Hasta ahora, en este tercer nivel de apologética, se ha ido demostrando la veracidad de la Iglesia católica por medio de ciertas «vías», como lo son la unidad (revisar artículo Una sola iglesia: la necesidad de un solo cristianismo), la continuidad (revisar artículos La sucesión apostólica: una iglesia ininterrumpida y El Primado de Pedro: la primacía de la sede romana) y la infalibilidad (revisar artículo El Primado de Pedro: la piedra y las llaves de la Iglesia y La Justificación del Canon del Nuevo Testamento). Sin necesidad de entrar en doctrinas específicas que dividen a católicos de protestantes, ortodoxos y más, se ha concluido lógica y necesariamente que solo la Iglesia católica romana califica como la única y verdadera Iglesia de Jesucristo. Es momento, pues, de atender ahora algunas de las enseñanzas que más controversia han provocado en los últimos siglos entre a Iglesia católica y otras confesiones cristianas, en específico, el protestantismo. Hemos decidido empezar con una doctrina gravitante y central para todo católico: la Eucaristía.
La mayoría de denominaciones protestantes sostiene que el pan y el vino con el que Jesucristo celebró la Última Cena y que los primeros cristianos tenían como centro de su culto se trata no más que del símbolo del cuerpo y la sangre de Cristo, mientras que la Iglesia católica sostiene que se trata del Cuerpo y la Sangre real de Jesucristo. El presente tema lo abordaremos en distintas partes. En la primera intentaremos demostrar con una correcta exégesis bíblica que en la Eucaristía está realmente el Cuerpo y Sangre de Nuestro Señor.
En las Escrituras encontramos diversos pasajes eucarísticos que han sido motivo de interminables debates en los últimos siglos, entre católicos y protestantes. Pero dentro de todos ellos hay uno en particular que ha sido motivo de mayor controversia. Se trata del famoso pasaje de Juan 6 que leemos a continuación:
Les dijo Jesús: «Yo soy el pan de la vida. El que venga a mí, no tendrá hambre, y el que crea en mí, no tendrá nunca sed. […] Los judíos murmuraban de él, porque había dicho: «Yo soy el pan que ha bajado del cielo». Y decían: «¿No es éste Jesús, hijo de José, cuyo padre y madre conocemos? ¿Cómo puede decir ahora: He bajado del cielo?». Jesús les respondió: «[…]en verdad, en verdad os digo: el que cree, tiene vida eterna. Yo soy el pan de la vida. Vuestros padres comieron el maná en el desierto y murieron; este es el pan que baja del cielo, para que quien lo coma no muera. Yo soy el pan vivo, bajado del cielo. Si uno come de este pan, vivirá para siempre; y el pan que yo le voy a dar es mi carne por la vida del mundo». Discutían entre sí los judíos y decían: «¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?». Jesús les dijo: «En verdad, en verdad os digo: si no coméis la carne del Hijo del hombre, y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna, y yo le resucitaré el último día. Porque mi carne es verdadera comida y mi sangre verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre, permanece en mí, y yo en él. Lo mismo que el Padre, que vive, me ha enviado y yo vivo por el Padre, también el que me coma vivirá por mí. Este es el pan bajado del cielo; no como el que comieron vuestros padres, y murieron; el que coma este pan vivirá para siempre». […] Muchos de sus discípulos, al oírle, dijeron: «Es duro este lenguaje. ¿Quién puede escucharlo?» Pero sabiendo Jesús en su interior que sus discípulos murmuraban por esto, les dijo: «¿Esto os escandaliza? ¿Y cuando veáis al Hijo del hombre subir adonde estaba antes? El espíritu es el que da vida; la carne no sirve para nada. Las palabras que os he dicho son espíritu y son vida. Pero hay entre vosotros algunos que no creen». […] Desde entonces muchos de sus discípulos se volvieron atrás y ya no andaban con él. Jesús dijo entonces a los Doce: «¿También vosotros queréis marcharos?». (Juan, 6, 35-67)
Sobre estos versículos existen fundamentalmente dos posiciones: una cree que la «carne» y «sangre» a la que se refiere Cristo se trata de una mera metáfora, mientras que la otra posición sostiene que se trata de la carne y sangre literal; es decir, real. Pero antes de empezar a demostrar la posición católica, es importante observar lo siguiente. Sea lo que sea que signifique «comer la carne» y «beber la sangre» de Cristo, en algo debemos estar de acuerdo todos los cristianos: se trata de algo de vida o muerte, de absoluta necesidad y de vital importancia. Las palabras de Jesús son más que comprometedoras: «En verdad, en verdad os digo: si no coméis la carne del Hijo del hombre, y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna, y yo le resucitaré el último día». Está claro que sea lo que «comer la carne» y «beber la sangre» de Cristo sea, de ello depende nuestra vida eterna. El problema con la posición protestante mayoritaria es que lee este pasaje con sus propias anteojeras teológicas, las cuales le dicen que basta solo la fe para tener la vida eterna asegurada. El protestante rechaza a priori que los creyentes debemos hacer algo para obtener la vida eterna, no porque la Biblia lo diga, sino porque su propia doctrina de Sola Fide lo hace. «Comer la carne» y «beber la sangre» de Cristo, entonces, solo puede significar una cosa: tener fe. ¿Pero es esto a lo que realmente se estaba refiriendo Cristo si leemos Juan 6 a la luz del contexto completo de las Escrituras? Claramente no.
