Serie: Apologética Cristiana

La Resurreción

Refutando teorías alternativas

Por Jonatan Medina

Serie: Apologética Cristiana

La Resurreción

Refutando teorías alternativas

por Jonatan Medina

En el artículo anterior establecimos cuatro hechos que el consenso de académicos establece como históricamente fidedignos: 1) Jesús fue crucificado, murió y fue sepultado, 2) distintas personas aseguraron haberlo visto resucitado, 3) la tumba quedó vacía y 4) los apóstoles predicaron a un Cristo resucitado y murieron por defender esta creencia. Todos estos hechos no pueden ser ignorados, sino que necesitan de una explicación, ya que dieron lugar a la religión más grande de la historia: el cristianismo. Sin embargo, la Resurrección es la última opción que una mente escéptica puede concebir. Es más que entendible: no todos los días un muerto resucita y sale de una tumba sellada y custodiada por guardias armados. Es por ello que muchos han tratado de proponer teorías e hipótesis alternativas que expliquen la realidad de estos cuatro hechos históricos. Pero todas ellas se las tienen que ver con la evidencia que tenemos del caso. Y, como apunta el abogado inglés J.N.D. Anderson, «la evidencia debe ser considerada como un todo. Comparativamente es fácil encontrar una explicación alternativa para una u otra de las diferentes partes que componen un testimonio. Pero esas explicaciones no tienen valor a menos que encajen también con las otras partes del testimonio» (1). En el presente artículo analizaremos las hipótesis más populares que han tratado de explicar la Resurrección, a partir de realidades naturales, y llegaremos a la conclusión inevitable de que, paradójicamente, la explicación más razonable es la sobrenatural.

La hipótesis del desmayo:

Esta hipótesis sostiene que ciertamente Jesús fue clavado en una cruz, pero que no murió, sino que debido a la gran pérdida de sangre y tremendo dolor del martirio, sufrió un desmayó. Como el conocimiento médico de la época no era muy avanzado, los discípulos que lo bajaron de la cruz pensaron que había muerto y lo sepultaron por error. Finamente, el descanso, el frío de la tumba y las especias con las que lo había embalsamado, hicieron que pueda levantarse y salir. No se trató, entonces, de una resurrección, sino más bien de una simple resucitación. Sus seguidores, tan vulgares e ignorantes, no pudieron notar la diferencia (2). 

Lo que podemos decir sobre esta teoría que se originó en el ambiente racionalista del siglo XVIII es que no resiste el menor análisis. En primer lugar, niega la evidencia que tenemos del primer hecho: Jesús efectivamente murió. Quienes sostienen esta explicación argumentan que los soldados romanos no eran médicos y que es probable que se hayan equivocado en su diagnóstico al momento de verificar si Cristo había muerto en la cruz. ¿Qué podemos decir al respecto? Que ciertamente los soldados no eran médicos, eran asesinos profesionales. Ellos no necesitaban de conocimiento de medicina para saber matar a los crucificados. De hecho, la crucifixión era un método que usualmente se aplicaba a quienes osaban desafiar el poder del Imperio y, por esta razón, Roma se aseguraba de que las víctimas mueran de forma humillante para dejar una advertencia a quien ose rebelarse también. De ahí que el soldado romano clavara su lanza en el costado de Cristo cuando ya había expirado. ¿Debemos suponer que un desmayado ni siquiera se movería luego de recibir una herida de lanza que abriría su costado?

Si Jesús se hubiese despertado de un desmayo, lo más probable es que habría aparecido agónico, pidiendo ayuda para poder recuperarse. ¿Qué clase de moribundo inspira un movimiento de personas dispuestas a dar su vida por él?

