ni me ungía con perfumes, hasta que pasaron las tres semanas de días» (Daniel 10, 3, según el texto hebreo). Entonces, conociendo esto, el pasaje narra dos periodos relevantes: el primero es de «siete semanas» o 49 años, en el cual se reconstruirá Jerusalén, el segundo es de «sesenta y dos semanas» o 434 años, luego del cual llegará y será asesinado «el ungido». Uniendo los dos periodos, desde la orden de reconstruir Jerusalén hasta la llegada del Mesías pasarán unos 483 años. Tercero y último, resta definir cuándo se dio dicha «orden de reconstruir Jerusalén». Esta orden se dio con el decreto del rey Artajerjes alrededor del año 457 a.C., recogido en las Escrituras en Esdras 7, 11-26. Por tanto, tomando estos tres elementos en consideración, si se toma el año 457 a.C. como punto de referencia inicial y le son sumados los 483 años del periodo mencionado, el resultado es el año 27 (10), el cual coincide con el inicio del ministerio público de Jesús. Esto es así dado que Jesús tenía 30 años de edad al iniciar su ministerio (Lucas 3, 23) y su nacimiento es fechado, por la mayoría de historiadores, alrededor del año 3 a.C. En conclusión, dados la fecha inicial establecida y el periodo de tiempo que debía transcurrir hasta el arribo y muerte del «príncipe ungido», el Mesías profetizado es Jesús de Nazaret.

Algunos han realizado objeciones a la anterior interpretación de la profecía de las setenta semanas. Se objeta que esta profecía apunta, en realidad, a los hechos narrados en los libros de 1 y 2 de Macabeos. Según esta objeción, el «ungido» es el sumo sacerdote Onías III, a quien «matarán sin culpa» en el 171 a.C. (2 Macabeos 4, 34), el «príncipe que vendrá con su ejército» y «destruirá la ciudad y el santuario» es Antíoco IV, rey de Siria (1 Macabeos 1, 16-24), y el «ídolo abominable» es el sacrificio de un cerdo al dios Zeus en el 167 a.C. (2 Macabeos 6, 1-9). Ante esto, debe responderse simplemente que el rey Antíoco IV no destruyó el santuario, como se narra en la profecía, sino que únicamente lo profanó; quien destruyó el templo fue el emperador romano Tito en el año 70. La interpretación cristiana es la que coincide adecuadamente con la profecía, pues la destrucción dada por el emperador Tito ocurre luego del ministerio y muerte de Jesús; de esta manera también lo entendió él: «[Dijo Jesús:] Cuando veáis, pues, el ídolo abominable, anunciado por el profeta Daniel, erigido en el Lugar Santo…» (Mateo 24, 15; refiriéndose a Daniel 9, 27). Incluso si la «profanación» de Antíoco se toma como «destrucción», se deberá concluir que la fecha en la cual se dio la «orden de reconstruir Jerusalén» es el año 654 a.C. lo cual no tiene sentido histórico, ya que en dicha fecha Jerusalén aún no había sido destruida. Debido a este inconveniente en la objeción presentada, hay quienes afirman que las setenta semanas son meramente simbólicas y no deben ser tratadas como un periodo de 483 años. Esto sería descartado por los mismos judíos de la época. Según comenta R. Beckwith (11), existieron diferentes esquemas cronológicos de la literatura judía, pero «todos ellos se basaban en un cómputo de 490 años literales a partir de la profecía de Daniel» (12). En última instancia, los eventos narrados en Macabeos son una prefiguración mesiánica de la persecución judía y la destrucción del segundo templo de Jerusalén en el año 70, pero no cumplen plenamente la profecía. En suma, las objeciones realizadas no son efectivas.

