Serie: Apologética Cristiana

Respondiendo al Hinduismo

Por Jonatan Medina

Serie: Apologética Cristiana

Respondiendo al Hinduismo

por Jonatan Medina

La última religión que analizaremos de forma crítica es el Hinduismo. Estamos ante una de las religiones más antiguas del mundo y, de hecho, una de las más complejas. Y es que el Hinduismo, más que ser un cuerpo unificado de doctrinas, es una tradición de distintas religiones que provienen de la India, de donde recibe su nombre. Como dice Gerald R. McDermott: «No existe tal cosa como el hinduismo […]. El término hinduismo supone una religión en la cual las partes son coherentes entre sí. Pero tal religión no existe. […] la palabra hinduismo la acuñaron los británicos como un término comodín para las religiones innumerables y a menudo contradictorias que encontraron en el subcontinente indio» (1). Por este motivo en la India podemos encontrar religiones tanto teístas, como panteístas y hasta no-teístas, como el caso del budismo o el jainismo. Algunas escrituras hindúes afirman que hay aproximadamente 330 millones de dioses y varios de ellos tienen su propio sistema de creencias y cultos. ¿Cómo responder al Hinduismo entonces?

Para aproximarnos hacia lo que llamamos hinduismo, podemos empezar por lo que la gran mayoría de hindúes tienen en común. Existen al menos tres conceptos que son compartidos por casi todo hindú: el Maya, el Samsara y el Moksha. Haciendo un análisis crítico de cada una de estas doctrinas es que podemos concluir que las religiones hindúes no pueden ser verdaderas. Empecemos con el Maya. Según muchos upanishads (libros sagrados hinduistas), el mundo fenoménico que conocemos no es más que un espejismo o irrealidad. Así, el pensador hindú Adi Shankara llegó a escribir que «el término «maya» […] invariablemente tiene el significado de «ilusión»» (2). Según esta enseñanza, lo único real es Brahman, una suerte de divinidad impersonal de donde procede todo lo demás. Esta doctrina va acompañada del concepto de Advaita que significa «no dualidad», según el cual no hay dos (ni tres ni más) cosas en la realidad, sino que todo lo que existe es una sola cosa: Brahman. Por ejemplo, nosotros como individuos podemos pensar que existimos porque tenemos un cuerpo y una conciencia; sin embargo, lo que en verdad debemos hacer es quitarnos el velo del Maya para darnos cuenta de que entre nuestra alma (atman) y la divinidad (Brahman) no hay diferencia alguna. ¿Cuál es el problema de esta doctrina? Básicamente que contradice el pensamiento racional. Si todo lo que existe es «ilusión», ¿cómo podemos llegar a saberlo? Este razonamiento en el fondo es auto contradictorio, pues si todo el mundo conocido no es real, incluido nosotros mismos y nuestro pensamiento, ¿entonces cómo es posible llegar pensar que se trata de una ilusión? Como observa Dante Urbina: «si se niega toda la existencia real del «yo» en cuanto tal, ¿entonces sobre qué ocurre la ilusión?» (3). Si tuviésemos a Shankara hoy predicándonos que el mundo fenoménico, con nosotros incluidos, es ilusorio, podríamos responderle con su propia lógica: «pues entonces tu doctrina también es ilusoria, no puedo creer en ella». 

Al mismo tiempo, el Maya es irracional porque viola el principio de no contradicción. Si todo el mundo conocido no es real y no hay distinción entre una cosa y otra porque todas al fin y al cabo solo alcanzan su «verdadera realidad» en Brahman, simplemente no sería posible vivir con sentido ni siquiera decir algo con significado alguno. Por ejemplo, siendo consecuente con la lógica del Maya, si yo dijera «estoy soltero» y seguidamente «estoy casado» sería indistinto pues, en última instancia, ambas proposiciones son ilusorias. Es evidente, pues, que el Maya viola directamente un principio filosófico tan básico como el de no contradicción. A su vez, el concepto de Brahman es también irracional o al menos muy poco razonable pues se trata de un Principio Universal Supremo, de una deidad impersonal, ya que no posee intelecto ni voluntad. El Brahman antes que un Alguien es un Algo, del cual procede todo, incluso los demás dioses hinduistas. De hecho, el Trimurti —que sería como una suerte de Trinidad hinduista— compuesto por Brahmá (no confundir con Brahman), Visnú y Shiva también sería ilusorios, solo que en un «menor nivel». Pero, ¿bajo qué lógica una realidad impersonal puede causar irrealidades personales? ¿Cómo algo como Brahman puede ser la causa eficiente de agentes con voluntad e intelecto como los dioses y los seres humanos que finalmente no existen? Si el mundo fenoménico no es real, ¿entonces cómo se llega a conocer el Brahman que sí lo es? Nos damos cuenta de que este tipo de doctrinas son altamente ilógicas y han de ser creídas bajo pena de irracionalidad, bajo el manto del esoterismo.