Pero aún si esta hipótesis fuera cierta, debemos preguntarnos: ¿es razonable pensar que un hombre que sufrió lo que sufrió Cristo, pueda escabullirse por sí mismo del sepulcro, entre la guardia romana que lo vigilaba? Como comenta J.N.D. Anderson: «¿Cree usted realmente que descansando hora tras hora sin atención médica, en una tumba cavada en la roca en Palestina durante la Pascua, cuando está bastante frío por las noches, […] que él podía liberarse de metros de vendas fúnebres, las cuales pesaban bastante por las muchas especias, mover la piedra que tres mujeres se sentían incapaces de hacerlo, y caminar por muchos kilómetros sobre sus pies heridos?» (3). Efectivamente, Jesús no solo tendría que haber salido por sí solo entre las vendas que lo envolvían desde la cabeza hasta el tobillo, luego de tres días de asfixia, sino que además tendría que haber movido, con las nulas fuerzas que le quedaban, la piedra que sellaba su sepulcro, para seguidamente, escaparse entre los muchos guardias armados que lo custodiaban, caminar largos kilómetros y terminar apareciéndose a sus discípulos, prácticamente moribundo, para darles la impresión de que había vencido a la muerte. Èmile Le Camus ironiza sobre esta teoría: «¿Podemos imaginar un desmayo más completo que este, o uno que ocurra en el momento más adecuado? Agreguemos que este sería un final muy fortuito de una vida que ya, en sí misma, era tan prodigiosa en su santidad y fecunda en su influencia. ¡Esta era una coincidencia imposible! ¡Era algo más milagroso que la misma Resurrección!» (4).

Por otro lado, como apunta E. H. Day: «En las narraciones de las diferentes apariciones del Cristo resucitado no hay indicios de ninguna debilidad física como habría sido inevitable si Cristo hubiera resucitado de una muerte aparente. De hecho, los discípulos no vieron en su Maestro resucitado a alguien que se estaba recuperando contra los pronósticos de sufrimientos agudos, sino a Aquel que era el Señor de la vida y el conquistador de la muerte» (5). Si Jesús se hubiese despertado de un desmayo, lo más probable es que habría aparecido agónico, pidiendo ayuda para poder recuperarse. ¿Qué clase de moribundo inspira un movimiento de personas dispuestas a dar su vida por él? Por todas estas razones es que Josh McDowell señala que es difícil creer que esta era la explicación favorita del racionalismo del siglo XVIII. La evidencia es tan contraria a esta hipótesis que hoy ha quedado como obsoleta (6).

La hipótesis del cuerpo robado:

Esta hipótesis, que es la primera teoría alternativa que la historia registra, fue en parte abordada en el artículo anterior. Aquí terminaremos por demolerla. La hipótesis del cuerpo robado trata de explicar un solo factor de los cuatro que hemos establecido: la tumba vacía. Sin embargo, resulta demasiado débil por muchas razones. Le Camus comenta al respecto: «Si Jesús había sido puesto en la tumba el viernes y no estaba allí el domingo, hay dos posibilidades: o fue quitado de la tumba o salió por su propio poder. No hay otra alternativa. ¿Fue quitado de la tumba? ¿Quiénes lo sacaron? ¿Fueron sus amigos o sus enemigos? Los enemigos habían puesto un escuadrón de soldados para guardarles, por lo tanto no tenían la intención de hacerle desaparecer. […] En cuanto a sus amigos, ellos no tenían ni la tención ni el poder para quitarlo de allí» (7).