La segunda profecía que señala a Jesús como verdadero Mesías es «la profecía del Siervo sufriente». Esta profecía le fue revelada al profeta Isaías: «¿Quién creyó en nuestra noticia? ¿A quién le fue revelado el brazo poderoso de Yahvé? Creció ante él como un retoño, como raíz en tierra reseca. No tenía apariencia ni presencia; (le vimos) y carecía de aspecto que pudiésemos estimar. Despreciado, marginado, hombre doliente y enfermizo, como de taparse el rostro por no verle. Despreciable, un Don Nadie. ¡Y de hecho cargó con nuestros males y soportó todas nuestras dolencias! Nosotros le tuvimos por azotado, herido por Dios y humillado. Mas fue herido por nuestras faltas, molido por nuestras culpas. Soportó el castigo que nos regenera, y fuimos curados con sus heridas. Todos errábamos como ovejas, cada uno marchaba por su camino, y Yahvé descargó sobre él la culpa de todos nosotros. Fue oprimido y humillado, pero él no abrió la boca. Como cordero llevado al degüello, como oveja que va a ser esquilada, permaneció mudo, sin abrir la boca. Detenido, sin defensor y sin juicio, ¿quién se ocupó de su generación? Fue arrancado de la tierra de los vivos, herido por las rebeldías de su pueblo; pusieron su tumba entre malvados, su sepultura entre malhechores. Por más que no cometió atropellos ni hubo nunca mentiras en su boca, Yahvé quiso quebrantarlo con males. Si se da a sí mismo en expiación, verá descendencia, alargará sus días; su mano ejecutará el designio de Yahvé. Después de sufrir, verá la luz, el justo se saciará de su conocimiento. Mi Siervo justificará a muchos, pues las culpas de ellos soportará. Le daré su parte entre los grandes y con poderosos repartirá despojos, pues se entregó indefenso a la muerte y fue tenido por un rebelde, cuando él soportó la culpa de muchos e intercedió por los rebeldes» (Isaías 53, 1-12). Debe reconocerse en esta profecía a Jesús de Nazaret, puesto que coincide con los sucesos de su pasión y muerte. El cristianismo nota que él fue «despreciado y marginado» por los judíos que rechazaron el Evangelio, a tal punto que le dieron una muerte y castigo tan inhumanos que hicieron que él «careciera de aspecto que se pueda estimar, […] como de taparse el rostro por no verle» (Mateo 27, 29-31; Juan 19, 5). Jesús «soportó todas las dolencias» al curar a los enfermos que acudían a él (Mateo 8, 17). Él «fue herido por nuestras faltas, […] y fuimos curados por sus heridas», debido a que falleció por los pecados de la humanidad, la cual es redimida a través de su muerte (2 Corintios 5, 21; Gálatas 3, 13; Romanos 4, 25; 1 Pedro 2, 24). En su pasión, Jesús fue «como cordero llevado al degüello» porque no opuso resistencia a quienes le apresaron, juzgaron, torturaron y asesinaron (Mateo 26, 63; Juan 1, 29-31; 1 Pedro 2, 23). Aunque no cometió mal («no cometió atropellos ni hubo nunca mentiras en su boca»), murió crucificado junto a «malvados» y «malhechores», en concreto, junto a dos ladrones (Mateo 27, 38; 1 Pedro 2, 22). También «intercedió por los rebeldes», cuando pidió al Padre que perdonase a quienes le crucificaron (Lucas 23, 34). Finalmente, «después de sufrir, vio la luz», puesto que resucitó al tercer día (Lucas 24, 7.46) y «vio descendencia» al aparecerse a sus discípulos ya resucitado (Juan 20, 19-20). En conclusión, dados los abundantes y significativos paralelismos entre el pasaje de Isaías y la pasión y muerte de Jesús, el Siervo de la profecía es el Nazareno, quien es el Mesías anunciado.