Vamos a presentar tres razones por las cuales la interpretación católica de este pasaje es la más plausible de todas. La primera razón es por las expresiones realistas que usó el mismo Cristo. En un primer momento él dice que «si uno come de este pan, vivirá para siempre» (v. 51). La palabra griega que aquí utiliza el evangelio para el verbo «comer» es fagw (fag’-o) que quiere decir «comer», «consumir» o «alimentarse». Ante estas extrañas palabras, los judíos asombrados y confundidos pasan a preguntarse: «¿cómo puede éste darnos a comer su carne?» (v. 52). Lo interesante viene a continuación: Jesús, lejos de emplear ahora un verbo más amplio que se preste para una interpretación más simbólica y que aclare el asombro de sus interlocutores, decide usar un vocablo todavía más escandaloso cuando dice : «en verdad, en verdad os digo: si no coméis la carne del Hijo del hombre, y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna, y yo le resucitaré el último día» (v. 54). En esta oportunidad la palabra griega aquí empleada ya no es fagw (fag’-o) —que ciertamente podría interpretarse de una manera también metafórica—, sino la palabra trwgw (tro’-go) que, según la propia Biblia protestante Strong, quiere decir «roer», «morder», «masticar» [1]. Cabe preguntarse entonces: ¿por qué Cristo, ante el escándalo de los judíos, opta por usar un verbo aún más explícito y menos equívoco? Pero no solo hace este deliberado cambio de palabras, sino que también dice: «porque mi carne es verdadera comida y mi sangre verdadera bebida». La palabra griega aquí para «verdadera» es alhqwj (al-ay-thoce’) que quiere decir, según la misma Biblia Strong, «de verdad», «en realidad», «lo más certero» [2].
La segunda razón tiene que ver con el significado puramente simbólico que en las Escrituras tenemos de las expresiones «comer la carne» y «beber la sangre». En el contexto completo de la Biblia encontraremos que cada vez que se habla de comer o devorar la carne y beber la sangre de una persona o pueblo se trata de una metáfora para hablar de persecución, destrucción o ruina. Así lo vemos en Salmos 26, 2 que dice: «cuando se acercan contra mí los malhechores a devorar mi carne, son ellos, mis adversarios y enemigos, los que tropiezan y sucumben». Asimismo en Isaías 9, 20 leemos: «Manasés devora a Efraím, Efraím a Manasés, y ambos a una van contra Judá. Con todo eso no se ha calmado su ira, y aún sigue su mano extendida». Capítulos más adelante leemos: «Haré comer a tus opresores su propia carne, como con vino nuevo, con su sangre se embriagarán. Y sabrá todo el mundo que yo, Yahveh, soy el que te salva, y el que te rescata, el Fuerte de Jacob» (Isaías 49, 26). Por su parte, Miqueas 3, 3 dice: «Los que han comido la carne de mi pueblo y han desollado su piel y quebrado sus huesos, los que le han despedazado como carne en la caldera, como vianda dentro de una olla». Nos queda claro que en el lenguaje hebreo el comer o devorar la carne y beber la sangre era una metáfora para expresar persecución o destrucción de un individuo o un grupo. Es imposible, entonces, que Jesús haya estado hablando de manera metafórica ya que en ese caso hubiese querido decir que para tener vida eterna, permanecer en Él y resucitar, debemos perseguirlo, arruinarlo y destruirlo. Tan absurda y contradictoria es esta interpretación que ni aún los propios judíos lo entendieron así. Precisamente porque sabían que en su idiosincrasia y lenguaje el comerlo y beberlo simbólicamente querría decir perseguirlo y destruirlo, entendieron que Jesús no podía estar hablando en metáfora, sino de forma literal. De ahí la razón de su asombro y su pregunta: «¿cómo puede este darnos a comer su carne?».
