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SEGUNDA PARTE

Totus Tuus

La visita a Lourdes

11 Feb - 23

Josemaría, amigo enamorado

No puedo explicarles cuánto me ha enseñado San Josemaría sobre el amor a Jesús. Y aunque intente contarles, la experiencia interior de tener a un santo — ¡y a qué santo! — como amigo es impresionante. En estos dos años y un poco más que llevo conociéndolo, me ha tomado de la mano con firmeza pero con ternura y me ha llevado cerca, muy cerca del Corazon de Cristo; que además era su lugar preferido en el mundo.

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Mirar a Jesús

Estos últimos días y semanas el Señor me ha estado hablando mucho de la confianza y de lo importante que es permanecer mirándole.
El otro día en el libro que estoy meditando, leía una anécdota sobre Madre Teresa que quería compartirles y que calzó exactamente con lo que conversaba con Jesús en oración en estos días.

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Caminar sobre el agua

Ante lo desconocido, el alma tiembla. Dios dispone caminos desconocidos, que parecen imposibles, que escapan de nuestros cálculos humanos, y sentimos miedo.

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Creer sin ver

Creer sin ver. Y cómo cuesta, y cómo fallo. Porque a pesar de haber experimentado a Cristo, de haberle visto ocuparse de mis cosas, después de vivir su amor en carne propia, también empiezo a dudar.

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Día 6 de peregrinación y me siento a escribir esto después de haber visitado Loyola y Lourdes.

Lourdes

Llegué a Lourdes de noche. Hacía mucho frío pero el corazón estaba ardiendo. Caminé hacia la explanada frente al Santuario y la vi allí: hermosa, con la luna detrás, dándome la bienvenida. La imagen de la Virgen de Lourdes, que luce una corona preciosa, me saludaba, presentándome su casa. La imagen miraba al Santuario, cuya arquitectura era imponente, aún de noche. La miré por unos minutos, agradeciéndole el poder estar ahí, que ni en sueños lo hubiera imaginado. Les prometo que la luna adornaba a la Señora, la iluminaba: luna llena, perfectamente colocada al lado, la acompañaba. Luna que refleja la luz del sol, como María refleja la luz de Cristo: la única luz que da vida. Luna que resplandecía tan brillante como la Virgen. Allí estaba la luna que ilumina al mundo cuando hay noches, tinieblas, tristezas, irradiando la vida de Su Hijo hasta el último rincón de la tierra. Allí estaba la luna, bella, llenando con su luz hasta el rincón más pequeño. María. “Aquí toda la creación se acomoda para anunciar la belleza divina”, pensé.

Después de contemplarla un rato, saludarla y agradecerle, me dirigí al Santuario. A esa hora ya estaba cerrado, pero pude ver las capillas que estaban fuera. Me esperaba allí Nuestra Señora de Guadalupe - recordemos que yo hacía la consagración el 12 de Diciembre, día de la Virgen de Guadalupe - preciosa, imponente, adornada en colores. “¿Acaso no estoy yo aquí, que soy tu Madre?” decía junto a la Virgen. Ella estaba allí, ¡verdaderamente mi Madre estaba allí! Y me quería con ella. María me dijo claramente que durante todo el proceso de preparación para la Consagración y durante esa peregrinación, ella estaba conmigo. Cerquita. Y me había hecho encontrarla como la Virgen de Guadalupe en Lourdes para recordarme que este viaje era preparación para la Consagración, que todo estaba dirigido a ese día. Sonrío mientras escribo porque me impacta lo delicada que es la Madre para expresarse en estos detalles pequeños, que parecieran imperceptibles coincidencias.

En la capilla del lado encuentro a Santa Bernardette, a quien sinceramente, no conocía mucho. Pero la vi allí, preciosa, de rodillas con el Rosario en la mano, con la Virgen detrás, abrazándola, cubriéndola con su manto y pensé: ¡yo también quiero ese abrazo de mi Madre! Pero para dejarme abrazar tengo que estar así como Bernardita: siempre de rodillas, aferrada al Rosario.