Los judíos modernos rechazan esta interpretación de la profecía del Siervo sufriente, afirmando que dicho Siervo es, en realidad, el pueblo judío y no un individuo, mucho menos el Mesías. A esto hay que decir que, si bien en algunas ocasiones en el libro de Isaías el Siervo representa a la nación de Israel en su conjunto, en muchos pasajes el término hace referencia a personas individuales (Isaías 49, 3.5-7; 50, 10). Esto es notado por M. Brown (13). Es más, un breve análisis muestra que las referencias al Siervo como la nación judía terminan en Isaías 48, 20, y, en el inicio del capítulo 49, su significado cambia a una persona particular, permaneciendo así hasta el fin del capítulo 53. Entonces, dado que la profecía está en dicho intervalo, es razonable interpretar al Siervo como un individuo. Veamos el mismo texto, el cual imposibilita la interpretación plural: «[El Siervo] fue arrancado de la tierra de los vivos, herido por las rebeldías de su pueblo [Israel]» (Isaías 53, 8). En este versículo se hace evidente que el Siervo es distinto al pueblo de Israel: en la profecía en cuestión, por tanto, no se utiliza el sentido metafórico. Adicionalmente, es necesario indicar que es reciente la interpretación judía del Siervo sufriente de Isaías 53 como la nación de Israel y no como un individuo o el Mesías: es posterior al surgimiento del cristianismo. Este hecho curioso, hace probable, entonces, que la novedosa interpretación haya surgido como una reacción o rechazo a la doctrina cristiana. Brown comenta: «La primera referencia a esta interpretación se encuentra en una fuente cristiana del siglo II que relata una discusión entre un seguidor gentil de Jesús y algunos maestros judíos que no creían en él. Pero, a parte de una referencia ocasional en Midrash Rabbah, una identificación específica de Isaías 53 con Israel no se encuentra en ninguna literatura rabínica hasta casi mil años después de Jesús. (En otras palabras, no se encuentra en los Talmuds, los Targums o en el Midrashim.) Por lo tanto, la opinión de que Isaías 53 habló de Israel difícilmente puede considerarse una interpretación rabínica estándar (o antigua), y para el judío tradicional, eso es lo que realmente importa» (14). Incluso pueden citarse fuentes judías que interpretan al Siervo del pasaje como el Mesías. El Talmud Babilónico (15) dice: «¿Cuál es su nombre [del Mesías]? […] Los rabinos dijeron: Su nombre es el “erudito leproso”, como está escrito: “Ciertamente él llevó nuestras enfermedades, y sufrió nuestros dolores; y nosotros lo tuvimos por azotado, por herido de Dios y abatido” [Isaías 53, 4]». Por otro lado, el Zohar (16) afirma: «El Mesías, por su parte, entra en un palacio del Jardín del Edén, llamado Palacio de los Afligidos. Allí se lamenta por las enfermedades, dolores y sufrimientos de Israel, y pide que se abatan sobre él, cosa que hacen. Y si no fuera porque él de esta manera alivia la carga de Israel, tomándola él mismo, nadie podría resistir los sufrimientos que afectan a Israel como expiación por su descuido del Torá. Así, la Escritura dice: “Ciertamente él llevó nuestras enfermedades” [Isaías 53, 4]». Por tanto, esta objeción no es efectiva.

Y estas no son las únicas profecías que anuncian a Jesucristo como el Mesías prometido. Se cuenta también con la profecía del libro de Ageo, el cual afirma que la «gloria» del segundo templo de Jerusalén será mayor que la del primero (Ageo 2, 9). El primer templo de los judíos albergó considerable riqueza material de importantísima significancia religiosa: el Arca de la Alianza, los Urim y el Thumin, la serpiente de bronce y la vara de Aarón. ¿Qué tuvo o qué sucedió en el segundo templo que muestre una clara superioridad? Algunos afirman que la superioridad le fue dada por la renovación del templo que realizó Herodes el Grande en el 19 a.C. Sin embargo, una renovación material común no puede compararse con la riqueza religiosa del primer templo. Lo más probable es que la gloria del segundo sea que el propio Mesías, Jesucristo, ingresó en él antes de su destrucción en el año 70. Asimismo, el Salmo 22 prefigura la pasión de Jesucristo. Desde el inicio esto se hace evidente, el primer versículo es un paralelo de unas de las últimas palabras de Jesús: «¡Dios mío, Dios mío! ¿Por qué me has abandonado?» (Salmo 22, 2; Mateo 27, 46). El salmo también narra: «Yo en cambio soy gusano, no hombre, soy afrenta del vulgo, asco del pueblo; todos cuantos me ven de mí se mofan, tuercen los labios y menean la cabeza: “Se confió a Yahvé, ¡pues que lo libre, que lo salve si tanto lo quiere!» (Salmo 22, 7-9); esto le ocurrió al mismo Jesucristo crucificado: «Los que pasaban por allí le insultaban, meneando la cabeza y diciendo: “Tú que destruyes el Santuario y en tres días lo levantas, ¡sálvate a ti mismo, si eres hijo de Dios, y baja de la cruz!”. Igualmente los sumos sacerdotes, junto con los escribas y los ancianos, se burlaban de él, diciendo: “A otros salvó y a sí mismo no puede salvarse. ¡Es rey de Israel!; pues que baje ahora de la cruz, y creeremos en él. Ha puesto su confianza en Dios; pues que le salve ahora, si es que de verdad le quiere”» (Mateo 27, 39-43). Además, el salmo menciona que «prenden sus manos y sus pies» (Salmo 22, 17), lo cual sucede en una crucifixión. Finalmente, se lee: «Repártanse entre sí mis vestiduras y se sortean mi túnica» (Salmo 22, 19), hecho realizado por los soldados romanos instantes previos a la muerte de Jesús (Mateo 27, 35). Además de estos pasajes, también pueden establecerse paralelos del ministerio, pasión y muerte de Jesús con el Salmo 110, Zacarías 12, 10, etc.

