Mientras va avanzando la historia, descubrimos que George Bailey ha renunciado a muchos de sus sueños y ambiciones durante su vida, al haberse quedado en Bedford Falls para así proteger la compañía prestamista de su difunto padre, ya que si no lo hacía, la empresa hubiese sido disuelta por Henry Potter, el hombre más rico del pueblo, un tiburón de los negocios que pretende comprar la ciudad entera para su propia fortuna. Bailey termina por quedarse en la humilde Bedford Falls, volverse director de la compañía de su padre y casarse con la chica que le gustaba desde niño. Pero a diferencia de Potter, Bailey vela por el bienestar de sus clientes, ayudándolos en momentos de escasez y evitando a toda costa la usura. Podemos ir develando la visión católica de la economía que nos propone Capra. No se trata de una película donde los personajes solo se persignan y van a misa, sino donde además el protagonista aplica el principio cristiano de nunca pasar por encima de los más débiles. Mientras Potter representa al capitalista codicioso sin escrúpulos, Bailey personifica a ese buen cristiano que antes prefiere seguir la Doctrina Social de la Iglesia, con trabajo duro, asistencia a los más necesitados y poniendo a la familia primero antes que todo.