Vayamos ahora a analizar el concepto del Samsara. Fundamentalmente, Samsara es un ciclo sin fin de vida, muerte y renacimiento. Como indica McDermott: «Esto significa que, después de la muerte, somos juzgados por una ley impersonal del karma, que determina a qué tipo de vida vamos a renacer. Si nuestras obras fueron malas, y por lo tanto tienen un mal karma, nos hará renacer a una vida infeliz como un ser humano o un animal o incluso a un insecto. Si nuestra vida fue buena y acumulamos buen karma, entonces vamos a renacer a una vida humana feliz» (4). Según el Bhagavad-gita, uno de los textos sagrados hinduistas más importantes, «al igual que un hombre se quita un vestido viejo y se pone otro nuevo, el alma abandona su cuerpo mortal para tomar otro nuevo» (5). Estamos ante la famosa idea de reencarnación. ¿Cuál es el problema con ella? Básicamente que también roza la irracionalidad. Como acabamos de ver, según el propio hinduismo, todo el mundo conocido es Maya (ilusión), pero si el alma individual del hombre se puede reencarnar en otro cuerpo luego de morir, ¿cómo puede afirmarse tal cosa con tanta seguridad si finalmente no hay distinción entre las almas (atman) y la divinidad (Brahman)? ¿No sería el Samsara un proceso igual de irreal que todo lo demás? ¿Bajo qué evidencia entonces podría afirmarse que un alma ha sido reencarnada en otro cuerpo?

Pero el concepto del Samsara y todo lo que implica no solo es problemático desde el punto de vista racional, sino también desde el punto de vista moral. Cuando las almas son juzgadas por la ley impersonal del Karma  —cosa ya extraña puesto que una fuerza ciega sin mente y voluntad no tiene la capacidad de hacer un juicio tan específico y conciente como el moral—renacen a una vida mejor o peor; pero el problema es que ninguna de estas almas tiene recuerdo y conciencia de dicha vida pasada. ¿Cómo podría haber culpa en alguien que no tiene conciencia de sus actos? ¿Qué clase de justicia se podría establecer con este razonamiento? Ahora bien, hay quienes afirman sí tener esporádicos recuerdos de sus «vidas pasadas», pero si aún esto fuese cierto, se habría tratado de un juicio y un castigo anticipado, proceder muy extraño para aplicar justicia. Vale decir que los casos de personas que dicen haberse reencarnado responden a razones más como «al psiquismo, la actividad médium y la posesión espiritual que a un genuino renacimiento» (6). Ante todo esto no cabe duda de que la visión cristiana de la vida y muerte goza de mucho más sentido cuando en las Escrituras leemos que «Y del mismo modo que está establecido que los hombres mueran una sola vez, y luego el juicio» (Hebreos 9, 27).

Con el Maya, el Hinduismo prácticamente anula toda nuestra capacidad para razonar, con el Samsara anula toda nuestra capacidad para hacer el bien, y con el Moksha anula toda nuestra sed de propósito, pues si finalmente, tras tanto reencarnarnos, desapareceremos para siempre, ¿qué sentido tiene la vida? 

