Así llegamos a terminar el año. Probablemente el año más duro para todos. Recuerdo cuando comenzábamos estos tiempos difíciles en medio de la confusión, la incertidumbre, la muerte y el dolor, que tantos meses después aún no acaban. En medio de este mundo hundido en tinieblas, en dolor y sin esperanza, viene Aquel que alumbrará eternamente. En esta oscuridad tan profunda, nacerá la Luz.
¿Qué necesitábamos para volver a Dios? Tal vez antes de todo lo que pasó este año vivíamos nuestra fe cómodamente. Teníamos la Parroquia y el Oratorio siempre abiertos. Podíamos ir a Misa diaria, Confesarnos y Comulgar sin mayor problema. Vivíamos acomodados fuera de Dios, recordándolo de vez en cuando. Estábamos acostumbrados a vivir sin Él. De pronto llegó un virus a rompernos el mundo cómodo en el que nos habíamos instalado. Vino a alejarnos de quienes amábamos, a quitarnos nuestras seguridades, a obligarnos a vivir con incertidumbre. Nos recordó que la muerte existe, que no viviremos para siempre, que la enfermedad duele y que esta vida se acaba. Entonces en medio de todo esto tú te preguntaste, ¿y ahora qué? Ahora que todo se me desmorona, ¿dónde estaré a salvo?
“Aquél que es Amor ha venido a amar hasta el extremo, desde el vientre de la Virgen hasta los clavos de la Cruz”.
Creo que el virus fue sólo un medio, pero en realidad hubiese podido ser cualquier otra cosa: necesitábamos algo que nos hiciera encontrarnos con la finitud de la vida en la tierra. Algo que nos presionara a preguntar: ¿Después de esto, qué? Y es entonces cuando resuena una sola respuesta: Después de esto, Cristo. Él es el único que se sostiene cuando se nos cae absolutamente todo. Ese Nombre es el que queda firme, el que alumbra, el que salva.
El mismo Dios se ha hecho hombre y no ha tenido mayor interés que salvarte. Salvarte a ti. Aquel que es Amor ha venido a amar hasta el extremo, desde el vientre de la Virgen hasta los clavos de la Cruz. En Belén comienza todo. En Belén conocemos el rostro del Salvador del mundo. En Belén el mismo Dios se muestra para que podamos conocerlo, porque Él sabía que nuestra alma lo anhelaba y quería conocerle. Cristo viene a abrir las puertas del cielo: ese es el misterio de la Encarnación. Los hombres hemos sido amados con tal excelencia que Dios no ha querido dejarnos sin Su Gloria. No merecíamos nada y Él nos lo ha dado todo.
Mira al Niño en el pesebre y recuerda tu último año. Recuerda la oscuridad, la angustia, la tristeza, y deja que Él lo llene todo. Déjalo entrar en el pesebre de tu corazón. Deja que su ternura consuele, su amor te calme y su pequeñez te deslumbre. Míralo y reconócete amado hasta el extremo. Cuando realmente tu corazón y tu alma lo hayan contemplado, verás que no habrá más oscuridad, ni angustia, ni tristeza; porque ha venido a llenarte por completo Aquel que es la Luz. Y si llegaran a aparecer de nuevo, vuelve a ese pesebre. Que el Niño en la cuna sea tu consuelo, tu fuerza y tu esperanza. Que ese Nacimiento te recuerde que tu lugar no es aquí, porque Él vino para llevarte con Él.
El mundo de hoy necesita más que nunca un Liberador. Cada alma, hoy más que nunca, anhela un Salvador. ¡Y Él ha llegado! Seamos nosotros agentes de esa Luz. En una sociedad que no lo deja brillar, que le teme a la Luz y la esconde, atrevámonos a levantarla más alto que nunca.
Felíz Navidad, familia. Rezo por todos ustedes. Porque el Niño Dios siga cuidando sus corazones y encendiendo en ellos el deseo de santidad. Déjense enamorar por ese Niño, verán que no perderán nada y lo ganarán todo.
Que el Niño Dios los bendiga hoy y siempre.
¡Felíz Navidad!