De esta manera, nos quedan solo dos explicaciones posibles: o la tumba vacía fue obra humana o fue obra divina. Si fue obra humana, solo tenemos dos opciones: lo hicieron los enemigos de Cristo o lo hicieron los amigos de Cristo. Pero sus enemigos no tenían motivo alguno, mientras los discípulos no tenían intención ni poder alguno. Por tanto, la única explicación razonable es que fue una obra divina. Y es que si discípulos estaban escondidos, deprimidos y desconcertados por lo que había pasado con su Maestro, ¿cómo es que repentinamente se pusieron de acuerdo para robar el cuerpo, sabiendo que la tumba estaba custodiada por soldados romanos? Además, como bien se pregunta Samuel Fallow: «Si Jesucristo no hubiera resucitado, él había engañado a los discípulos con esperanzas vanas en cuanto a su resurrección. ¿Cómo es que los discípulos no descubrieron al impostor? ¿Se hubieran puesto en peligro por emprender una empresa tan peligrosa a favor de un hombre que se había aprovechado tan cruelmente de la credulidad de ellos? Pero, concedamos que ellos se habían propuesto robar el cuerpo; ¿cómo podrían haberlo hecho?» (8). Efectivamente, aún si los discípulos hubieran querido robar el cuerpo, hubiese sido imposible que lo logren con una guardia de soldados romanos custodiando el lugar. Los judíos instigaron a los soldados a que dijeran que estaban dormidos, pero, como ya se preguntaba San Agustín, si ellos estaban dormidos, ¿cómo podían saber que los discípulos se lo habían robado?(9). Este relato resulta muy inverosímil, además, cuando se sabe que el castigo común para quien se dormía durante su turno de guardia era la propia muerte (10). Pero aún suponiendo que se hubieran quedado dormidos, ¿cómo es que nunca se despertaron durante todo el proceso del robo? ¿Debemos suponer que mientras varios hombres removían la pesada piedra, entraban al sepulcro, desenvolvían el cadáver y sacaban el cuerpo, ninguno de los guardas jamás despertó? El detalle de las vestiduras no es para nadar menor. Ya Gregorio Niceno comentaba al respecto: «la disposición de las vestiduras en el sepulcro, el sudario que rodeaba la cabeza de nuestro Salvador, no junto a las vendas de lino, sino enrollado en un lugar aparte, no indica el terror y el apuro de los ladrones; por lo tanto, refuta el relato del robo del cuerpo» (11). Mientras San Juan Cristóstomo dice: «Si ellos hubieran estado dispuestos a robar, no se habrían robado el cuerpo desnudo; no sólo por no deshonrarlo, sino para no perder tiempo o retrasarse en desnudarlo, y no dar tiempo a quienes podían despertarse y apresarlos. […] ¿No conocían ellos el furor de los judíos y que descargarían su ira sobre ellos? ¿Cuál era el beneficio en absoluto para ellos, si él no había resucitado?» (12)

¿Debemos suponer que mientras varios hombres removían la pesada piedra, entraban al sepulcro, desenvolvían el cadáver y sacaban el cuerpo, ninguno de los guardas jamás despertó?

Por estas razones, aún si los discípulos hubiesen intentado robar el cuerpo, y aún si los soldados se hubiesen quedado dormidos, la escena completa de la tumba vacía contradice el relato al punto de que los propios líderes judíos dejaron de usarlo tiempo después. Ninguno de los apóstoles fue acusado luego por el Sanedrín a causa de este delito. Y es que incluso el racionalista y escéptico David Strauss afirma que «el historiador debe reconocer que los discípulos creían firmemente que Jesús había resucitado» (13). El perfil psicológico de los apóstoles no se condice con este relato. En palabras de John Sott: «si algo es claro en los Evangelios y los Hechos es que los apóstoles eran sinceros. Ellos pueden haber sido engañados, pero no eran engañadores. Los hipócritas y los mártires no están hechos del mismo material» (14).

La hipótesis de las visiones

Esta hipótesis, a diferencia de la anterior, no dice que los discípulos fueron engañadores, sino que fueron más bien engañados. Fue propuesta por primera vez por el propio David Strauss y más tarde defendida por Gerd Lüdemaan y otros miembros del Seminario de Jesús. Según esta teoría, todas las llamadas apariciones post mortem no fueron más que alucinaciones por parte de los discípulos de Jesús. Ellos no mintieron, sino que solo estaban sinceramente equivocados. ¿Qué podemos decir sobre esto? ¿Califican las apariciones de Cristo como posibles alucinaciones?