Por otro lado, la ley del karma supone una visión y praxis tremendamente injusta de la vida al traer como consecuencia el sistema de castas, según el cual cada clase social responde a cómo se comportó cada quien en su vida pasada, y por ende nada se puede hacer para cambiar la estratificación de la sociedad, pues es «justo» que dicha alma reencarnada pague hasta morir y volver a renacer continuamente. Como relata Vishal Mangalwadi, un ex hinduista convertido al cristianismo: «El karma se convirtió en otro factor filosófico que impedía una cultura de cuidados sanitarios. Se creía que el sufrimiento de una persona era resultado de su karma (obras) en una vida previa. En otras palabras, el sufrimiento era justicia cósmica. Interferir con la justicia cósmica es como meterse en una cárcel y poner en libertad a un preso. Si uno reduce el sufrimiento de alguien, en realidad está aumentando su sufrimiento, porque entonces esa persona va a necesitar volver para completar su cuota debida de sufrimiento. Uno no ayuda a una persona cuando interfiere con la ley cósmica de justicia. Como seres humanos, nosotros los indios tenemos tanta empatía natural como cualquiera en el mundo, pero la doctrina del karma nos impidió convertir esta empatía natural en instituciones y tradiciones de cuidado. No tenemos escasez de dioses, diosas y santos en nuestro país, pero tuvieron que venir de fuera misioneras como Ida Scudder y la madre Teresa de Calcuta para ayudarnos a ver que los destituidos que morían en nuestras calles eran seres humanos, aunque tuvieran cuerpos que se pudrían» (7). Vemos, pues, cómo es que la ley del karma, tan propia de toda religión hinduista, ha sido y aún sigue siendo un claro obstáculo para la búsqueda del bienestar y el alivio físico de los que más sufren, terminándose por convertir más bien en una excusa metafísica para la perpetuación de la desigualdad social. Por esta razón, el Hinduismo no solo resulta ser lógicamente deficiente, sino también moralmente problemático, razón por la cual está altamente limitado para producir el bien en el mundo. En comparación, la religión cristiana ha sido aquella que más consuelo físico y espiritual le ha dado al mundo en toda la historia.

Finalmente analicemos el concepto del Moksha que en sánscrito quiere decir «liberación». Como indica McDermott: «los hindúes quieren verse libres de la ley de hierro de la vida-muerte-renacimiento. Ellos no quieren nacer y nacer por toda una eternidad. Ellos quieren detener la rueda y bajarse del carro, verse libres por fin de la reencarnación. La mayor parte de las diversas variedades de religiones hindúes puede verse como una manera de liberarse del samsara y, por lo tanto, alcanzar el moksha»(8). Solo en el Occidente contemporáneo, tan seducido por la espiritualidad oriental, la idea de la reencarnación puede sonar atractiva y hasta deseada, pero la verdad es que la meta de todo hindú es acabar con ella pues supone un ciclo de interminable sufrimiento que poco a poco podrá ser eliminado con la liberación. La meta de todo fiel de la India es acabar con el Samsara, por medio del Moksha y así hacerse uno con Brahman que finalmente es la única realidad. Este hacerse uno supone así la eliminación completa de nuestra individualidad, como una gota que cae en el océano. Cada alma individual sería como esa gota particular que cuando llega al Brahman se disuelve y se hace uno con él. El problema con esta doctrina es que carece de todo sentido de propósito y de justicia. Por un lado, ¿qué propósito puede tener un alma individual que sabe que su destino eterno va a ser disolverse para siempre? ¿No sería más justo que la recompensa por haberse liberado del interminable Samsara sea permanecer como alma individual, en vez de aniquilarse? ¿no sería más justo que el alma que tantas veces se ha reencarnado pueda ser libre con una propia conciencia individual? Al fin y al cabo, el Samsara pareciera ser no más que una «mala broma» por parte del Brahman que, siendo un principio supremo sin voluntad ni intelecto, provoca que suframos un interminable ciclo de vida-muerte-renacimiento para finalmente desaparecernos como tales. Brahman resulta ser una fuerza creadora que causa una irrealidad (ya que todo es ilusión salvo Brahman) con el propósito de hacernos sufrir para luego disolvernos para siempre. ¿Qué clase de divinidad es esta? Hay quien puede pensar que el Cristianismo, y específicamente el catolicismo, enseña algo parecido al proponer el cielo como esa unión íntima y eterna con Dios. Sin embargo, si bien la religión cristiana nos llama a ser uno con Dios por la eternidad, esto no elimina en absoluto nuestra propia individualidad. Cada alma seguirá siendo única, individual e irrepetible en su eterna unión y felicidad con Dios.

