La teología cristiana ha tomado prestado de la filosofía griega estos distintos tipos de amor. Por lo general, se conoce al ágape como el amor que Dios tiene por nosotros, y al eros al amor de tipo sexual que tenemos por nuestra pareja. A menudo muchos filósofos y teólogos han planteado estos conceptos como opuestos o contradictorios. El ágape es ese amor oblativo y desprendido, el amor que desciende de lo divino hacia lo mundano. El eros, en cambio, es ese amor demandante, posesivo, que asciende de lo mundano hacia lo divino. Pero como diría Benedicto XVI en su bella encíclica Deus caritas est: «en realidad, eros y agape — amor ascendente y amor descendente — nunca llegan a separarse completamente. Cuanto más encuentran ambos, aunque en diversa medida, la justa unidad en la única realidad del amor, tanto mejor se realiza la verdadera esencia del amor en general». No podría estar más de acuerdo: el eros sin el ágape sería solo hedonista y corpóreo, pero el ágape sin el eros sería solo etéreo, lejano, inalcanzable. Por mucho tiempo se ha acusado al cristianismo de haberle quitado el eros al amor, relegándolo a sinónimo de vicio o de pecado. Pero esta es una acusación que se basa en un malentendido. En cierta medida, ¿no fue por medio del eros que el ágape se hizo manifiesto? Quiero decir, ¿acaso ese amor trascendente, espiritual, todopoderoso e intangible no se convirtió en materia, en carne, en deseo? Así como Dios es dádiva pura por definición, es también agente de demanda. ¿Y qué nos demanda? Lo mismo que nos da: amor. Pero un amor verdadero, no coercitivo, sino libre. «Ama al Señor tu Dios por sobre todas las cosas» era el mandamiento que antes nos obligaba por la ley. Pero ahora, por medio de Cristo, es un mandamiento que fluye por un amor previamente recibido (I Jn 4, 19). No es lo mismo cuando una mujer ama a su esposo porque sabe que así debe hacerlo, a cuando lo hace porque de él recibe amor constantemente. Así, mientras más recibimos de Dios, más irresistible se vuelve el amor, al punto de ya no poder no amar.