En conclusión, Jesús de Nazaret es el Mesías esperado por el judaísmo. La abrumadora evidencia bíblica que apunta al Crucificado (la cual fue explicada en este artículo de manera muy reducida y breve), debería incitar a los judíos de hoy a considerar la sugerencia que les hace San Agustín: «Examinad las Escrituras en las cuales creéis que vosotros poseéis la vida eterna. En realidad, la tendríais si entendieseis en ellas a Cristo y la aceptarais». Y a nosotros, los cristianos, las explicaciones que la apologética ofrece al respecto deberían abrir nuestro intelecto al profundo significado del anuncio dado por el ángel a María, que revela al Mesías tan esperado por ella y el pueblo judío: «Vas a concebir en tu seno y a dar a luz un hijo, a quien pondrás por nombre Jesús. Él será grande, le llamarán Hijo del Altísimo y el Señor Dios le dará el trono de David, su padre; reinará sobre la casa de Jacob por los siglos y su reino no tendrá fin» (Lucas 1, 31-33). Que próximamente estemos dispuestos a dirigirnos a Jesús de la misma manera en la que lo hizo Pedro: «Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo» (Mateo 16, 16).

1

Dante Urbina, ¿Cuál es la religión verdadera?: Demostración racional de en cuál Dios se ha revelado, 2018, Parte I, cap. 1., pág. 11.

2

Michelle Arnold, 20 Answers: Judaísm, 2018, cap. 1.

3

Catecismo de la Iglesia Católica, Primera parte, Primera sección, cap. 2, art. 54-64.

4

No todos los judíos modernos esperan un judío personal, pero sí la mayoría.

5

Catecismo de la Iglesia Católica, Primera parte, Segunda sección, cap. 2, art. 436.

6

Ibidem, art. 439.

7

 Se excluye a los llamados «judíos mesiánicos».

8

El análisis crítico del judaísmo del artículo procede de Dante Urbina, ¿Cuál es la religión verdadera?: Demostración racional de en cuál Dios se ha revelado, 2018, Parte III, cap. 1.

9

Michael L. Brown, Answering Jewish Objections to Jesus, 2003, vol. 3: Messianic Prophecy Objections, objeción 4.18.

10

No debe contarse un año 0.

11

Roger Beckwith, “Daniel 9 and the date of the Messiah’s coming in Essene, Hellenistic, Pharisaic, Zealot and Early Christian computation”, Revue de Qumran, vol. 10, n. 4, 1981, pág. 522-532.

12

J. Paul Tanner, “Is Daniel’s seventy-weeks prophecy Messianic? Part 2”, Bibliotheca Sacra, vol. 166, 2009, pág. 333.

13

Michael L. Brown, Answering Jewish Objections to Jesus, 2003, vol. 3: Messianic Prophecy Objections, objeción 4.5.

14

Ibidem, objeción 4.8.

15

Sanedrín, 98b.

16

Zohar, Libro II, 212a.

Por Mauricio Briceño

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