Caminé un poco más y llegó uno de los momentos más significativos del viaje: me encontré con la Gruta de las Apariciones. La Virgen estaba allí, perfecta, hermosa, alumbrado en medio de la noche oscura, resplandecía. Caí de rodillas y entre sollozos solamente pude agradecer. Agradecí la maravilla de poder estar en el mismo lugar en el que Bernardita la vio tantas veces, rezó y conversó con ella. Agradecí el poder, inmerecidamente, imaginarme como habrá sido verla realmente allí donde estaba su imagen, tan hermosa. Agradecí que Ella haya tenido la delicadeza de aparecerse a Santa Bernardita, a quien le recordó tantas dulzuras de su Hijo. De pronto vino sobre mi una fuerza que no puedo explicar, pero se que era el amor de Dios que me deshacía. ¡Me sentí tan amada! Tan amada que no hay palabras para describirlo. Un amor que entra en lo más profundo del alma y te desarma, te sobrepasa, te vence. De verdad sentí que iba a explotarme el corazón. Me sentí amada por Jesús, profundamente, y por La Madre. Ella me miraba, me miraba a los ojos del alma con una mirada penetrante, con tanto amor, con tanta paz y me decía: ¡Te he estado esperando tanto tiempo! ¡Por fin estás aquí! ¡Por fin te has dejado encontrar! Yo siempre he estado contigo y siempre estaré. Bienvenida a mi casa. Esas palabras escuché muy claramente en el fondo del alma.

Bienvenida a mi casa. Eso me repitió muchas veces María durante este viaje. Claro que yo pensaba que se refería a los Santuarios que estaba visitando, que efectivamente son su casa. Pero después caí en cuenta de que la casa de María es Jesús mismo. Ella habita completamente en Él. Él es su hogar y Ella le pertenece. En esa pertenencia Ella se ha entregado completamente al Padre y al Espíritu Santo. La casa de la Santísima Virgen es la Santísima Trinidad. Ella me daba la bienvenida a esa casa espiritual. Ella me decía: ¡Bienvenida a mi casa, que es tu casa, que es el Corazón de Cristo! Porque lo único que Ella hizo durante todo el viaje fue hablarme de lo amada que yo era por todo un Dios.

Esa noche frente a la gruta fue especial, única. Fue un coloquio íntimo entre la Madre y yo que nunca había tenido. Atesoro ese momento en mi corazón y, aunque es difícil explicarlo con palabras, he hecho mi mejor esfuerzo.

Al día siguiente me levanté muy temprano para aprovechar el día. Lo primero que hice fue entrar al Santuario - a la primera planta que es la Basílica del Rosario - que ya estaba abierto. Entré y, en medio de la Basílica enorme y hermosa, estaba Jesús: una lampara roja indicaba su presencia. No había nadie más en todo el templo. Estábamos solos Él y yo. ¿Entrar a la Basílica de uno de los Santuarios más visitados del mundo y encontrarlo solo para ti? Me levanté muy temprano para estar con la Madre pero lo encontré a Él primero, me llamó para saludarme. A solas. Esos detalles tiene Jesús. Adornaba la Cúpula de la Basílica un mosaico hermoso que decía: Par Marie A Jesus. A Jesus por María - en francés. Fue, literalmente, lo que ocurrió esa mañana: entré al Templo de la Madre y lo encontré a Él. Nos encontramos por María.

Después de hacer allí mi oración, me dirigí a la cripta de arriba: la cripta de Santa Bernardita. Como les había dicho antes, yo no la conocía mucho, pero al estar allí me sentí en la necesidad de conocerla. Me acerque a donde está su reliquia, acompañada por una foto de ella y por una imagen de ella de rodillas, frente a la Virgen. Le pedí: Bernardita, ayúdame a ver a María como tú la viste, ayúdame a tener esos ojos del alma abiertos, que me permitan ver y percibir su presencia. Enséñame a comportarme con Ella como lo hiciste tú, a ser detallista, a escucharle, a obedecerle. Enséñame a estar con María como estuviste tú, como estás tu ahora con ella en el cielo. Enséñame a mantener la vida de oración y contemplación que tú tuviste. Enséñame a darlo todo por anunciar la verdad, el mensaje de María, que va siempre hacia su Hijo. Enséñame a jugarme la vida por Cristo, como tú lo hiciste. En ese diálogo de amigas conocí a Bernardita y ahora se que ella estará conmigo todos los días, enseñándome a amar mejor y más a la Madre.