La tercera razón está relacionada a esto último, pues tiene que ver con el sentido que los oyentes entendieron las palabras de Cristo y la manera en que Él les respondió en comparación con otras ocasiones similares. Los judíos entendieron el mensaje de manera literal y en vez de que Cristo los corrija como en otras oportunidades, es todavía más explícito y enfático con la necesidad de «comer su sangre» y «beber su sangre». Por ejemplo, en Juan 3, 3-6 Jesús le dice a Nicodemo que «el que no nazca de nuevo no puede ver el Reino de Dios» (v. 3), a lo que Nicodemo, confundido, le pregunta: «¿Cómo puede uno nacer siendo ya viejo? ¿Puede acaso entrar otra vez en el seno de su madre y nacer?» (v. 4). Nicodemo, siendo un doctor de la ley, había entendido las palabras de Cristo de manera literal. Pero en este caso, Jesús aclara su mensaje diciendo: «En verdad, en verdad te digo: el que no nazca de agua y de Espíritu no puede entrar en el Reino de Dios. Lo nacido de la carne, es carne; lo nacido del Espíritu, es espíritu» (v. 5-6). Queda claro que Cristo estaba hablando de un nacimiento espiritual y no de uno carnal. Asimismo, en Juan 4, 32-34 leemos: «Pero él [Jesús] les dijo: Yo tengo para comer un alimento que vosotros no sabéis. Los discípulos se decían unos a otros: ¿Le habrá traído alguien de comer? Les dice Jesús: Mi alimento es hacer la voluntad del que me ha enviado y llevar a cabo su obra». Aquí Cristo aclara nuevamente el malentendido que habían tenido sus discípulos sobre el «comer un alimento». Ellos lo habían entendido de manera literal, pero Jesús inmediatamente deja en claro que se trata de una expresión simbólica que quiere decir «hacer la voluntad del que lo ha enviado». Finalmente, en el Evangelio de Mateo leemos:
Jesús les dijo: «Abrid los ojos y guardaos de la levadura de los fariseos y saduceos». Ellos hablaban entre sí diciendo: «Es que no hemos traído panes». Mas Jesús, dándose cuenta, dijo: «Hombres de poca fe, ¿por qué estáis hablando entre vosotros de que no tenéis panes? ¿Aún no comprendéis, ni os acordáis de los cinco panes de los cinco mil hombres, y cuántos canastos recogisteis? ¿Ni de los siete panes de los cuatro mil y cuántas espuertas recogisteis? ¿Cómo no entendéis que no me refería a los panes? Guardaos, sí, de la levadura de los fariseos y saduceos». Entonces comprendieron que no había querido decir que se guardasen de la levadura de los panes, sino de la doctrina de los fariseos y saduceos. (Mateo 16, 6-12)
Una vez más Cristo se ve en la obligación de aclarar el equívoco de sus oyentes. Aquí no solo lo vuelve a hacer, sino que incluso los regaña por entender sus palabras de manera literal y no simbólica. Jesús es explícito en decir que con la «levadura de los fariseos» no se estaba refiriendo a la levadura literal del pan, sino a —como el propio Mateo observa— «la doctrina de los fariseos y saduceos». En cambio, en Juan 6 notamos algo completamente diferente. Jesús no solo no corrige a sus oyentes, sino que incluso los instiga todavía más. Primero leemos: «Muchos de sus discípulos, al oírle, dijeron: Es duro este lenguaje. ¿Quién puede escucharlo? Pero sabiendo Jesús en su interior que sus discípulos murmuraban por esto, les dijo: ¿Esto os escandaliza?» (Juan 6, 60-61). Sus oyentes habían entendido sus palabras de forma literal, por lo que les parecía un «duro lenguaje», mas Cristo, en vez de aclarar su malentendido, corrobora el sentido que le habían dado los judíos, casi con ironía: «¿esto os escandaliza?». Finalmente, luego de dicho todo este enigmático mensaje, leemos que «desde entonces muchos de sus discípulos se volvieron atrás y ya no andaban con él. Jesús dijo entonces a los Doce: ¿También vosotros queréis marcharos?» (Juan 