Por todas estas razones es que el Hinduismo carece de argumentos para ser verdadero, justo y bueno. ¿Acaso esta filosofía puede proveer respuestas satisfactorias a nuestra alma tan sedienta de paz, bondad y sentido? Con el Maya, el Hinduismo prácticamente anula toda nuestra capacidad para razonar, con el Samsara anula toda nuestra capacidad para hacer el bien, y con el Moksha anula toda nuestra sed de propósito, pues si finalmente, tras tanto reencarnarnos, desapareceremos para siempre, ¿qué sentido tiene la vida? Por todas estas razones es que el ex hinduista Ravi Zacharias, al comparar su religión natal con el cristianismo, terminó por abrazar la fe cristiana al darse cuenta de que satisface las preguntas más importantes de la vida. Como él mismo declara: «Realmente hay cuatro preguntas fundamentales en la vida: origen, sentido, moralidad y destino. ¿De dónde vengo? ¿Qué significa la vida? ¿Cómo diferencio el bien y el mal? ¿Qué pasará cuando muera?» (9). El Hinduismo no puede responder ninguna de estas preguntas. No puede atender la pregunta sobre el origen pues el Samsara implica un ciclo sin fin (al menos hasta antes de lograr el Moksha) ni principio. Solo podemos saber que hemos sido causados por la realidad impersonal del Brahman, aunque para conocer esta realidad habremos de emprender una tarea muy ardua durante nuestras muchas vidas. No puede atender la pregunta sobre el significado de la vida pues el Samsara solo propone un ciclo vida-muerte y renacimiento que no nadie puede ni debe cambiar. Tampoco puede atender la pregunta sobre moralidad puesto que el propio Maya enseña que lo único real es el Brahman y que ahí no hay distinciones, incluidas las morales, y en consecuencia el concepto de bien y el mal también serían no más que meras ilusiones o irrealidades. Y por último, tampoco puede atender la pregunta sobre destino ya que el único propósito es lograr el Moksha y con él disolvernos por completo. Desde este punto de vista, la vida misma es un total absurdo, tanto como lo pudo ser para Albert Camus en sus años de férreo ateísmo. El cristianismo, por su parte, ofrece respuestas satisfactorias a estas cuatro preguntas, proveyendo total paz a nuestra alma, pese a todas nuestras angustias en nuestra vida terrena. Sabemos que venimos de un Dios personal que nos creó a su imagen y semejanza (Gn 1, 26); es decir, con intelecto, emociones, conciencia y voluntad. De ahí que seamos animales racionales y animales morales, como se dijo en artículos anteriores. Sabemos también que nuestro propósito en la vida es alcanzar la felicidad plena y esa solo es posible en Dios, y Él se ha puesto a nuestro alcance, con la iniciativa de hacerse hombre para amistarnos con Él para siempre (Ro 5, 10). Sabemos, por otro lado, que podemos distinguir entre el bien y el mal porque el bien es una esencia real, y no una mera ilusión, mientras que el mal es real en cuanto supone una privación de todo bien, concluyendo así que Quien nos creó depositó en nosotros una ley moral que habla tanto de nosotros, como de Él mismo. Finalmente, sabemos que nuestro destino después de la muerte no es volver a nacer en otro cuerpo y así sucesivamente hasta liberarnos de nuestra propia materialidad e individualidad. No, la verdad cristiana es tan asombrosa que sobrepasa todo anhelo del corazón, pues sabemos que si permanecemos fieles amando a nuestro Señor, no solo pasaremos la eternidad siendo plenamente felices con Él, sino que resucitaremos con un cuerpo material y glorificado (Jn 11, 25, 1 Cor 15, 21). Cada persona, con su alma y su cuerpo individual, podrá gozar de la alegría del cielo que no es otra que un eterno abrazo con el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo.

1

 Gerald R. McDermott, Religiones del mundo: una introducción indispensable, Grupo Nelson, Nashville, 2013, p. 9

2

 Prabhu Dutt Shastri, The Doctrine of Maya, Ed. Luzac and Co., London, 1911, p. 24.

3

 Dante Urbina, ¿Cuál es la religión verdadera? Demostración racional de en cuál Dios se ha revelado, CreateSpace, Charleston SC, 2018, p. 231.

4

 Gerald R. McDermott, Op. Cit. p. 10.

5

 Bhagavadgita, cap. 2, n 22.

6

 Mark C. Albrecht, Reincarnation: A Christian Critique of a New Age Doctrine, InterVarsity Press, Downers Grove, 1987, p. 77

7

 Vishal Mangalwadi, El libro que dio forma al mundo: cómo la Biblia creó el alma de la civilización occidental, Grupo Nelson, Nashville, 2011, p. 331.

8

 Gerald R. McDermott, Op. Cit. p, 12.

9

 Ravi Zacharias, entrevista con David Rubin en The Rubin Report, 22 octubre 2019.

10

 Norman L. Geisler & Thomas Howe, When Critics Ask: A Handbook of Bible Difficulties, 1992.

Por Jonatan Medina

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