Entré a la Capilla de la Cripta y encontré a un grupo de personas acomodándose y a un sacerdote revistiéndose: iba a haber Misa. ¡Misa! Sin planearlo. Jesús me estaba esperando. Me senté en la primera banca y agradecí. ¡Disfruté tanto esa Eucaristía! A la mitad de la celebración me encontré con un Corazón de Jesús en una grutita a la izquierda del altar. Su presencia fue un guiño a mi alma: ¡Ves que yo siempre estoy contigo! Lo miré y sonreí. ¡Que detallista es el Señor! Terminó la Misa y hubo Adoración. La Custodia, hermosa. Jesús allí: en el centro de un Altar, gritándome su amor en el silencio más bello que he experimentado. ¡Él deseaba tanto que pasemos tiempo juntos en casa de su Madre! Lo preparó todo para nosotros, todo para mi.

No tuve mucho tiempo en Lourdes después de esa Adoración. Teníamos que salir pronto para llegar a Vitoria Gasteiz con luz. Antes de irme fui a una Basílica dedicada al Papa Pio X. Me asomé por una abertura de la puerta porque no encontraba por donde entrar, y lo primero que veo es una imagen gigante de la Madre Teresa. ¡La Madre! Mi Madre. Estaba allí, saludándome. Cuando por fin logré encontrar la entrada, vi que todo el rededor del templo estaba lleno de imágenes de santos. ¡Estaban todos! Chiara Luce, Gianna Beretta, Pier Giorgio Frassati, Santa Teresita de Liseux, San Juan Bosco, Juan Pablo II (había una reliquia de él: una parte de la sotana que llevaba puesta el día del atentado), San Damian de Molokai, Madre Teresa, Santa Bakhita, Santa Rosa de Lima, Santa Juana de Arco y claro que me encontré a San Josemaría. Los encontré allí, finalizando la visita a la Virgen. ¡Que bien están ellos en el cielo cerca de Mamá! ¡Cuánto hay por aprender de ellos a amarla! Gracias, Jesús, porque nos regalas santos amigos que te amaron bien, que amaron bien a la Señora, y que nos enseñan sus caminitos espirituales.

Así fue Lourdes: fue un encuentro íntimo y personal con María. Y fue un encuentro que ella quiere tener también contigo. ¡Te está buscando con tanta dedicación y con tanto amor! Quiere que sepas - que estés seguro - de que eres profunda y completamente amado, de que te quiere cerquita de su Inmaculado Corazón, pero no solo para mantenerte entre sus brazos de Madre, sino para llevarte, con delicadeza, a los brazos de su Hijo amado.

Jesús desea tu corazón, ¡lo desea con locura! Te quiere a ti y estoy segura de que está desesperado por que notes los detalles que tiene contigo todos los días, a cada momento. Él quiere que le mires, que te des cuenta de que está allí, de que comparte toda la vida contigo, desde el momento más sencillo hasta el más significativo de tu día. Danos, Señor, la gracia de poder estar atentos a tus detalles, a tus inspiraciones, a tus susurros, a tus pedidos. Enséñanos a verte más.

Abandonémonos a los brazos de María, que nunca escatima en su amor, que nos recibe como niños pequeños en su regazo. Imagina ahora - cierra los ojos - ese abrazo con tu Madre del cielo. Ella te dice, mientras te toma entre sus brazos, ”¡hijito mío! ¡Cómo te he esperado! ¡Cómo te amo!” Recibe ese amor con ternura y con valentía. ¡Estás llamado a ser hijo fiel de María, enamorado de Cristo, deseoso del cielo y de la presencia de Dios! ¡Sed de santidad, de amor!

Acércate hoy, en tu corazón, a la gruta de Lourdes. Elige si prefieres acercarte en el silencio de la noche, o en la alegría del medio día que despeja todas las nubes del cielo. Quédate allí, mirando a María. Siente su abrazo, háblale, cuéntale tus cosas, pídele, entrégate. ¡Déjate amar!

Termina el día en Lourdes y nos dirigimos a Loyola. Continúan las sorpresas, pero eso ya será para una siguiente historia…

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