6, 66-67). Ante el escándalo de un discurso que habla de «comer la carne» y «beber la sangre» de una persona, muchos de los discípulos de Cristo prefieren abandonarlo, pero los Doce permanecen, aunque atónitos. Jesús, entonces, no solo no pasa a justificar sus palabras de una forma simbólica, ¡sino que los invita a irse! En anteriores oportunidades había procedido a explicar a los Doce el significado real de sus palabras, como en el caso de la parábola del sembrador (Mato 13, 10-23) o del trigo y la cizaña (Mateo 13, 36-51). En ambas ocasiones era más que evidente que se trataba de parábolas, por lo que los propios apóstoles le pedían el significado de las mismas. En el caso de Juan 6, ni ellos le piden un verdadero significado, ni Jesús lo hace, sino que él mismo los desafía a marcharse. Todos habían entendido de que Él estaba hablando de su carne y su sangre real. Los apóstoles, sin poder entender de qué se trata todo esto, deciden quedarse con su Maestro. No será hasta la Última Cena que el misterio se verá resuelto cuando Cristo tome el pan y el cáliz y los bendiga para decir: «esto es mi cuerpo» y «esta es mi sangre».
Por estas tres razones es que la interpretación literal en Juan 6 es mucho más plausible que la una meramente simbólica. Según una correcta exégesis bíblica; es decir, tomando en cuenta el pasaje con la Biblia en su conjunto y no aisladamente, podemos concluir que el pan que va a dar Cristo es realmente su carne y su sangre.
Respondiendo algunas objeciones:
Existen, sin embargo, algunas populares objeciones ante la interpretación de Juan 6 que acabamos de ofrecer. Vamos a resolver aquí dos de las más conocidas. La primera tiene que ver con unas palabras que el propio Cristo utiliza en el mismo pasaje cuando dice: «el espíritu es el que da vida; la carne no sirve para nada» (Juan 6, 63). Son muchos los protestantes que se apresuran en encontrar en esta expresión la «clave» para resolver lo que para ellos parece ser un problema. Así, por ejemplo, el teólogo evangélico Ken Yates afirma:
Jesús aclara que no debemos comer su carne ni beber su sangre literalmente en el verso 63: «el espíritu es el que da vida; la carne no sirve para nada. Las palabras que os he dicho son espíritu y ellas son vida». No es el comer literalmente la carne y beber la sangre lo que da vida, sino las palabras que Él habla («ellas son vida»). De hecho, Él dice que la carne literal no aprovecha de nada [3].
Esta explicación tiene serios problemas. En primer lugar haría que Cristo se contradiga consigo mismo. Si efectivamente la carne a la que se ha estado refiriendo en todo momento «no aprovecha de nada», ¿por qué debemos comerla para tener vida en nosotros? ¿por qué nos advertiría, además, de que si no la comemos, no tendremos vida eterna, siendo que en nada aprovecha? No tiene ningún sentido. Más bien, en el pasaje leemos todo lo contrario: comer su carne tiene tanto provecho que nos da vida eterna, hace que permanezcamos en Él y podamos resucitar en el último día (Juan 6, 54-57). En segundo lugar esta explicación «resuelve» solo una parte de la cuestión, pero no toda. Aún si fuera cierto que comer la carne no aprovechara de nada, ¿qué hay de beber la sangre? Esta objeción, además de ser absurda, deja un cabo suelto por resolver. Lo más curioso —por decir lo menos— es que Yates se atreve a afirmar lo siguiente: «De hecho, Él [Jesús] dice que la carne literal no aprovecha de nada» [4]. ¿En qué momento Jesús dijo tal cosa? ¿Dónde es que leemos en la Biblia que Cristo dijo que la carne literal no aprovecha en nada? Lo que hace Yates aquí es agregar algo a las Escrituras para acomodarlo a su propia doctrina, tal y como hizo Lutero con la palabra «sola» en Romanos 1, 17.
