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PRIMERA PARTE

Totus Tuus

La Consagración a María

13 Dic - 22

Caminar sobre el agua

Ante lo desconocido, el alma tiembla. Dios dispone caminos desconocidos, que parecen imposibles, que escapan de nuestros cálculos humanos, y sentimos miedo.

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Creer sin ver

Creer sin ver. Y cómo cuesta, y cómo fallo. Porque a pesar de haber experimentado a Cristo, de haberle visto ocuparse de mis cosas, después de vivir su amor en carne propia, también empiezo a dudar.

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Totus Tuus: La visita a Lourdes

Visitar Lourdes fue una gracia. Llegué de noche. Hacía mucho frío pero el corazón estaba ardiendo. Caminé hacia la explanada frente al Santuario y la vi allí: hermosa, con la luna detrás, dándome la bienvenida. La imagen de la Virgen de Lourdes, que luce una corona preciosa, me saludaba, presentándome su casa.

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Ser sal y luz

Hemos sido creados para ser sal y luz del mundo. Cristo ha querido valerse de nosotros, con nuestras debilidades, pecados, imperfecciones y faltas de amor. Él ha querido que nosotros colaboremos en su proyecto de salvación porque quiere que todos los hombres le conozcan y le amen. ¿Es posible ser sal y luz en medio de un mundo que parece rechazar a Dios? No solo es posible, es necesario; porque aunque parezca un mundo que lo rechaza, en realidad lo reclama a gritos, lo necesita, lo demanda. Es un mundo que necesita amor porque se está muriendo de frío. En medio de eso, estamos llamados a ser fuego que haga arder la tierra.

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Ayer, Solemnidad de Nuestra Señora de Guadalupe, 12 de diciembre, nos consagramos a la Virgen. Han sido semanas en las que María se ha hecho presente de manera extraordinaria, ha estado gritando nuestro nombre, mi nombre. Me he sentido personalmente llamada y profundamente amada. He comprendido que Jesús me quiere para Él y quiere que lo ame como quiere ser amado: con todo mi ser. Y, ¿quién mejor que María para enseñarme cómo? Ella, que lo amó completamente, que cumplió la voluntad de Dios de manera perfecta, que estuvo en junto a su Hijo en la pobreza de Belén, en el temor de la huida a Egipto, en las alegrías de la casa de Nazaret y en el dolor de la Cruz; sin alejarse nunca, sin dejar de creer, sin reclamar, sin cuestionar, solamente entregándose. Ella que vio su Corazón traspasado, que vio a Su Hijo dar la vida por los que amaba. ¡Cómo no va a amar ella a aquellos por los que Su Hijo se entregó! Ella contempló el misterio desde el inicio, desde el Anuncio del Ángel, desde el gran Fiat que abrió el camino a la salvación de los hombres.

En este tiempo de preparación, María me ha tomado de la mano y me ha llevado a Jesús: amorosamente, con su delicadeza de madre, con sus detalles de mujer, con la sencillez que la caracteriza, llena de unción divina y belleza extraordinaria. María me ha hablado en mi idioma del amor, ¡porque ella es así! Conoce a sus hijos y sabe como llegar a cada uno. Conoce nuestro corazón, y en su trato íntimo con Cristo, intercede perfectamente por nosotros.

Ella identifica nuestras necesidades antes que nadie, como en Canaa de Galilea, advierte nuestras carencias, nuestra tristeza, nuestros miedos, nuestra falta de confianza, nuestra poca fe; y acude presurosa a Jesús para presentarle nuestra necesidad: ¡No tienen vino! Buscando - y sabiendo - que la mano milagrosa de Su Hijo actuará según la voluntad divina. Ella es la única que, con autoridad, se para entre nosotros y Él para mirarnos a los ojos y decirnos: Hagan lo que Él les diga. Pero no con gesto demandante, sino con gesto amoroso, suplicante, de aquella Madre que sabe qué será lo mejor para sus hijos.

Ella tiene un Corazón inmenso, en el que guarda aquello que le ha sido revelado y mostrado, y donde nos guarda a nosotros, a cada uno. Atesora allí el Misterio de lo Divino, y nos lo va contando y explicando todo conforme vamos estando listos para recibirlo. ¡Quédate en el Corazón de María! Encontrarás allí la más amable explicación de Cristo, de su divinidad, del Amor del Padre y de la acción del Espíritu Santo.

Encontrarás a María contemplando la Cruz, firme, creyendo y confiando en las promesas de eternidad, aunque a simple vista pareciera una derrota. Aférrate a la Madre Dolorosa y ella te mantendrá confiando, te enseñará a mirar la Cruz y vivir muy cerca de ella, queriendo quedarte con Jesús, aún cuando parezca que todo está perdido.

Estará tu Madre también en todas tus alegrías, celebrándolas contigo. Te abrazará con ternura y te guardará bajo su Manto. Notarás sus engreimientos, sus delicadezas, sus detalles, sus muestras de amor. En la Consagración tú te haces todo de María, pero Ella también se hace toda tuya: tu Madre, tu Camino a Cristo, tu Intercesora, tu fiel compañera en el camino al cielo.

María cuidará y participará de tu camino de salvación: colaborará con los planes de su Hijo, como colaboró en la Salvación de la Humanidad. Te volverá al camino cuando haga falta y seguramente te llamará la atención también un par de veces. Todo para que te quedes cerca, ¡cualquier cosa con tal que te quedes cerca! Hay que hacerse pequeño, como un niño, para dejarnos en sus brazos con confianza.

Poder hacer la Consagración de por sí ya es un regalo, pero hacerla con mi comunidad, ¡con mis hermanos, con mi familia! Ese fue un regalo inmenso, inmerecido, del Corazón de Jesús. Es Él regalándome otros corazones que arden de amor, para caminar juntos al cielo, para cuidarnos entre todos, para rezar unos por otros y acompañarnos en esta locura que es la vida con Jesús. A ellos, a mis amigos, a cada uno, ¡tengo que agradecerles tanto! ¡Qué gracia tan inmensa es tener una comunidad! ¡Qué enorme regalo es la vocación de cada uno!

En estos días he aprendido todo esto de María, ¡lo he vivido! Lo he experimentado. Ella me ha llevado de la mano a su casa, a conocerla, a pasar tiempo con ella, a mostrarme cuánto me ama.

Hoy se que Jesús ha querido que me acerque a Su Madre, para que con ella pueda empezar un camino más perfecto de amor a su Sagrado Corazón. Jesús ha querido que la vea, que continúe toda mi vida aprendiendo de Ella a amarlo, a entregarme por completo, a confiar, a ser Suya. Jesús, en un coloquio con la Madre le ha revelado sus deseos y Ella ha salido a mi encuentro: me ha encontrado y ya no hay vuelta atrás, y si la hubiera, jamás la querría. Me he decidido a entregarme por completo a Jesús por María. Esto es la consagración. Repito de la mano de San Juan Pablo II: Totus Tuus, Mariae; con San Luis María Griñón de Montfort: Totus tuus ego suum, Maria, et omnia mea tua sum. Soy totalmente tuyo, María, y todas mis cosas son tuyas.

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