Una vez demostrada la existencia de Dios, es válido preguntarse: ¿de qué Dios estamos hablando? Si hay tantas religiones en el mundo, y hoy más que nunca pareciera haber tantos dioses como personas existen, ¿cuál de todos es el verdadero? ¿O es que acaso todos lo son? ¿El Dios cristiano es el mismo que el musulmán, el judío, el hindú o el de la Nueva Era? La respuesta a esta pregunta puede que escandalice a los oídos de hoy, tan políticamente correctos: no, solo el Dios cristiano es el Dios verdadero. Solo el cristianismo es la religión verdadera. Con esto no estamos diciendo que todas las demás religiones son malas o completamente falsas. Sin duda, la gran mayoría de religiones comparten importantes elementos de verdad, bondad y belleza. Pero Dios ha querido revelarse de una manera exclusiva, única y especial, y lo ha hecho a través de Cristo. En tal sentido, los cristianos debemos estar listos para presentar no solo defensa de la existencia de Dios en general, sino también de su revelación en particular: el cristianismo, tal como exhorta San Pedro en su carta apostólica (1 Pe 3, 15).
Ahora bien, en el debate sobre la veracidad del cristianismo como la única religión verdadera, existe una objeción que pretende desacreditar nuestra fe, aún antes de que hayamos siquiera empezado a defenderla. Esta objeción está perfectamente ilustrada en la respuesta que dio el famoso biólogo ateo Richard Dawkins, cuando en una conferencia una participante le preguntó qué pasaría si su ateísmo estuviese equivocado: «¿Qué ocurre si me equivoco? Bueno, todos podemos estar equivocados; todos podríamos estar equivocados acerca del Monstruo de Espagueti Volador, el unicornio rosa invisible y la taza de té voladora. Doy por hecho que te has formado en la fe cristiana. Tú ya sabes lo que es no creer en una fe en particular porque no eres musulmán ni hindú. ¿Por qué no eres hindú? Porque resulta que te has educado en los Estados Unidos y no en India. Si hubieras nacido en India serías hindú, si hubieras nacido en Dinamarca en la época de los vikingos creerías en Wotan y Thor, si hubieras nacido en la Grecia clásica creerías en Zeus, si hubieras nacido en Centroáfrica creerías en el Gran Yuyu de la Montaña. No hay ninguna razón en particular para elegir al Dios judeo-cristiano en el cual te han educado por puro accidente y por lo cual me haces la pregunta de qué ocurre si me equivoco. ¿Qué ocurre si tú te equivocas acerca del Gran Yuyu en el fondo del mar?».
Los primeros cristianos se desarrollaron en un ambiente completamente hostil a su fe y pese a ello, seguían no solo convencidos, sino convenciendo a los primeros conversos que, más bien, venían de creencias muy ajenas a la tradición judía, de la cual salió el cristianismo.
La irónica respuesta de Dawkins acusa a nuestra fe de ser meramente accidental y azarosa, con el propósito de descalificarla a priori. De esta manera, este tipo de objeción sostiene que de poco o nada servirán nuestros argumentos a favor del Dios cristiano ya que si creemos en Él se debe a que ha sido el único que nos enseñaron desde nuestra infancia. ¿Cómo responder ante esto? Simple: identificado la falacia en la que cae esta objeción. A saber, una falacia es un razonamiento que resulta ser psicológicamente persuasivo, pero que en el fondo es lógicamente inválido. Cuando escuchamos por primera vez un argumento falaz, nos puede parecer convincente, pero luego de analizarlo en frío y con el uso de la pura lógica, encontramos que se trata de un razonamiento fallido en el que no se llega a la conclusión que se pretende. Los ateos de mayor nivel, formados en el buen uso de la lógica, procuran no caer en este tipo de razonamientos, pero a decir verdad, los argumentos más populares en contra de Dios y el cristianismo suelen ser no más que puras falacias no tan difíciles de refutar. Richard Dawkins representa precisamente ese tipo de ateísmo popular y mediático de poco nivel intelectual, pero que por la misma razón persuade a las mentes más jóvenes e incautas. En este caso, la objeción cae en una falacia identificada como falacia genética.