Lo cierto es que la «carne» utilizada en Juan 6, 63 no quiere decir lo mismo que la de los demás versículos. Notemos que durante todo el pasaje cada vez que Cristo se refiere a comer la carne dice explícitamente «mi carne» o «la carne del Hijo del Hombre». Lo hace así cinco veces (v. 51, 53, 54, 55, 56), de modo tal que no queda duda de Quién es la carne de la que está hablando. Pero en el versículo 63, deja de decir «mi carne», para pasar a decir «la carne». ¿Será entonces que se trata de la misma carne? Evidentemente no. Si leemos la Biblia en su conjunto, observaremos que cada vez que parece la palabra «carne» junto a la palabra «espíritu», su significado dista por completo del de ser una carne literal. Por ejemplo, en el pasaje en que Jesús habla con Nicodemo él le dice: «lo nacido de la carne, es carne; lo nacido del Espíritu, es espíritu». Cristo está estableciendo una dicotomía entre la carne y el espíritu, pero en ningún momento se está refiriendo a su propia carne. Asimismo en Marcos 14, 38 el Señor dice: «Velad y orad para que no caigáis en tentación; que el espíritu está pronto, pero la carne es débil». El mismo Jesús nuevamente no está hablando de su propia carne, sino de aquella que es opuesta al espíritu, de manera que ambas son fuerzas antagónicas. Así lo deja en claro San Pablo en su carta a los Gálatas:
Por mi parte os digo: Si vivís según el Espíritu, no daréis satisfacción a las apetencias de la carne. Pues la carne tiene apetencias contrarias al espíritu, y el espíritu contrarias a la carne, como que son entre sí antagónicos, de forma que no hacéis lo que quisierais. Pero, si sois conducidos por el Espíritu, no estáis bajo la ley. (Gálatas 5, 16-18)
Si la carne del versículo 63 de Juan 6 es la misma carne de Cristo que debemos comer, ¿cómo puede ser que ella sea contraria al Espíritu? ¿Es el Espíritu contrario a la carne de Cristo? ¿Nos damos cuenta de lo absurdo de esta objeción? Por otra parte, en su carta a la iglesia en Roma, el mismo Apóstol escribe:
A fin de que la justicia de la ley se cumpliera en nosotros que seguimos una conducta, no según la carne, sino según el espíritu. Efectivamente, los que viven según la carne, desean lo carnal; mas los que viven según el espíritu, lo espiritual. Pues las tendencias de la carne son muerte; mas las del espíritu, vida y paz, ya que las tendencias de la carne llevan al odio a Dios: no se someten a la ley de Dios, ni siquiera pueden; así, los que están en la carne, no pueden agradar a Dios. Mas vosotros no estáis en la carne, sino en el espíritu, ya que el Espíritu de Dios habita en vosotros. (Romanos,8, 4-9)
Finalmente, en su primera epístola a los Corintios, dice:
Yo, hermanos, no pude hablaros como a espirituales, sino como a carnales, como a niños en Cristo. Os di a beber leche y no alimento sólido, pues todavía no lo podíais soportar. Ni aun lo soportáis al presente; pues todavía sois carnales. Porque, mientras haya entre vosotros envidia y discordia ¿no es verdad que sois carnales y vivís a lo humano? (I Corintios 3, 1-3)
Se hace evidente, entonces, que cada vez que aparece la palabra «carne» junto a «espíritu» es para establecer una dicotomía entre las cosas que nos llevan al pecado y las cosas que nos llevan a Dios, entre nuestra naturaleza débil y caída y la nueva naturaleza regenerada por el Espíritu. Entre lo meramente humano y lo divino. Lo más interesante e irónico de esta objeción es que es precisamente ella la que pude ayudarnos a zanjar el significado de Juan 6. Vemos que para los oyentes de Jesús fue muy difícil oír sus palabras, unos no las creyeron, otros no las comprendieron. Sus Apóstoles encuentran duro su mensaje al punto de casi no poder escucharlo. Entonces Cristo pasa a decirles: «el espíritu es el que da vida; la carne no sirve para nada. Las palabras que os he dicho son espíritu y son vida». Lo que está diciendo Cristo aquí es que para entender lo que acaba de decir no servirá el entendimiento meramente humano, carnal, sino que es necesario el Espíritu. Solo siendo seres espirituales podremos comprender el mensaje sobre comer su carne y beber su sangre. Jesús estaba enseñando algo que debía ser aceptado en el espíritu y no a la manera carnal o humana. Si comer su carne y beber su sangre fuesen tan solo una metáfora, ¿por qué habría de ser necesario el Espíritu? De ahí que se requiera el don de fe para poder creer que en el pan y el vino están realmente presentes el Cuerpo y la Sangre de Jesucristo.