Según las leyes de la psiquiatría, las apariciones de Cristo distan mucho de ser visiones subjetivas. Por lo general, solo cierto perfil de personas suelen tener alucinaciones. Sin embargo, las apariciones fueron tan diversas que no encajan dentro de un solo perfil psicológico. John Stott comenta: «Había variedad en el estado de ánimo. María Magdalena estaba llorando, las mujeres estaban asustadas y asombradas, Pedro estaba lleno de remordimiento y Tomás de incredulidad. Los dos que iban a Emaús estaba distraídos por los eventos de la semana, y los discípulos en Galilea por su pesca. Es imposible establecer estas revelaciones del Señor divino como alucinaciones de mentes desordenadas» (15). Thomas J. Thorburn enfatiza: «Es absolutamente inconcebible que tantos como 500 personas, de sanidad mental y temperamento promedio, en diferentes cantidades de personas, a toda clase de hora y en situaciones diversas, experimentarían toda clase de impresiones sensitivas -visuales, auditivas, táctiles-, y que todas estas experiencias múltiples descansarían sobre alucinaciones subjetivas» (16). Efectivamente, diversos testigos oculares, en diferentes momentos y lugares, no solo vieron al Señor resucitado, sino que lo oyeron (Juan 21, 5-22), lo tocaron (Lucas 24, 39), hablaron con él (Lucas 24, 13-35) y comieron con él (Lucas 24, 42). Ilustrativa es la frase con que Pedro y Juan responden tiempo después ante el Sanedrín: «no podemos nosotros dejar de hablar de lo que hemos visto y oído» (Hechos 4, 20). Consideremos la variedad de las apariciones: a las mujeres en la mañana temprano en la tumba (Mateo 28, 9), a dos discípulos camino a Emaús en la tarde (Lucas 24, 13-33), un par de entrevistas privadas a plena luz del día (Lucas 24, 34; I Corintios 15, 7), temprano una mañana junto al mar de Tiberíades (Juan 21, 1-23), en una montaña de Galilea a más de 500 creyentes (1 Corintios 15, 7) (17). Todo esto hace que la hipótesis de las visiones sea insostenible.

Por otro lado, las alucinaciones suelen ser experiencias individuales. Es muy improbable que dos personas puedan tener la misma visión al mismo tiempo. No obstante, no podemos negar que hayan existido casos de experiencias de visiones colectivas, pero cuando esto se ha producido, siempre estuvo acompañado por una excitación mórbida de la vida mental (18). En cambio, los testigos oculares, como ya se ha dicho, estaban en diferentes estados de ánimo como para que la alucinación sea posible. Es necesario, además, que las personas estén en un espíritu de anticipación y de esperanza que hace que su deseo se convierta en pensamiento (19). Stott continúa afirmando: «Si tuviéramos solamente el relato de las apariciones en el aposento alto, tendríamos razones para dudas y preguntas. Si los once habrían estado reunidos en aquel lugar especial donde Jesús había pasado con ellos algunas de las últimas horas sobre la tierra […], y estaban recordando sentimentalmente los días mágicos del pasado; y había recordado las promesas de él de regresar, y habían comenzado a preguntarse si él podía regresar y esperaban que lo hiciera; todo esto hasta que el ardor de la expectación de ellos fue consumida por su aparición repentina, podemos ciertamente temer que ellos habían sido burlados por una cruel ilusión» (20). En cambio, tenemos el caso de un perfil que es todo lo contrario a una persona susceptible a la alucinación: Tomás. Tales eran sus dudas que tuvo que verificar el milagro con sus propios ojos y sus propias manos (Juan 20, 24-28). Como sentencia Stott: «Los discípulos no eran crédulos, sino más bien cautelosos, escépticos y “lentos para creer”. Ellos no eran susceptibles a las alucinaciones, ni visiones extrañas los habrían satisfecho. La fe de ellos estaba enraizada en hechos concretos de la experiencia verificable» (21).

Pero supongamos que increíblemente todos los testigos fueron engañados por diferentes tipos de alucinaciones como nunca antes se han producido en la historia. Aún si esto fuese cierto, existe un factor que queda sin explicar: ¡la tumba vacía! Si los discípulos hubiesen sido todos sinceramente engañados por burdas visiones, solo era cuestión de que los judíos o los romanos llevasen a las pobres víctimas del engaño al sepulcro para que vieran el cuerpo aún presente y fueran curados de su delirio. Pero no existe registro de que esto haya sucedido, y es que la tumba vacía es un hecho históricamente indubitable. Así que, por un lado u otro, esta teoría debe ser totalmente descartada.

