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Creer sin ver

Caminar sobre el agua

Ante lo desconocido, el alma tiembla. Dios dispone caminos desconocidos, que parecen imposibles, que escapan de nuestros cálculos humanos, y sentimos miedo.

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Creer sin ver. Y cómo cuesta, y cómo fallo. Porque a pesar de haber experimentado a Cristo, de haberle visto ocuparse de mis cosas, después de vivir su amor en carne propia, también empiezo a dudar. Y me tambaleo, y le pido explicaciones, certezas, pruebas, le exijo seguridad. Y olvido que mi seguridad es Él, que mi seguridad radica en la realidad de saberme completamente amada por todo un Dios, y la confianza en ese amor hará que ya no tiemble: porque el amor echa fuera el temor. Porque cuando tengo miedo por no tener el control, Jesús me mira sonriendo y me dice: déjate.

Él sabe que dudo, pero con un amoroso reproche viene a buscarme y a mostrarme - de nuevo - las llagas de Sus Manos y su Costado sangrante de amor. Me busca y me deja verle. Yo caigo de rosillas avergonzado y con sincero corazón le digo: Señor mío y Dios mío. Y Él, con ternura, me reclama una confianza completa, un corazón rendido, que no busque otra seguridad que Su presencia, que no busque otros planes que Sus planes.

Dios amoroso que sale a mi encuentro y se deja ver, se desvela ante mi por amor.

Creer sin ver. ¡Cómo cuesta! Pero se puede. Pidamos la gracia de poder confiar solamente en Cristo, de no buscar seguridades ni certezas humanas, de amar el claroscuro de la vida con fe, saltando con corazón enamorado al plan de Cristo.

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