La segunda objeción más común es intentar comparar Juan 6 con Juan 10 en la que Jesús dice: «En verdad, en verdad os digo: yo soy la puerta de las ovejas. […] Yo soy la puerta; si uno entra por mí, estará a salvo; entrará y saldrá y encontrará pasto» (Juan 10, 7-9). Muchos protestantes argumentan que pensar que el pan y vino consagrados son realmente la carne y sangre de Cristo es tan absurdo como pensar que Cristo es una puerta. Pero esta objeción carece es todavía más absurda. En primer lugar, el sentido del mensaje en Juan 10 es completamente distinto del de Juan 6. Observemos el pasaje en su contexto:
«En verdad, en verdad os digo: el que no entra por la puerta en el redil de las ovejas, sino que escala por otro lado, ése es un ladrón y un salteador; pero el que entra por la puerta es pastor de las ovejas. A éste le abre el portero, y las ovejas escuchan su voz; y a sus ovejas las llama una por una y las saca fuera. Cuando ha sacado todas las suyas, va delante de ellas, y las ovejas le siguen, porque conocen su voz. Pero no seguirán a un extraño, sino que huirán de él, porque no conocen la voz de los extraños». Jesús les dijo esta parábola, pero ellos no comprendieron lo que les hablaba. (Juan 10, 1-6)
La propia Escritura deja en claro que Jesús estaba hablando en parábola. Primero había mencionado una «puerta de las ovejas» y de un «ladrón y salteador», pero sus oyentes no lo comprendían. ¿Qué sucede a continuación? Pasa a explicarles el significado de sus propias palabras:
Entonces Jesús les dijo de nuevo: «En verdad, en verdad os digo: yo soy la puerta de las ovejas. Todos los que han venido delante de mí son ladrones y salteadores; pero las ovejas no les escucharon. Yo soy la puerta; si uno entra por mí, estará a salvo; entrará y saldrá y encontrará pasto» (Juan 10, 7-9)
Entendemos entonces que «la puerta» era una metáfora de Él mismo y que los «ladrones y salteadores» eran una metáfora de falsos maestros. Es importante señalar que si bien los oyentes no entendían el sentido de las palabras de Cristo, sabían muy bien que estaba hablando en metáfora. Ninguno de ellos lo tomó literalmente. Nadie le preguntó: ¿cómo puedes ser tú una puerta? ¿dónde está tu picaporte o tu bisagra? Evidentemente entendían que estaba hablando en sentido figurado, pero no sabían el significado de su mensaje. En cambio, en Juan 6 notamos que sus oyentes sí lo entendieron de manera literal, razón por la cual se preguntaron: ¿cómo puede éste darnos a comer su carne? Y, como ya hemos visto, luego Cristo pasa a seguir usando verbos todavía más radicales, sin importarle no solo escandalizar a sus oyentes, sino incluso ahuyentar a sus propios discípulos.