La hipótesis de la tumba equivocada

La última hipótesis que refutaremos fue popularizada por el crítico textual Kirsopp Lake a inicios del siglo XX. En una de sus obras más importantes escribió: «Está seriamente en duda si las mujeres estaban realmente en una posición de estar bastante seguras de que la tumba que visitaron era aquella en la cual José de Arimatea había sepultado el cuerpo del Señor. Los alrededores de Jerusalén están llenos de tumbas cavadas en las rocas, de modo que no sería fácil distinguir la una de la otra sin tomar cuidadosas notas […] Debe reconocerse, entonces, la posibilidad de que ellas fueron a la tumba equivocada. Si no era la misma tumba, todas las circunstancias parecen acomodarse. Las mujeres llegaron temprano en la mañana a una tumba que ellas pensaban que era aquella en la cual habían visto que sepultaban al Señor. Ellas esperaban hallar una tumba cerrada, pero encontraron una abierta. Un joven sospechando el problema, trató de decirles que habían cometido un error en cuanto al lugar: “No está aquí”, les dijo, “Venid, ved el lugar donde estaba puesto”, y probablemente señaló la tumba de al lado. Pero las mujeres estaban aterrorizadas al darse cuenta de su equivocación y huyeron» (22). Esta teoría pretende explicar con razones naturales el hecho de la tumba vacía, pero falla por muchos motivos.

En primer lugar, debemos observar que Lake está asumiendo la historicidad del evento, solo que trata de explicarlo racionalistamente, que no es lo mismo que razonablemente. Sin embargo, el propio relato de los Evangelios detalla el hecho de que las mujeres sí sabían en qué tumba había estado Jesús, por lo que resultaría altamente improbable que todas se equivoquen. «Estaban allí María Magdalena y la otra María, sentadas frente al sepulcro» (Mateo 27, 61), «María Magdalena y María la madre de José se fijaban dónde era puesto» (Marcos 15, 47), «Las mujeres que habían venido con él desde Galilea, fueron detrás y vieron el sepulcro y cómo era colocado su cuerpo» (Lucas 23, 55). Tres de los cuatro evangelistas especifican que las mujeres conocían muy bien el sepulcro indicado. ¿Debemos suponer que todas ellas, pasados apenas tres días, se equivocaron de tumba? Además, ¿por qué se aterrarían por equivocarse? Si, como dice Lake, el joven sentado en el sepulcro vacío les indicó su error, ¿por qué huirían a propagar su equivocación? ¿No sería natural que, habiendo amado tanto al Señor y teniendo con ellas todavía los aromas y la mirra, simplemente habrían ido a la tumba correcta para, ahora sí, poder ungir el cuerpo muerto de su Maestro? ¿Debemos suponer, además, que Pedro y Juan también se equivocaron de tumba cuando fueron a verificar lo dicho por las mujeres? ¿Debemos suponer que incluso el propio Sanedrín se equivocó? En efecto, de haberse equivocado las mujeres, esta habría sido la oportunidad perfecta para que los judíos callasen para siempre a los discípulos señalándoles la tumba correcta. Pero aún suponiendo que, tanto las mujeres, como los apóstoles, como el Sanedrín, como los romanos, se hubiesen equivocado todos de tumba -cosa ridícula a todas luces-, lo que señala Paul Little termina por derrumbar esta teoría: «Ciertamente José de Arimatea, el dueño de la tumba, habría resuelto el problema» (23).

Por otro lado, la forma en que Lake usa las citas del Evangelio es deshonesta. Él solo cita una parte y omite un pequeño detalle que el hombre que estaba en la tumba pronuncia: «¡Ha resucitado!». Lake acomoda la evidencia para que parezca que se trata de una equivocación, cuando la narración completa dice otra cosa, pues justo antes de que el hombre diga: «No está aquí. Venid, ved el lugar donde estaba» dice explícitamente: «Ha resucitado, como lo había dicho». Además, como comenta Merrill Tenney: «Lake no explica por qué el “joven” habría estado presente en un cementerio público o en un huerto privado en una hora tan temprana» (24). Por todas estas razones, Wilbur M. Smith, concluye: «la teoría de que las mujeres fueron a la tumba equivocada no surge de la evidencia, sino de la incredulidad sobre la posibilidad de un vaciamiento sobrenatural de la tumba de nuestro Señor» (25).