Este tipo de razonamiento consiste en juzgar la veracidad de una idea en virtud de su origen. Es decir, si la razón de una creencia resulta ser pobre o injustificada para quien la cree, entonces se concluye que dicha creencia debe ser falsa. Esta deducción es errónea a todas luces: una idea, creencia o proposición debería ser falsa o verdadera en sí misma, sin importar cuál fue el motivo por el que fue aceptada como cierta. Una idea debe ser juzgada como verdadera si se corresponde con la realidad; que se haya llegado a ella de una forma u otra es completamente irrelevante para su validez. De hecho, muchas de las cosas que hoy sabemos que son verdaderas las aprendimos muy probablemente sin realmente entenderlas, o simplemente porque así nos las enseñaron. Fue tiempo más tarde que tuvimos una mejor justificación para creerlas. Supongamos que un niño aprendió que 8×8 es 64 porque su padre lo obligó a memorizarlo, bajo la amenaza del castigo. Quizá este niño nunca llegó a entender nada de multiplicación y matemáticas, ¿pero acaso por eso 8×8 deja de ser 64? O supongamos que otro niño aprendió que tiene glóbulos blancos no porque comprendió lo que significa el sistema inmunológico, ni porque lo pudo comprobar en un ensayo de laboratorio, sino simplemente porque lo vio en una caricatura educativa. No por ello significa que los glóbulos blancos no existen. De la misma manera, el hecho de que algunas o muchas personas crean en el cristianismo porque nacieron y se desarrollaron en un ambiente cristiano en nada socaba la verdad de la religión cristiana. De modo que cualquier persona que pretenda demostrar que el cristianismo es un fraude deberá hacerlo probando que las afirmaciones cristianas en sí mismas son falsas. Además, si algún escéptico va a objetar que creemos en el cristianismo simplemente porque nacimos en un país de tradición cristiana, habría que preguntarle: ¿entonces por qué tú, habiendo nacido en el mismo país, no eres también cristiano? Es muy probable que responda que no tiene por qué ser cristiano por el simple hecho de haber nacido en un país con dicha religión. ¡Precisamente! Si bien es cierto el ambiente en el cual crecemos nos influye o nos predispone, de ninguna manera nos predetermina. Cada quien sigue siendo libre de aceptar o no la creencia en la cual fue instruido, y en muchos casos, esta creencia llega a ser aceptada luego de un largo proceso de discernimiento.
Por otra parte, esta objeción ignora completamente la historia del cristianismo. Los primeros cristianos se desarrollaron en un ambiente completamente hostil a su fe y pese a ello, seguían no solo convencidos, sino convenciendo a los primeros conversos que, más bien, venían de creencias muy ajenas a la tradición judía, de la cual salió el cristianismo. Desde la conversión de Saulo de Tarso, pasando por ex ateos de naciones comunistas, judíos ortodoxos que abandonaron su religión para creer en Jesús como el Mesías, hasta los musulmanes e hindúes conversos de hoy, encontramos millones de ejemplos de personas de todas las razas y de todas las culturas que han encontrado en Cristo el camino, la verdad y la vida (Jn 14, 6). ¿Qué movió a todos estos hombres si no nacieron en un país de tradición cristiana? Haya sido una experiencia milagrosa, el buen testimonio de otro cristiano o cualquier otra razón, todos estos casos apuntan hacia una búsqueda por la verdad fuera del propio hábitat cultural y religioso. Así que cuando Dawkins dice que «no hay ninguna razón en particular para elegir al Dios judeo-cristiano en el cual nos han educado por puro accidente» habría que mostrarle la abrumadora cantidad de casos que desmienten su burda teoría. Parece que para muchos ex ateos, ex judíos, ex musulmanes y ex hindúes sí que hubo muchas razones para elegir al Dios cristiano, por sobre los demás.
Es evidente, pues, que tanto la historia como la actualidad de la fe cristiana demuestran que nada de tiene de accidental o azarosa. No todo cristiano lo es por pura tradición: existe una infinidad de casos que contradicen este prejuicio. Pero aún así, si todos hoy fuésemos cristianos por la sola tradición, en nada se invalidaría la veracidad de nuestra fe, puesto que la verdad sigue siendo verdad, sin importar que quien la sostenga no haya tenido la suficiente justificación para creerla. Refutada esta objeción falaz, entonces, el escéptico no podrá valerse más de ella, sino que tendrá que demostrar que el cristianismo es falso en sí mismo, haciendo frente a las abundantes y convincentes evidencias a favor del mismo; evidencias que, una a una, iremos presentando en los siguientes artículos.