«Qué bello es vivir»

y su espiritualidad católica

Una reflexión sobre los valores cristianos de la obra maestra de Frank Capra

Por Jonatan

Como ya se me ha hecho costumbre, esta última navidad volví a ver It’s a wonderful life (Qué bello es vivir) del maestro Frank Capra, considerada por muchos como la mejor — además de la más querida— película navideña de la historia. Esta vez me ha gustado más que nunca. Puedo decir que se ha convertido en una de mis películas favoritas de siempre. Y es que ya lo decía Roger Ebert: Qué bello es vivir es atemporal, es de esas películas que van mejorando con el paso del tiempo. La primera vez que la vi me conmovió hasta las lágrimas como lo hace con todo aquel que se deja seducir por su tan tierna y espiritual historia. Pero esta vez me tocó de manera distinta. Me di cuenta de que aquella espiritualidad no era cualquiera, sino una muy específica: una espiritualidad católica.

Y es que no podía ser de otra forma. Desde un inicio Qué bello es vivir nos plantea el viaje de un ángel en rescate de George Bailey, nuestro protagonista, quien está a punto de suicidarse debido a una terrible crisis financiera. Los habitantes de su humilde ciudad, Bedford Falls, se han enterado de su problema y, como no saben dónde está, deciden orar para que Dios pueda salvarlo, sea donde sea que se encuentre. Así que Dios parece escuchar sus ruegos y le pide a San José que lo ponga un poco al tanto de lo sucedido. Al final de la conversación, Dios decide mandar a Clarence, un ángel algo torpe al que le faltan sus alas, para que realice la buena obra de salvar a este pobre hombre y así pueda por fin ganarse sus tan queridas alas. Será San José quien se encargue de contarle toda la vida de George a Clarence para que de esta manera sepa cómo ayudarlo.

Frank Capra no solo llena su historia de espiritualidad católica en el cielo, con Clarence, Dios y San José, sino también — y sobre todo ahí — en la tierra. Qué bello es vivir es más católica por su visión de la vida terrenal que por la presentación de sus personajes angelicales.

Así es como Frank Capra nos introduce en la historia, logrando que compartamos la misma curiosidad de Clarence y queramos descubrir por qué este tal George Bailey quiere acabar con su vida. Hasta aquí hay quien puede pensar que Capra solo ha utilizado la teología católica para poder crear un personaje tan entrañable como Clarence, un risueño ángel «de segunda clase». Conscientes de que el catolicismo concibe el cielo como una gran familia en la que unos se ayudan a otros (San José intercediendo por George Bailey, por ejemplo), algunos pueden pensar que el director se ha servido del imaginario católico solamente para provocar ternura y ñoñería. Nada más lejos de la realidad. Frank Capra no solo llena su historia de espiritualidad católica en el cielo, con Clarence, Dios y San José, sino también — y sobre todo ahí — en la tierra. Qué bello es vivir es más católica por su visión de la vida terrenal que por la presentación de sus personajes angelicales.

Mientras va avanzando la historia, descubrimos que George Bailey ha renunciado a muchos de sus sueños y ambiciones durante su vida, al haberse quedado en Bedford Falls para así proteger la compañía prestamista de su difunto padre, ya que si no lo hacía, la empresa hubiese sido disuelta por Henry Potter, el hombre más rico del pueblo, un tiburón de los negocios que pretende comprar la ciudad entera para su propia fortuna. Bailey termina por quedarse en la humilde Bedford Falls, volverse director de la compañía de su padre y casarse con la chica que le gustaba desde niño. Pero a diferencia de Potter, Bailey vela por el bienestar de sus clientes, ayudándolos en momentos de escasez y evitando a toda costa la usura. Podemos ir develando la visión católica de la economía que nos propone Capra. No se trata de una película donde los personajes solo se persignan y van a misa, sino donde además el protagonista aplica el principio cristiano de nunca pasar por encima de los más débiles. Mientras Potter representa al capitalista codicioso sin escrúpulos, Bailey personifica a ese buen cristiano que antes prefiere seguir la Doctrina Social de la Iglesia, con trabajo duro, asistencia a los más necesitados y poniendo a la familia primero antes que todo.

Es particularmente interesante que una película de cine clásico americano retrate una historia ubicada en una ficticia ciudad católica. Siendo Estados Unidos un país protestante, hubiésemos esperado que el relato se sitúe en algún pueblo presbiteriano, episcopal o metodista. Pero claro, no es casual que Frank Capra sea un director italo-americano. Como buen italiano de nacimiento que fue, no creció en una familia protestante, sino católica, y en un momento de su vida, experimentó una conversión que lo llevó a practicar heroicamente su fe, y a considerarse «un católico en espíritu, alguien que cree firmemente que los inmorales, los sabiondos y los mafiosos podrán destruir la religión pero nunca podrán conquistar la cruz». Acaso su renovada fe católica lo llevó a crear una historia en la que se condena el individualismo — tan propio del espíritu protestante del capitalismo norteamericano — y donde más bien, la comunidad, la cooperación, la austeridad y el sacrificio se presentan como los valores exaltados.

Qué bello es vivir no sería lo que es sino fuese por la cosmovisión católica de su creador. Y nosotros no seríamos los mismos sin la tan bella obra maestra que Capra nos dejó para disfrutar, no solo cada navidad, sino cada vez que nos sentamos a verla.

Te dejamos la película completa aquí:

Por Jonatan