Conclusión:

Hemos visto cómo, una a una, estas teorías alternativas fallan con respecto a la evidencia que tenemos en conjunto. Ninguna de ellas logran resolver los cuatro factores históricos establecidos: 1) la muerte y sepultura de Jesús, 2) los testigos de las aperciones post mortem, 3) la tumba vacía y 4) la predicación y testimonio de vida de los apóstoles. Como señala Winfried Corduan: «estas explicaciones no milagrosas tienen que enfrentar una decisión cruel: o tienen que reescribir la evidencia para que se adapte a lo que ellos piensan, o tienen que aceptar el hecho de que ellos no son consecuentes con la evidencia presente» (26). La única explicación razonable para los cuatro hechos coherentemente es una milagrosa: la Resurrección. Por todas las razones expuestas en el presente y anterior artículo es que Lionel Luckhoo, uno de los abogados más grandes de la historia británica, famoso por tener el récord Guinness por sus 245 casos de crímenes consecutivos ganados, declaró una vez: «Agrego humildemente que he pasado más de 42 años como abogado defensor, compareciendo en muchas partes del mundo y todavía continúo activo en la práctica. He sido afortunado al obtener varios éxitos en juicios, y digo inequívocamente que la evidencia de la resurrección de Jesucristo es tan abrumadora que obliga a la aceptación por pruebas, lo cual no deja absolutamente ningún lugar a dudas» (27). La evidencia ha sido expuesta. La paradoja se hace presente: cada una de las explicaciones naturales terminan por ser irracionales. La explicación más razonable es la sobrenatural: Cristo ha resucitado.

1

Anderson, J.N.D., Wolfhart Pannenberg y Clark Pinnock. “A Dialogue on Christ’s Resurrection”, Cristianity Today, 12, Abril 1968.

2

Anderson, J.N.D. Christianity: The Witness of History. London: Tyndale Press, 1969. Reimpresion, Downers Grove, III: InterVarsity Press, 1970.

3

Anderson, J.N.D. “The Resurrection of Jesus Christ”. Christianity Today, marzo 29, 1968.

4

Le Camus, E. The Life of Christ. Vol. III. New York: The Cathedral Library Association, 1908.

5

Day, E. Hermitage. On the Evidence for the Resurrection. Londo: Society for Promoting Christian Knowledge, 1906.

6

Josh McDowell, Evidencias que demanda un veredicto, Editorial Mundo Hispano, Texas, 1999, p. 307

7

 Le Camus, E. Op. Ct.

8

 Fallow, Samuel, ed. The Popular and Critical Bible Encyclopedia and Scriptural Dictionary. Vol. III. Chicago: The Howard Severance Co., 1908.

9

 Ibid.

10

 Bruce, Alexander Balmin. The Expositor’s Greek New Testament. Vol. I – The Synoptic Gospels. Londo: Hoder and Stoughton, 1903.

11

 Withworth, John F. Legal and Historical Proof of the Resurrection of the Dead. Harnsburg: Publishing House of the United Evangelical Church, 1912.

12

 Schaff, Philip. A Select Library of the Nicene and Ante-Nicene Fathers of the Christian Church. Vol. 4 Grand Rapids: Eerdmans, 1956.

13

 David Strauss, Leben Jesu, 1864, p. 289

14

 Stott, John R. W. Basic Christianity. 2 ed. Downers Grove, III.: InterVarsity Press, 1971.

15

 Sttot, John R. W., Op. Cit.

16

 Thorburn, Thomas James. The Resurrection Narratives and Modern Criticism. London: Kegan Paul, Trench, Trubner & Co., Ltd., 1910.

17

 Josh McDowell, Op. Cit., p. 322.

18

 Rienecker, Fritz. A Linguistic Key to the Greek New Testament. Ed. Por Cleon L. Rogers, Jr. Grand Rapids: Zondervan Publishing House, 1980.

19

 Josh McDowell, Op. Cit.

20

 Sttot, John R. W., Op. Cit.

21

 Ibid.

22

 Lake, Kirsopp. The Historical Evidence for the Resurrection of Jesus Christ. New York. G.P. Putnam’s Sons, 1912.

23

 Little, Paul E. Know Why You Believe. Wheaton: Scipture Press, 1987.

24

 Tenney, Merrill C. The Reality of the Resurrection. Chicago: Moody Press, 1963.

25

 Smith, Wilbur. Therefore Stand. Gran Rapids: Baker Book House, 1945.

26

 Courduan, Winfried. No Doubt About It: the Case for Christianity. Nashville: Broadman & Holman Publishers, 1997.

27

 Sir Lionel Luckhoo, The Question Answered: Did Jesus Rise from the Dead? Luckhoo Booklets, back page. http://www.hawaiichristiansonline.com/sir_lionel.html.

Por Jonatan Medina