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Ser sal y luz:

3 claves para vivir este llamado

7 Feb - 23

Josemaría, amigo enamorado

No puedo explicarles cuánto me ha enseñado San Josemaría sobre el amor a Jesús. Y aunque intente contarles, la experiencia interior de tener a un santo — ¡y a qué santo! — como amigo es impresionante. En estos dos años y un poco más que llevo conociéndolo, me ha tomado de la mano con firmeza pero con ternura y me ha llevado cerca, muy cerca del Corazon de Cristo; que además era su lugar preferido en el mundo.

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Mirar a Jesús

Estos últimos días y semanas el Señor me ha estado hablando mucho de la confianza y de lo importante que es permanecer mirándole.
El otro día en el libro que estoy meditando, leía una anécdota sobre Madre Teresa que quería compartirles y que calzó exactamente con lo que conversaba con Jesús en oración en estos días.

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Ante lo desconocido, el alma tiembla. Dios dispone caminos desconocidos, que parecen imposibles, que escapan de nuestros cálculos humanos, y sentimos miedo.

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Creer sin ver

Creer sin ver. Y cómo cuesta, y cómo fallo. Porque a pesar de haber experimentado a Cristo, de haberle visto ocuparse de mis cosas, después de vivir su amor en carne propia, también empiezo a dudar.

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Hemos sido creados para ser sal y luz del mundo. Cristo ha querido valerse de nosotros, con nuestras debilidades, pecados, imperfecciones y faltas de amor. Él ha querido que nosotros colaboremos en su proyecto de salvación porque quiere que todos los hombres le conozcan y le amen. ¿Es posible ser sal y luz en medio de un mundo que parece rechazar a Dios? No solo es posible, es necesario; porque aunque parezca un mundo que lo rechaza, en realidad lo reclama a gritos, lo necesita, lo demanda. Es un mundo que necesita amor porque se está muriendo de frío. En medio de eso, estamos llamados a ser fuego que haga arder la tierra.

Aunque es cierto que debemos tomarnos esta llamada muy enserio, no debemos olvidar que tenemos que estar preparados. Si la sal pierde el sabor - dice la Escritura - solo sirve para tirarla fuera y que la pisen. Es necesario que no perdamos el sabor, que no nos abandonemos a perder el propósito. Como todos los que estamos en el camino sabemos que perseverar es difícil y muchas veces nos cuesta recordar cómo hacerlo, quiero compartir contigo 3 claves que debemos recordar siempre para responder a este llamado.

1. La vida interior. Si no tenemos vida interior, estamos muertos. Ya hemos hablado muchísimo sobre la importancia de la oración, pero es que nunca será suficiente. Debemos recordar que mantener la intimidad con Cristo es lo más importante. Si le dejamos, ¿a quién anunciaremos? ¿A nosotros mismos, nuestras ideas, nuestras opiniones, nuestro pensamiento? Si queremos ser testigos suyos debemos permanecer con Él. Atesoremos nuestra vida de piedad: cuidemos la oración diaria, los Sacramentos, los coloquios con la Virgen, las conversaciones con los santos. No perdamos las prácticas espirituales ni por descuido ni por flojera, porque entonces todo se irá desmoronando poco a poco.

2. Ser testigos. El apostolado es el desborde de la vida interior: no podemos callar lo que hemos visto y oído. Es necesario mantener la coherencia en nuestra vida cristiana. Por supuesto que es importante tener ideas claras, pero es más importante vivir de acuerdo a esas ideas. No solo hay que ser cristiano, hay que parecerlo. Vivir pegados a Cristo de manera que nos comprometamos con Él en nuestra conducta, en nuestras obras, en nuestro trabajo diario, en los detalles de la vida.

¿Somos capaces de hacer que los demás lo vean a Él cuando nos ven a nosotros? Que importante y que difícil, pero es posible y es necesario. ¡Comprometámonos con nuestra vida de católicos practicantes! Y que no nos de miedo. Que seamos capaces de mirar con lentes sobrenaturales la propia vida y ver como Cristo la vive con nosotros, con cada uno, personalmente. Santidad diaria, en lo pequeño, en la casa, en el trabajo, en la familia. Que en nuestros detalles encuentren a Jesús: eso es ser testigos.

3. Humildad. Porque es muy fácil sentir de repente que nosotros trabajamos mucho, que hemos colaborado bastante con el Señor, incluso pensar que nos debe atenciones especiales por lo mucho que le hemos ayudado. ¿Pero no mas bien que muchas veces entorpecemos su obra en lugar de colaborar? ¿No es mas bien que muchas veces Cristo obra a pesar de nosotros y no gracias a nosotros? No olvidemos que somos frágiles, pequeños, pecadores, con muchísimos errores y faltas. Nosotros somos capaces de grandes cosas solo cuando está Él, cuando Él las dispone, cuando Él las conduce. Cuando somos canales de gracia que permiten el actuar de Cristo. Si nos engrandecemos, Él se hace pequeño, y debe ser siempre al revés. Yo pequeño para que a Él lo vean, para que a Él lo encuentren, para que de Él se enamoren.

Humildad que nos permita recordar siempre que Cristo es la fuerza de los testigos, el soporte de los que algo hacemos por el Reino. Humildad que nos haga caminar pegados a Él y volver siempre a suplicar su gracia, su perdón.

No tengamos miedo, seamos valientes que se tomen enserio la vida con Cristo, porque esa es la única manera que tenemos de cambiar el mundo. Valientes que se jueguen por la vida eterna y por las almas. Valientes que anhelen que todos le conozcan y le amen.

Jesús, enséñame a hacerme pequeño para ser testigo. Enséñame a amarte a ti primero. Jesús, quiero servir. Enséñame a ser verdadera sal y luz del mundo.

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