La humildad, principio de todas las virtudes

Por Jimena de la Cuba

Todos estamos familiarizados con el concepto de la humildad. Es una característica que todo ser humano puede poseer. Hoy, sin embargo, quiero abordar este tema de una manera diferente: hoy vengo a contarles qué es la humildad para un católico y por qué es una cualidad crucial para que Cristo habite en nuestros corazones.

Empecemos por aproximarnos a la naturaleza humana: somos pequeños y frágiles si planeamos contar sólo con nuestras propias fuerzas. Todos lo sabemos, pero a veces nos cuesta recordarlo o reconocerlo. Solemos poner más “fe” de lo debido en nuestras fuerzas, olvidándonos precisamente de nuestras limitaciones. Nuestros defectos y debilidades pueden llevarnos a obrar y pensar de forma incorrecta. Y en este proceso, desafortunadamente, consciente o inconscientemente, negamos a Dios y nos alejamos del camino hacia la santidad.

Pero esta condición humana, esta debilidad, no es necesariamente una condena hacia el pecado. Es allí donde la humildad puede operar una extraordinaria transformación en nosotros. Reconocernos como seres humanos—pecadores, débiles e imperfectos—permite dejar de mirarnos a nosotros mismos y dejar de confiar exclusivamente en nuestras fuerzas, para mirar a Dios, para confiarnos en Él. He aquí lo mejor de saberse pequeño: abandonarse en los brazos del Padre, aprender a confiar en alguien que está más allá de ti.  No se trata de desentendernos de nuestras responsabilidades o menospreciar nuestras capacidades, se trata de encontrar a un guía que nos ayuda a superar limitaciones, a discernir adecuadamente, a mirar más allá de nuestro estrecho entendimiento, a encauzar nuestros actos por los principios morales y actuar teniendo en mira un horizonte que va más allá de nuestra terrenal existencia. Dios nos ayudará en este camino, pero permitirá pruebas que uno deberá sortear con esfuerzo, con sacrificio, con el conocimiento de la palabra y por supuesto, con humildad.

Dios se hizo pequeño por amor a ti, por amor a mi. Jesús fue un ejemplo de vida y de humildad. Él, siendo Dios, le lavó los pies a sus doce apóstoles y al terminar, dijo: “Pues si yo, siendo el Señor y el Maestro, les he lavado los pies, también ustedes deben lavarse los pies unos a otros”. (Juan 13, 14). Cristo nos ha llamado a vivir en humildad y ponernos a disposición de nuestros hermanos. Si Dios mismo lo hizo, ¿quiénes somos nosotros para no hacerlo con nuestro prójimo? 

El primer paso para vivir la humildad es reconocer nuestro pecado y nuestra debilidad. Sin Jesús no podemos obtener la gracia santificante que necesitamos para salvarnos. Te aseguro que después de mirar en tu interior y descubrir tus faltas, también podrás reconocer la inmensidad del amor de Dios, que murió para pagar por ellas. “Un prestamista tenía dos deudores: uno le debía quinientas monedas y el otro cincuenta. (…), les perdonó la deuda a ambos. ¿Cuál de los dos lo querrá más?” (Lc 7,42). Lógicamente, la respuesta sería el que le debía más dinero. Pero, ¿cómo esto se relaciona con nosotros? Pues, todos tenemos una deuda que Dios nos ha pagado: la inmensa deuda de nuestro pecado. Mientras más conscientes nos volvemos de esto, más crece nuestro amor, agradecimiento y confianza en Cristo. Quien cree que debe poco, va a dar poco… no caigamos, en esa soberbia.

Finalmente, quiero darte algunos consejos para vivir esta virtud. Sé que suena difícil, yo he y sigo luchando mucho por alcanzarla, por eso quiero compartir algunos medios concretos que me han ayudado. Primero, obra siempre para la gloria de Dios, no para tu propia gloria. Cada vez que hagas algo significativo, pregúntate: ¿para qué lo estoy haciendo? ¿es para dar a conocer a Jesús? ¿O lo hago para crecer en popularidad, prestigio, etc.? Segundo, vive para servir. Ama a tu prójimo y busca lo mejor para él, incluso si eso implica pequeños sacrificios como ceder tu asiento en un bus, lavar los platos en casa, invitar la última galleta del paquete… son los ejemplos más cotidianos. Acuérdate que todos somos hermanos en Cristo, todos estamos llamados a la salvación por igual y todos tenemos la misma dignidad. Por último, pídele a Dios que te ayude a vivir esta virtud. Con confianza y con fe, pues Él cuida de ti. Si no ves resultados inmediatos sigue perseverando, porque los tiempos de Dios, muchas veces, no son los mismos que los nuestros. En lo personal, a mí me gusta rezar las letanías de la humildad, porque ilustran de manera muy completa lo que aspiramos. Quiero compartir una frase de esta oración: “Que los demás sean más Santos que yo, con tal de que yo sea todo lo Santo que pueda”. Hay que dar lo mejor de nosotros y desear lo mejor a nuestro prójimo.

Todos merecemos conocer a Cristo porque sin Él no llegaremos lejos… somos pequeños ¿recuerdas? Quien vive la humildad, vive en la verdad. Y esta verdad es libre de soberbia, envidias y resentimientos. Esta es la verdad que nos une a todos como hermanos, alineados en una misma lucha.

Por Jimena de la Cuba