Conclusiones
Según la exégesis bíblica y, tras responder las objeciones más comunes que se le hace al pasaje, concluimos que la interpretación de la carne y la sangre en el pasaje de Juan 6 es literal. Finalmente, hemos dejado una última razón por la cual creemos que San Juan tenía en mente esta interpretación antes que una meramente metafórica. Es más que interesante observar que el Evangelio de San Juan es el único que habla de la «carne», mientras que todos los demás hablan del «cuerpo». Siendo la «carne» un concepto que, como ya hemos visto, se refiere a la naturaleza caída del hombre, aún así Juan decide tomar la misma palabra para la carne de Cristo. Como bien indica el teólogo franciscano José de Goitia:
Pablo y Juan son tributarios de toda la cultura de sus mayores. La sarx (= carne) para ellos designa el hombre no renovado y purificado por el pneuma (= espíritu). El hombre que, aunque por su realidad natural -creada por Dios- es bueno, encierra con todo en sí un querer perverso, pues desea hallar su vida exclusivamente en la sarx, alejándose así́ de Dios. [5]
Pese a esta concepción peyorativa de la palabra «carne» (en griego sarx), San Juan la emplea para referirse a la carne del Señor. Pero es que como bien observa de Goitia, en la naturaleza creada por Dios el hombre es bueno. Por tanto, su carne lo es también. El pecado que en ella permanece es, en todo caso, un accidente, más no parte de su esencia. La carne es accidentalmente mala, pero no lo es esencialmente. De ahí que la Segunda Persona Divina misma se haya encarnado y aún así se haya mantenido sin pecar durante toda su vida terrena. Como señala Goitia:
Los hagiógrafos, al enunciar el hecho de la encarnación, intentan expresar todo el contenido que entraña el término sarx. Así, si Cristo toma esa sarx, reviste condiciones de vida humilde, impotente. Es una de las ideas fundamentales de los himnos cristológicos, en los que se contrapone la humillación, la debilidad de la vida de la sarx en Cristo, de la vida antes de la resurrección, al triunfo, a la gloria, a la vida pneumatológica tras la resurrección, cuando Cristo es constituido Señor (Fip 2,6-11; Col l, 15-20; Rom 1, 3-4). Y precisamente a causa de su abajamiento. [6]
San Juan decide, entonces, usar la misma palabra para referirse a la carne de Cristo por una sencilla razón: se trata de una realidad material, real, histórica. Es sabido que el Evangelio según San Juan fue el último en escribirse, alrededor del 95 d.C. Para ese entonces había surgido en la iglesia primitiva una herejía llamada docetismo que negaba la encarnación de Cristo, alegando que su cuerpo fue aparente y su humanidad no era verdadera. Los docetas consideraban a la materia como algo intrínsecamente malo, razón por la cual no podían aceptar a un Cristo encarnado, con carne y sangre verdadera. Por todas estas razones es que San Ignacio de Antioquía, uno de los Padres de la Iglesia más tempranos que hay, contemporáneo al mismo Juan, escribe en su carta a la iglesia de Esmirna lo siguiente:
De la Eucaristía y de la oración se apartan [los docetas], porque no confiesan que la Eucaristía es la carne de nuestro Salvador Jesucristo, la que padeció por nuestros pecados, la que por bondad resucitó el Padre. Por tanto, los que contradicen al don de Dios litigando, se van muriendo. Mejor les fuera amar para que también resucitasen. [7]
San Juan en consonancia con San Ignacio comprenden que el pan de la Eucaristía que Cristo nos ha dado es, sin lugar a dudas, su carne real y verdadera. En el principio era el Verbo y el Verbo se hizo carne, dirá San Juan al inicio de su Evangelio, la misma carne que padeció en la Cruz por nosotros, la misma que es dada en el pan de la Eucaristía en cada altar de la tierra. En las siguientes partes del presente tema intentaremos comprender, con el uso de la teología y la filosofía, cómo es que puede ser posible este milagro. Intentaremos con creces profundizar en este insondable misterio.
2
Ibid.
5
José de Goitia O.F.M. Cristo a la luz del concepto de «sarx», la noción neotestanmentaria de la sarx en sus consecuencias cristológicas. Estudios Franciscanos, 62 (1961), 321-330.
6
Ibid.
7
Carta a los Esmirneos, San Ignacio de Antioquia. C.7 n.1 (FUNK-BIHLMEYER, 108.5-92; Ruiz Bueno 492; MG 5,713 A)